Las tres felinas (version libre del cuento La sirenita)

Las felinas y el castillo del rey Maldor

            Era ya noche cerrada, no había nadie en el poblado de Olmos, todas las farolas estaban encendidas a lo largo de la calle para romper la oscuridad absoluta, en las inmediaciones se oía el monótono canto de un grillo, por lo demás, el silencio.

            De pronto, una sombra se deslizó sigilosamente entre unas ruinas de las afueras, era un enorme felino negro de larga pelambrera que caía hasta casi rozar el suelo, en sus ojos ambarinos brillaba una mirada salvaje y emitió un leve gemido, molesto a causa de una herida en el hombro.

            Entró cojeando por el agujero que formaban las ruinas y allí se reunió con sus dos compañeros, otros dos grandes felinos, que dormían en un rincón.

            Uno era atigrado, a primera vista se asemejaba a un tigre, pero su piel formaba mechones largos, el otro dormía con su enorme cabezota apoyada en el lomo del rayado, éste era completamente blanco... o no, una oreja, (exactamente la derecha) era gris claro. El que acabara de llegar emitió un sordo rugido e intentó hacerse sitio, empujando a sus dos compañeros con su costado hasta que el felino atigrado abrió a medias un gran ojo verde y se apartó a un lado. Pronto, todo quedó en calma de nuevo, solamente se escuchaba el leve movimiento de las hojas en el exterior y como una lluvia finísima lo iba mojando todo a su paso.

 

            Por la mañana, un gallo dejo oír su estridente cantar, el sol abrió las nubes con sus potentes rayos y el pueblo de Olmos se fue despertando poco a poco con las primeras luces del alba.

            Algunos gremios de comerciantes abrieron sus lugares de trabajo en la plaza mayor, los labriegos salieron a los campos con sus mulas y bueyes y las mujeres salieron de sus casas para hacer la compra diaria en el mercado, agarrando a los críos con una mano mientras que con la otra asían canastos trenzados o hatillos de ropa.

            A lo lejos, tres jóvenes se acercaban al pueblo, las tres no podían evitar diferenciarse de las gentes que vivían por allí, eran muy altas y estilizadas, de articulaciones delgadas pero musculosas a la vez. La mayor, cuyo nombre era Mothy era de piel color canela, con el negro y trenzado cabello recogido en un turbante que dejaba entrever algunos mechones sueltos, parecía tener unos treinta y cinco años, era la mayor de las tres y lo observaba todo con mirada agresiva y despectiva a la vez, la que iba en medio era casi una niña, de facciones angelicales que contrastaban con las de sus compañeras que lo miraban todo a la defensiva, como si estuvieran siempre a punto para atacar, las dos habían llevado una vida dura, llena de dificultades, ésta tenía el cabello muy rubio, casi blanco y ojos azules. La que iba a su otro lado era un poco mayor que ésta, de cabellos castaños, con reflejos más oscuros y más claros formando una larga melena leonina, pero ahora recogida en una trenza medio despeinada.

            Las tres, como veis eran distintas, pero a pesar de eso tenían algo en común que las diferenciaba del resto; sus ojos eran muy grandes y arrasgados como los de un gato y sus orejas acababan en punta, dándoles un aire élfico, iban ataviadas con unos vestidos largos hasta los tobillos; Sin duda, al verlas uno se daba perfecta cuenta de que no eran de por allí.

            Al pasar por un puesto de frutas, la más pequeña cogió una manzana y preguntó algo en susurros a la más mayor, ésta asintió y dándole una moneda, permitió que se quedara con la pieza de fruta. Andaron hasta una posada y mientras le preguntaban al dueño en qué lugar estaban y cuanto costaba una habitación, la menor se quedó rezagada, mirando una cesta donde había una gata y sus cinco crías, fue a coger una, cuando Ninja la llamó.

            Al llegar al piso de arriba, dejaron la bolsa de piel con el poco equipaje que llevaban encima de una silla y se pusieron cómodas refrescándose la cara en la palangana con agua que había en un rincón, y peinándose las largas melenas, mirándose presumidas en un gran espejo de pié.

            - Espero que esta noche no ocurra ningún incidente.- comentó Ninja mirando con cierto reproche a su amiga de piel morena. Karima, la menor, se sentó en una de las camas y se quejó de que era demasiado blanda. Sus compañeras le dieron la razón y Mothy aprovechó para desabrocharse a medias el vestido, mostrando la fea herida que tenía en el hombro.

            - Ese viejo pastor, me hizo una buena herida con su honda.

            - Mandaremos venir a un doctor para que te la mire, no sea que se infecte.

            Ninja bajó y le dijo al posadero que fuera a llamar a un médico, éste asintió y mandó al que sería su hijo, un muchacho de unos diez años, que se alejó rápidamente a caballo.

            Cuando  al cabo de una hora llegó el doctor, examinó la herida de Mothy y le puso un desinfectante, ésta al notar el escozor, emitió un chillido y alzó su mano para arañar al médico en la cara con sus largas uñas.

            El medico se apartó desconcertado a causa de su reacción y vendándole la herida, salió apresuradamente de la habitación mirando a las muchachas asustado. Mothy miró a sus compañeras y Ninja siguió al hombre queriendo disculparse por ella.

            - ¡Oh, perdónala! ha sido sin querer... el dolor...- pero el doctor emitió una torpe sonrisa y bajó las escaleras sin siquiera aceptar pago alguno. Una vez se quedaron solas, Karima le dijo temerosa:



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En el texto hay: edad media magia

Editado: 25.10.2023

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