El suelo bajo sus pies crujía, pero esta vez no eran hojas secas las que se rompían. No era la madera retorcida de los árboles, ni la pesada presión del aire. Esta vez, el suelo parecía estar vivo, pulsando, respondiendo a su presencia como si el propio mundo les estuviera reconociendo.
Kael, Clara y Viktor se detuvieron en el centro de una vasta llanura. En sus frentes, no había montañas ni paredes de árboles. Solo un campo vacío, extendido hasta donde la vista alcanzaba, cubierto por una neblina dorada que flotaba sobre la tierra. Era como si todo el paisaje estuviera suspendido en un tiempo fuera de lugar.
“Es aquí…” murmuró Kael, su voz casi temblorosa, como si las palabras mismas fueran demasiado pesadas para ser dichas en ese lugar. En su interior, sentía que la última parte de su viaje estaba por cumplirse, pero aún quedaba una pregunta fundamental: *¿Qué sucedería cuando todo terminara?*
Clara miró a su alrededor, la incertidumbre marcada en su rostro. “¿Aquí, en este lugar vacío, es donde todo lo que hemos hecho cobra sentido?”
Viktor se quedó en silencio, observando el horizonte. En sus ojos brillaba una mezcla de angustia y aceptación. “Quizás el vacío sea lo que necesitamos. Tal vez no todo tiene que estar lleno de respuestas. A veces, el silencio tiene más que ofrecer que las palabras.”
Kael respiró hondo, cerrando los ojos un instante. “El Eco de las Sombras… Lo que nos trajo hasta aquí, esa voz que nos susurró durante todo este tiempo, está por ser revelado. Y con ello, todo lo que pensábamos que entendíamos se desmoronará.”
En ese instante, una vibración sutil recorrió la tierra, y la niebla dorada comenzó a disolverse. Un resplandor blanquecino, casi celestial, emergió del suelo, formando figuras que parecían flotar en el aire. Eran ilusiones, pero tan vívidas, tan reales, que sentían como si cada imagen fuera un recuerdo propio. Siluetas de personas, de momentos pasados, de decisiones tomadas y no tomadas. La vida que había sido, la vida que aún podría ser.
“¿Lo veis?” preguntó Kael, casi en un susurro. “Este es el Eco. No es un poder ni una maldición, sino un reflejo de lo que somos. Todo lo que hemos sido hasta este momento.”
Una figura apareció frente a ellos, más definida que las demás. Era el reflejo de Kael, pero distorsionado, con una expresión de arrepentimiento y pesar.
“No habías hecho nada por salvarnos”, dijo la figura, con una voz que resonó en sus mentes. “Tu duda, tu miedo, nos arrastraron a la oscuridad. Todo lo que has hecho, todo lo que has elegido, nos ha traído aquí.”
Kael dio un paso atrás, su corazón latiendo con fuerza. La figura no era ajena. Era él mismo, pero más oscuro, más roto. “No... no es cierto”, intentó decir, pero la voz del reflejo lo interrumpió.
“Lo sabes en tu interior, Kael. Te aferraste a tus sombras. Dejaste que la culpa te definiera. Ahora, ¿estás listo para liberar lo que no puedes cambiar?”
Clara dio un paso al frente, su voz llena de determinación. “No todo en el pasado es culpa nuestra. Somos los que decidimos lo que hacemos con lo que hemos vivido. El perdón no viene de negar lo que hicimos, sino de aceptarlo.”
La figura de Kael desapareció en un suspiro de viento, disolviéndose en el aire como un eco perdido. Pero otras figuras comenzaron a surgir. Viktor vio la imagen de su hermano, la misma mirada llena de tristeza que había llevado en su memoria durante años. Clara vio los ojos de su madre, pero esta vez, ya no era un reproche lo que veía, sino comprensión. La visión de su madre la miraba con compasión, como si todo lo que había hecho ya no importara.
“El Eco no es un enemigo”, susurró Kael. “Es la manifestación de todo lo que no hemos podido soltar. De todo lo que hemos llevado, y de lo que aún nos define.”
Viktor miró a Kael, sus ojos brillando con una resolución renovada. “No necesitamos huir más de lo que somos. Necesitamos abrazarlo. Solo así, podremos cerrar este ciclo.”
La niebla dorada comenzó a desvanecerse completamente, y con ello, la figura central desapareció. El Eco de las Sombras había cumplido su función. Ya no serían guiados por un susurro, por una sombra en sus mentes. Ahora, el verdadero desafío comenzaba: vivir con lo que habían aprendido, ser lo que eran, sin negar ninguna parte de su ser.
“Entonces, es hora de renacer”, dijo Kael, con una sonrisa tranquila, como si por fin hubiera encontrado la paz que tanto había buscado.
Clara asintió, sin palabras, sabiendo que no era el final, sino el inicio de un nuevo camino. Viktor, por su parte, sintió una ligereza en su pecho, como si todo el peso del pasado se hubiera desvanecido. Estaban completos. Ya no quedaba nada más que hacer.
“¿Listos?” preguntó Kael.
Los tres caminaron juntos hacia el horizonte, un horizonte que ahora, más que nunca, se abría ante ellos, infinito y lleno de posibilidades. Y así, con cada paso, sentían como si se estuvieran despojando de todo lo que ya no les servía, y abrazando la libertad de lo que podían llegar a ser.
En el Eco del Renacer, todo lo que había sido les pertenecía. Y todo lo que serían, estaba por venir.