Las tres partes de nuestro Amor.

Capitulo 4.

     Debía buscar la forma de salir de esa habitación sin que ellos me siguieran pero mi mente estaba nublada por el deseo y un anhelo incomprensible de sentir los labios de Lucían sobre los míos al igual que los de Aron. Eran mellizos pero eran tan diferentes entre sí que daba curiosidad saber si besarían de la misma forma en la que se comportaban. Lucían sería pura pasión encendida mientras que Aron sería ternura y delicadeza pero ambos serían igual de devastadores para mí.  

-¿En qué piensas pequeña roja?  

-¿Por qué me dicen así? 

        Ambos se rieron pero no me molestó, simplemente me provocó rubor. Más aún. Fue Aron quién respondió. 

-Es por tu cabello, nos recuerda a una fresa madura con su color y el aroma que desprende tu piel es tan dulce como la fruta misma. Por eso, eres roja para nosotros.  

     Él había tomado un mechón de mi pelo para pasarlo por debajo de su nariz mientras lo olía con los ojos cerrados disfrutando de su aroma. Aproveché que sus brazos ya no me aprisionaban para alejarme de ellos, aunque al único sitio que pude ir fue contra el rincón de la pileta.  

-No debes temernos pequeña, no haremos nada que no quieras.  

-¿Y ustedes que saben lo que quiero y lo que no? 

-No hace falta que lo digas en voz alta, está escrito por todo tu rostro. 

-Además de que tus ojos te delatan pequeña roja.  

    Ambos se reían en complicidad y ahí estaba yo arrinconada como un conejo asustado a merced de esos dos lobos. Por alguna razón algo en ese panorama me molestó y ese sentimiento desplazó a cualquier otra emoción o pensamiento de lujuria que estuviera pasando por mi mente en ese momento.  

-Ustedes dos… ¿A caso les divierte esto?  

      Ambos me miraron extrañados y ya no sonreían, en su lugar me miraban serios sin comprender a lo que me refería. 

-¿De qué hablas? 

-Me refiero a que ustedes dos deben de estar muy acostumbrados a conquistar corazones de todas las mujeres que se propongan. ¿A caso les divierte ponerme en esta situación? ¿Les parece gracioso verme acorralada de este modo? ¡Si, lo admito! ¡Los vi practicando el otro día pero no fue a propósito! Simplemente salí al patio y ahí estaban ustedes entrenando, pero me quedé a observar porque siempre me fascino todo lo que tuviera que ver con el entrenamiento del cuerpo en combate. Incluso Akira me entrenó en el arte del Karate y Aikido aún en contra de los deseos de mi madre.  

-¿Entonces nos estas diciendo que aquello que observabas con tanto anhelo eran los espadines?  

-¿O eran a caso los movimientos?  
   

    Aron me sorprendió con ese comentario de los movimientos dejándome un segundo aturdida pero al final logré responder.  

-A ambos.  

-Amelia, querida, comprendemos a la perfección tu postura, ahora a cambio te pedimos entiendas la nuestra. 

-Entonces dime Aron. 

-Quizá tú imaginas y crees que somos unos auténticos Don Juanes, pero la verdad es que no es el caso, si, lo admito las mujeres se quedan observando por dónde pasamos pero eso no quiere decir que nosotros correspondamos a sus sentimientos.  

-Aron tiene razón, nuestra forma de “amar” es un tanto particular y no todos la aceptan por lo que en cierto modo nosotros somos prisioneros de las sanciones de la sociedad y no somos libres de amar a nuestro modo. Pero en ti, en ti hay algo diferente que nos atrae, tu no estás cegada por los prejuicios de la sociedad y eso nos agrada, mucho.  

-Lo que Lucían intenta decir es que Amelia, tú no eres un juego ni un pasa tiempo para nosotros.  

 <<¿A caso esto era a una declaración?>> 
 




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