Las visiones de Cassandra I: El rostro del culpable

La Prueba que Habla

Cassandra llegó a su casa con el paso acelerado pero el rostro cuidadosamente neutro. El reloj, bien guardado en su mochila, parecía latir como un corazón ajeno. Su madre estaba en la cocina, amasando con harina en las manos y la radio encendida, sin imaginar que su hija traía entre sus cosas algo que podía sacudir todo el pueblo.

—¿Trajiste el pan? —preguntó sin mirar.

—Sí —respondió Cassandra, sacando la bolsa que había comprado después de internarse en el bosque. La depositó sobre la mesa como si nada.

Su madre siguió con lo suyo, hablándole de tareas escolares y una vecina que se había peleado con otra por los perros que ladraban de noche. Cassandra asentía, pero una parte de su mente seguía atrapada entre los árboles, en el destello del reloj roto y la figura que no alcanzó a ver del todo.

Cuando por fin la dejaron subir a su habitación, cerró la puerta con la excusa de hacer la tarea. Recién entonces respiró profundamente y sacó de la mochila la bolsa con la evidencia. La colocó sobre la cama con sumo cuidado.

Era hora de repetir el método que había usado la primera vez… pero esta vez con algo más fuerte que palabras.

Abrió la caja de madera donde guardaba su “kit secreto”: hojas lisas sin renglones, sobres blancos, guantes de tela, una lapicera de tinta negra y el pequeño sello con las iniciales dobles que había improvisado: H&M. Hugin y Munin.

Pero antes de escribir, debía preparar cómo entregar la prueba sin ser descubierta.

Pensó en la comisaría. Recordó cómo, la vez anterior, había dejado la carta en el buzón lateral de denuncias anónimas, ese que casi nadie usaba salvo los que temían represalias. Esta vez, no bastaba con un mensaje. Necesitaba camuflar el reloj de forma segura.

Sacó una caja pequeña de cartón donde antes habían venido lápices de colores. Colocó dentro una capa de algodón y, sin quitar la bolsa que protegía el reloj de sus huellas, lo acomodó con cuidado. Después envolvió todo con papel madera y preparó el sobre.

Tomó aire y comenzó a escribir la nueva carta, sin titubeos, como si la tinta ya supiera qué decir:

Estimados investigadores:

Me vuelvo a comunicar con ustedes, porque he encontrado un nuevo hallazgo. Tengo muchos por contarle, pero costaría creerme. Ustedes no encontraron otro objeto, pero lo he encontrado sí. El silencio del bosque no borra lo que se dejó atrás.

Dentro del sobre hallarán otro objeto, esta vez es un reloj que pertenecía a la víctima, no se encontraba a simple vista; estaba oculto como los secretos que muchos parecieran no ven. No lo ignoren. No se pregunten quien lo entrega. Mejor pregúntense por qué no lo encontraron.

El río guarda sólo lo que el bosque le permite. Y el bosque habló.

Hugin & Munin

Leyó la carta una vez más. No mencionaba su nombre, no mencionaba la visión. Solo dejaba la pista.

Dobló la hoja con precisión, la colocó en el sobre más grande junto a la caja envuelta y la selló con cinta. Luego estamparía las iniciales.

Esperó a que cayera la tarde. Su madre se ocupaba en preparar la cena y su padrastro aún no volvía. Dijo que iría a comprar un paquete de yerba que se había olvidado. La dejaron ir sin sospechas.

El camino a la comisaría estaba casi vacío a esa hora. Los faroles recién encendían una luz amarillenta que estiraba las sombras en el suelo. Cassandra caminaba con el corazón golpeándole las costillas, pero sus pasos eran firmes.

Cuando llegó al buzón lateral, miró a ambos lados. No había nadie. Sacó el paquete de su mochila y lo deslizó adentro. El golpe hueco al caer se sintió como un trueno contenido.

No esperó. No miró atrás. Regresó por una calle distinta, sin correr pero con el pulso encendido.

Mientras avanzaba, una certeza la acompañaba como una sombra aliada: esta vez, no podrían pasarla por alto.

La prueba ya no estaba bajo las hojas del bosque. Ahora estaba en manos de la policía.

Y la voz de Hugin y Munin acababa de volver a hablar.




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