Las trincheras del olvido

Ceniza en el viento

Dren 13 de Vaskil, Yarün 463 del Tercer Aeón

Hoy la prisión despertó antes que yo.

No con gritos. No con pasos. Con un tipo de silencio nuevo, como si incluso los muros se hubieran tensado. Se escuchaban susurros detrás de las rejas, frases rotas. “Uno de los Teidem”. “Lo traen encadenado.” “No lo van a matar… todavía.”

No dijeron su nombre. Solo eso: “es de los Teidem”.
Y eso bastó para cambiar el aire.

Los guardias redoblaron turnos. Pusieron cerraduras nuevas en las puertas de hierro. Pasaron dos veces con las lámparas encendidas, revisando cada celda sin hablar, como si nosotros fuéramos meros obstáculos entre ellos y él.

Lo pusieron en aislamiento. No en una celda cualquiera. En el bloque donde nadie entra desde hace meses. A una distancia suficiente para que nadie le hable… pero no para que lo escuchemos gritar.

Y gritó.
La primera noche, a la mitad del ciclo.
No fue un grito de dolor. Fue el de alguien que ve algo que no puede aceptar.
Después de eso… solo rezos.
Y luego, nada.

Dren 19 de Vaskil, Yarün 463 del Tercer Aeón

Se han ido todos los prisioneros del ala este. Uno a uno. Silenciosamente.

No sé si los mataron o los trasladaron. Quizá no hay diferencia.

El nuevo prisionero sigue allí. Lo escucho, a veces, cuando el aire circula por los pasillos. Respiración forzada. Como si estuviera corriendo en su mente. Los guardias ya no lo insultan. No hacen ruido. Caminan como si él los pudiera oír a través de los huesos.

Dicen que tiene familia. Una esposa y un hijo.
Lo usan contra él.
No lo han tocado —eso dicen— pero le hablan. Le muestran cosas. Le susurran opciones.

Frask, cuando aún podía hablar, dijo:
—A ese no lo van a romper con golpes. Lo van a partir con palabras.
Tenía razón.

Dren 3 de Elyr, Yarün 463 del Tercer Aeón

Hoy lo sacaron.

Fue la primera vez que lo vi.

Era un Ciela. Mayor, de rostro firme. Tenía la postura de alguien que había sido soldado demasiado tiempo. No parecía herido, pero caminaba como si arrastrara cien años encima.

No llevaba cadenas.

Iba flanqueado por dos Velios armados. No lo empujaban. No lo custodiaban.
Lo escoltaban.

Cuando pasó frente a mi celda, se detuvo un segundo. No me miró directamente, pero su sombra cubrió mis pies. Y por un momento, vi en sus ojos lo que yo ya sentía desde hacía semanas:
Que esto no era el final.
Era el comienzo.

Uno de los guardias dijo su nombre.
Teot.

No lo conocía. Pero algo en su silencio me golpeó más fuerte que cualquier tortura.
Se fue sin mirar atrás.
Sin arrepentimiento.

Escribo esto sin saber si lo que vi fue una traición…
…o el nacimiento de algo peor.

El corredor parecía haberse tragado los pasos… hasta que alguien gritó.

—¡Yo también quiero unirme!

Toran.

Su voz sonó limpia. Segura. Como si hubiera estado esperando este momento desde siempre.
Frask levantó la cabeza. Yo también.
Nadie dijo nada.
Pero algo se rompió entre los tres. Lo sentí.

Vinieron los guardias.
—¿Qué dijiste?
—Estoy listo —respondió Toran—. Lo he pensado. No quiero morir aquí por nada.

Se lo llevaron. Sin insultos. Sin arrastrarlo.
Y volvió, tiempo después, caminando más erguido que nunca.
No dijo una palabra.
Durmió en la esquina más alejada, mirando hacia la pared.

A la mañana siguiente, ni siquiera hubo luz.
El techo goteaba. El aire olía a metal oxidado y fiebre vieja.

—Tú y tú. Afuera.

Frask.
Toran.

Yo intenté levantarme, pero las cadenas me cortaron el impulso.
Lo único que pude hacer fue mirar.

Frask se sostenía apenas. Tenía los ojos hundidos, la piel pegada a los huesos. Pero caminó.
A su lado, Toran parecía otro. Ya no cargaba el peso de la duda.

Desde la grieta de la puerta, alcancé a ver la escena.
Un pasillo, un foco colgando, una sombra proyectada contra la pared.

No escuché palabras.
Solo pasos.
Un susurro.
Y luego…

…un golpe seco.
Después otro.
Y luego… algo más.

No puedo contarlo.

No sé cómo describirlo sin que se me reviente algo por dentro.

Solo vi la sangre salpicada en la piedra.
Y a Frask…
…a Frask intentando levantarse con una mano temblorosa que ya no obedecía.

Dijo algo.
O lo pensé.
“Valentina.”

Y después, su cuerpo dejó de luchar.

En estos momento estoy en la celda, pero no puedo dormir, no porque no tenga sueño, sino porque cada vez que parpadeo, vuelvo a ver su sombra.

Toran no dudó.
Ni un segundo.
Y eso es lo que más me hiela.

No fue furia.
No fue defensa.
Fue decisión.

Frask murió sabiendo que su muerte era una moneda.
Y Toran la arrojó sin titubeos.

Después lo escoltaron por el corredor.
—Bienvenido —le dijo uno de los guardias.

Lo escribo. Lo leo. Pero no lo entiendo.

¿Cómo se llega a esto?

Frask murió solo.
Y Toran eligió caminar sobre su cuerpo.

Y yo…
…yo me quedé aquí.
Con las manos encadenadas y el estómago hecho nudo.

No sé cuánto más puedo seguir escribiendo.
Ni siquiera sé si quiero.

Dren 7 de Elyr, Yarün 463 del Tercer Aeón

Silencio.

Desde que se llevaron a Toran… desde que Frask se volvió peso muerto en mi memoria…
No hay nada.

No hay pasos.
No hay órdenes.
Solo ese sonido. El del agua cayendo de la grieta del techo al mismo rincón, ciclo tras ciclo.
Ploc. Ploc. Ploc.

Creo que la prisión también está muriendo.

Dren 11 de Elyr, Yarün 463 del Tercer Aeón

Pasaron dos guardias. Hablaban bajo, pero el eco traicionó su susurro.

—Desde que aniquilamos a esos estúpidos Teidem, las rutas del sur se limpiaron.
—Sí, y ese Ciela… ¿cómo se llamaba?
—Teot.
—Ese. Desde que se unió, ya tenemos más reclutas que nunca. Y disciplina. Por fin.




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