Las Sombras Ocultas de la Familia Suzuki [en Reescritura]

Capitulo 26: Un Parche Temporal

Mantuve la cabeza agachada, pero no veía el pan francés. Mi mirada saltaba de los rostros de Sabrina y Rose, y mi cabeza daba vueltas, buscando al monstruo. La sospecha era una cosa fea y pegajosa, y me hacía sentir aún más culpable. ¿Cómo podía pensar eso de ellas? Eran amables. Me cuidaban. Pero la criatura estaba aquí, y no había llegado sola.

El tenedor en mi mano se sentía pesado. El silencio que siguió a las palabras de Rose duró un largo rato, roto solo por el zumbido del refrigerador. Finalmente, Sabrina habló:

—Pero... ¿qué más podemos hacer? —preguntó, sus dedos tirando del cuello de su bata—. Ya la llevamos con varios, y todos dicen algo diferente. Que es una bacteria, un virus... o que es el estrés. ¿Estrés de qué, Rose? Apenas es una niña.

—No lo sé, señorita Sabrina —respondió Rose, volviendo a tomar el cuchillo, pero sin cortar nada. Solo lo sostenía sobre la tabla de madera—. Pero esto no es estrés. La forma en que se cansa... el frío que a veces dice sentir... no es normal. Y cada vez que parece mejorar un poco, al día siguiente parece que le robaran la energía de nuevo...

"Robarle la energía".

La frase me golpeó en el estómago.

La preocupación en la cara de Sabrina reemplazó su expresión adormilada. Se inclinó hacia adelante.

—¡Hay que decirle a Yunna que se apure! Ella dijo que iba a buscar una solución, ¿no?

—Ella ya está trabajando en eso —dijo Rose en voz baja—. La señorita Yunna dijo que estaba... considerando otras opciones.

¿Otras opciones? ¿Como yo? ¿Como la investigación en esa casa vieja?

Me encogí en mi silla, deseando desaparecer. La conversación era como un cuchillo que se clavaba más y más hondo en mi culpa.

No supe cuánto tiempo pasó hasta que la puerta principal se abrió y se cerró con un clic seco. Unos segundos después, Lance entró en la cocina. Traía su maletín en una mano y una sonrisa que parecía demasiado grande para el ambiente.

—¡Buenas tardes a todos! ¿Qué tal esas caras largas? —su mirada se movió hacia Sabrina—. Oh, parece que alguien se despertó con el pie izquierdo.

Su llegada cortó la atmósfera pesada como un cuchillo. La tristeza y la preocupación no desaparecieron, solo se escondieron. Sabrina se enderezó de golpe y giro su cabeza a él con una pequeña sonrisa que no ví formarse. Rose dejó el cuchillo y se giró hacia la estufa, como si de repente tuviera algo muy importante que hacer.

—Solo hablábamos de Keila... Ya sabes, con todo lo que le ha pasado —dijo Sabrina, su voz un poco más aguda de lo normal.

—Ah, sí, la pobre... —dijo él, dejando su maletín en el suelo con un ruido sordo—. Sigo buscando esas medicinas que me pidieron. Parece que se esconden mejor que un tesoro.

Se acercó a la mesa y me revolvió el cabello, un gesto que intentaba ser juguetón pero que me hizo tensar el cuello.

—¿Y tú qué, campeón? ¿Todo bien?

Asentí con la cabeza, sin mirarlo. Sentía sus ojos sobre mí.

—Sí... todo bien —murmuré.

Lo observé por el rabillo del ojo. Vi cómo su mirada se desvió hacia las escaleras por un segundo, una fracción de segundo, antes de volver a sonreír. ¿Fue preocupación por Keila, o estaba comprobando algo más? No lo sabía. Mi mente se sentía como un nudo de hilos enredados.

Él tomó una taza y se sirvió café, uniéndose a la conversación con una naturalidad que me puso nervioso. Contó una historia sobre un cliente difícil, haciendo gestos amplios con las manos. Sabrina reía y comentaba de vez en cuando, pero aún podía sentir rastro de la preocupación en su rostro. Rose seguía de espaldas, moviendo ollas en la estufa y sin participar tanto está vez.

Y yo no escuchaba. Solo los miraba, a los tres, buscando una grieta en sus caras, una señal de aquella persona que no quería encontrar aquí.

Entonces, el sonido de la puerta principal abriéndose nos hizo callar a todos por un momento. No fue un clic suave, sino un golpe seco y rápido.

Los pasos en el pasillo eran firmes, apresurados. Era Yunna.

Apareció en la entrada de la cocina, pero no se detuvo. Su mirada pasó por encima de nosotros —de Lance, de Sabrina, de Rose, de mí— como si fuéramos muebles en su camino. Llevaba su bolso negro de hace rato y una bolsa de plástico oscuro sobresalía de su bolso. Su rostro estaba tenso, sus labios apretados en una línea fina. Tenía prisa.

Sabrina se levantó a medias de su silla.

—Yunna, ¿todo bien? ¿Encontraste...?

Pero Yunna ya estaba a mitad de las escaleras, subiendo de dos en dos sin mirar atrás. Su nombre se quedó flotando en el aire, sin respuesta.

Sabrina se dejó caer de nuevo en la silla, confundida, su rostro lleno de preguntas que no se atrevía a hacer en voz alta. Lance, en cambio, soltó una risa baja y seca, mientras seguía a Yunna con la mirada

—¿Y ahora qué le pasa a la reina de hielo? —murmuró, tomando un sorbo de su café—. Parece que vio un fantasma.

Su comentario intentaba ser una broma, pero la confusión era notable, junto a algo más que no podía Identificar pero me dio un escalofrío. Rose se giró desde la estufa, lanzándole una mirada rápida y dura antes de volver a sus ollas.

Y en ese momento, supe que no podía quedarme aquí.

La imagen de Keila, sentada en el suelo de su habitación, frágil y adolorida, volvió a mi mente. Y Yunna… ya había vuelto. Había traído algo. Tal vez una solución. O tal vez algo peor. Pero yo había prometido hacer algo, comentarle a ella lo que paso. La culpa me quemaba por dentro, más que el frío.

Dejé el tenedor sobre el plato a medio comer. El ruido metálico hizo que Sabrina y Lance me miraran. Apreté los puños bajo la mesa.

—Voy... a ver a Yunna. Necesito decirle algo —dije, mi propia voz sonando extraña, más firme de lo que me sentía.

Me levanté de la mesa, empujando la silla hacia atrás. No esperé a que dijeran nada. No quería saber lo que pensaban, solo necesitaba ir con ella.

Subí las escaleras, esta vez sin sigilo. Mis pasos eran firmes, casi ruidosos sobre la madera, impulsados por una urgencia que no entendía del todo. Llegué al pasillo del segundo piso y me dirigí directamente a la habitación de Yunna. La puerta parecía estar cerrada.




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