Eran tres amigas como tres soles podría haber en el firmamento si uno tuviese la suficiente imaginación. Eran tres libélulas inseparables, orgullosas de su belleza desprendida en cada aleteo.
Cuando volaba la una volaban las tres y cuando se detenía una se detenían las tres. ¿Sus nombres? Toñita, Encarnita y Luisita. Tres pies para un banco, tres compañeras devotas y tres formas de entender la vida.
Eran coquetas pues pasaban el día acicalándose las patitas, acondicionando con cremas sus frágiles alas y por supuesto peinándose con la raya al medio. Cierto que resultaba prácticamente imposible distinguirlas así pues los animalillos del campo y del bosque habían optado por llamarlas «las tres amigas», sin más.
No importaba si se trataba de ésta, aquélla o la otra ¡trivialidades! Daba genio verlas dispuestas al lucimiento con sus ojitos compuestos de otros ojitos más pequeños. Los tirabuzones en el aire o sus vuelos rasantes sobre al agua del río cazando al vuelo moscas y mosquitos tenía tanto de habilidad como de arte.
Eran consumadas acechadoras con alto éxito en las cacerías gracias a su sincronización perfecta. Bellas incluso en el supremo ejercicio de encajar en la cadena trófica. Cada día para ellas era un regalo y cada noche una caja donde resguardarlos…
Contaban con amigos como Felipe el caracol, siempre apostado entre las lechugas; Ubaldo el topillo, incesante e incansable cavando túneles o Heliodoro el saltamontes, experto saltarín. Al verlas las saludaban afectuosamente y ellas les correspondían con un tirabuzón aéreo de lo más elaborado.
Por el contrario contaban con enemigos acérrimos como Otis la mantis religiosa, siempre con hambre y siempre en posición de rezo; Pepón el camaleón, con su larguísima lengua pegajosa; Cornelio el sapo, urticante y señor de la charca. Sin embargo el más incisivo Bernabé el grajo, negro como la boca del lobo.
En no pocas ocasiones este emplumado las había sorprendido desde arriba. Únicamente la destreza de «las tres amigas» habíales permitido salir con bien de cada uno de sus ataques…
Pero llegó un día diferente a los anteriores. Resulta que Toñita desapareciera sin dejar rastro. Sus dos compañeras estaban preocupadas ante la suerte que pudiese haber corrido.
—¿Dónde habéis dejado a vuestra compañera de viaje? —Preguntaban sus amigos tan preocupados como ellas. Éstas no sabían que decirles porque tampoco conocían su paradero.
Al día siguiente otra de las libélulas habíase evaporado. Ya solamente una de ellas surcaba aguas e hierbajos. ¿Dónde estaban Toñita y Encarnita? Entre los animales creció el rumor de que podrían haber caído bajo el pico del grajo Bernabé. O tal vez él no tuviese nada que ver y sí Otis, Pepón o Cornelio… Todo resultaba confuso.
La cosa tomaría tintes todavía más dramáticos cuando las tres desaparecieron. De ser tres soles en el cielo, presumidas, coquetas y elegantes no quedaba más que un vacío apagado y difícil de llenar. La comunidad del prado y del bosque decidió tomar cartas en el asunto. Tocaba salir a buscarlas…
Le preguntaron a la mantis, al camaleón, al sapo e incluso al grajo. Éste se afanaba en meter en el buche granos del maizal del señor Cirilo. Todos juraron y perjuraron no saber nada del asunto ni tener que ver con el misterioso desvanecimiento de «las tres amigas».
Sus colegas estaban bloqueados en una vía muerta, desesperados por no saber a qué atenerse. ¿Y si ninguno de ellos mentía? Podían estar diciendo la verdad entonces ¿adónde fueron?...
Fue en esto cuando a los pocos días Heliodoro dio en la diana gracias a una de sus innúmeras incursiones. Con los resortes de sus patas traseras saltó sobre briznas de hierba dispuestas antes del viejo muro de piedra. De casualidad varios brincos después aterrizó en lo alto de un rosal amarillo y creyó ver algo. Debía acercarse más así que sin pensarlo saltó de aquí para allá hasta alcanzar el alfeizar de un ventanal. Abriendo bien sus ojos observó la dantesca escena…
Toñita, Encarnita y Luisita estaban encerradas dentro de un bote de cristal. El susodicho reposaba sobre la repisa de la chimenea. Un niño entrado en carnes y amplios mofletes colorados lo agarraba entre las manos con curiosidad, dándole suaves golpes y agitándolo como si su contenido precisase ser mezclado...
Rápidamente el saltamontes deshizo camino para dar la voz de alarma. Entre todas las cabezas pensantes deberían ejecutar un plan de rescate a la mayor brevedad posible. Tan pronto el chico se aburrió de su nuevo juguete salió hacia la sala de estar, dejando el bote en su sitio. A «las tres amigas» se las veía aturdidas y muy desmejoradas por los días de encierro.
Sin embargo mis queridos niños y niñas aquí y ahora este cuento de amistad infinita alcanza el virtuosismo, desprendiendo valores épicos sin parangón. Y no exagero cuando os lo digo, creedme.
Prestos y dispuestos para echar una mano acudieron no sólo sus amigos sino aquellos con los que uno menos contaría: Otis, Pepón, Cornelio e incluso Bernabé el grajo. ¡Inaudito!
De vuelta a casa del niño aprovechando su ausencia pusieron en marcha el plan de liberación. ¡Al asalto! No había tiempo que perder así pues mientras unos agarraban el frasco por la base otros intentaban girar la tapa de rosca.
Sin embargo entre las prisas, los nervios y la escasa coordinación entre ellos el bote terminó rodando por la repisa antes de caer y romperse en mil trozos. Fue tan cerca de la chimenea que el calor residual quemó las alitas de Toñita, Encarnita y Luisita.
¡Qué terrible tragedia! ¡Qué injusto destino! Jamás podrían surcar los cielos pero no os pongáis tristes mis queridos amigos y amigas porque este cuento contado y recontado aún no ha terminado.
Abandonaron aquella morada del miedo sin mirar atrás. Fue justo a tiempo pues el crío al escuchar la algarabía volvió al lugar de los hechos, encontrándose el percal. Echó a llorar porque las libélulas que tanto le había costado atrapar con el cazamariposas ya no estaban…
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Editado: 16.06.2024