Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

3° Parásito

Estaba rodeado por nada más que niebla y oscuridad. El piso bajo sus pies era apenas palpable, percibiéndose a sí mismo como una bolsa de papel arrastrada por una tenue corriente de viento. Pero no había viento, ni frío. No había nada excepto su propia desesperación.

Continuó andando por un camino incierto, escuchando cerca de él los pasos de alguien siguiéndolo. Sabía que ella estaba ahí, aunque no le importaba. Ignorando la presencia de la criatura, Greyson siguió su camino, tratando de entender dónde se encontraba. ¿El infierno, tal vez? No. Estaba seguro que seguía vivo, ya que podía escuchar en la lejanía el sonido de las enfermeras moviendo cosas en la habitación.

 Se detuvo de pronto, frunciendo el ceño mientras sonreía de medio lado. Había alcanzado a distinguir los pasos de Ana rodeándolo, escondiéndose entre la niebla de su vista. Acosándolo. Cerró los ojos y se mantuvo inmóvil, atento al caminar de Ana que cada vez, estaba más cerca.

 Cuando por fin sintió la respiración de la bestia acariciar su nuca, abrió los ojos, todavía sonriendo. Notó cómo las garras de Ana se sujetaban de su cuerpo. Las uñas se clavaron un poco en su garganta haciéndole sangrar apenas, aunque eso le causó dolor.

—No entiendo por qué haces esto  —le dijo Greyson sin voltear a verla—. A estas alturas, ¿a qué esperas que le tenga miedo? ¿A ti? No lo creo —comentó en burla.

Ana le gruñó en el oído. Greyson empuñó las manos. Después de todo el dolor que le hizo sentir en el interior del bosque al entrar en su cuerpo, y de mostrarse tal como era, no quedaba nada a qué temerle. Lo peor que podría hacerle era llevarlo al infierno, pero él ya lo había experimentado en la tierra al padecer a manos del tipo de demonio que eran algunas personas. No le emocionaba revivirlo; tampoco le asustaba.

Regresando la vista hacia el frente e ignorando por completo la presencia de Ana, distinguió una silueta pequeña sobresalir en la lejanía: una niña. Caminó despacio rumbo a ella con Ana tratando de detenerlo. Poniéndole más empeño en descubrir de quién se trataba, Greyson continuó avanzando. Al llegar a ella, no podía creer lo que se revelaba ante sus ojos.

La pequeña estaba sentada sobre una especie de plataforma viscosa, con algo negro sujetándole los brazos. Además, otra silueta más grande con patas similares a las de los ciempiés, sujetaba su pequeño cuerpo con posesividad, mientras extremidades más largas de araña le sobresalían a un bulto negro en su espalda.

Un repugnante olor a animal muerto molestó la nariz de Greyson al acercarse más, haciendo que necesitara cubrirse el rostro con una mano. Sintió fuertes ganas de vomitar.

«¿Si esto es Ana?», pensó Greyson refiriéndose a la criatura montada sobre su espalda, aquella que se aferraba a él con manos y piernas «¿Qué rayos es eso?».

Los ojos del muchacho se quedaron fijos sobre la niña. Tenía un fuerte presentimiento gritándole que, de un modo espeluznante y sádico que él no podría comprender, ambas cosas eran lo mismo. Tal vez de una nacía la otra, o dependían mutuamente para existir en diferente plano astral. Como fuera, estaba seguro que solo Susy podría descifrarlo.

Susy…                                                         

Un hueco de angustia e impotencia se le abrió en el pecho. Tenía tantos deseos de verla, que desde el día en que se topó con ella en la tumba de Víctor, se había encarnado de nuevo en sus pensamientos. Necesitaba saber cómo se encontraba, cómo la habían tratado en el hospital psiquiátrico. Necesitaba disculparse con ella por no haber estado a su lado en la adversidad. Sentía que le había fallado. Que la había abandonado.

Cerró los ojos encogiéndose en sí mismo. ¿Qué rayos pasaba con él? El dolor por la ausencia de Susy ardía en el fondo de su corazón, aunque no alcanzaba a comprender bien el motivo. Empuñó las manos al tener una idea incómoda.

«No puedes seguir enamorado», se dijo, sin notar que el pensamiento era más un reproche que una afirmación. «Pasaste demasiado tiempo añorándola, imaginando el día en que pudieras mirar de nuevo esos hermosos ojos que amabas. Y ahora, que pudiste verla aunque fuera unos instantes, te descompusiste. Es todo».

Apretó la mandíbula al recordar aquellos ayeres. Ella tenía cinco años, él once. Lo que dominó su corazón en ese entonces estaba mal en muchos sentidos. Se sentía como un maldito enfermo, y era una traición muy vil hacia Víctor. No le haría eso a alguien que lo apoyó tanto.




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