Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

5° Arder

Castiel había tardado casi una hora en tranquilizar a Marlene. Luego de explicarle a la chica el estado en que se encontraba Greyson —añadiendo por accidente la situación con Ana—, Marlene había salido corriendo de casa, rumbo al hospital. Castiel consiguió atraparla por un golpe de suerte, ya que por las lágrimas que tenía en los ojos, la visión se le dificultaba.

Al convencerla de volver a casa, Marlene continuó llorando en el sillón de la sala, suplicándole que le permitieran visitar a Greyson, pero Castiel no cedió. La situación involucraba ya a demasiadas personas, y él no consideraba prudente añadir a una más; sobre todo, tratándose de alguien tan importante para Greyson, que Ana podía utilizar ante cualquier descuido como una ventaja sobre ellos.

Castiel le había confesado lo ocurrido a Marlene porque sabía de sus sentimientos por Greyson, y en vista de que su hermano se balanceaba entre la vida y la muerte, consideraba justo que ella supiera el motivo en caso de salir mal.

—No quiero perderlo —comentó entre gimoteos Marlene. Tenía las manos cubriéndole el rostro—. Déjame ayudarlo.

—Nena, a menos que conozcas una forma de detener a ese demonio sin matar a Greyson en el proceso, dudo que puedas hacer algo. Lo siento.

—¡Pero…!

—No, no insistas. Estás muy sensible y podría hacerte algo —explicó Castiel mientras le ponía una mano sobre el hombro—. Puedes ayudarnos evitando más víctimas.

Marlene se abrazó a sí misma antes las palabras de Castiel. No le importaba si algo podía ocurrirle a ella, solo quería que Greyson estuviera bien. Solo eso. Lo amaba.

Castiel sintió mucha pena por la chica, así que se acercó a ella para abrazarla con fuerza antes de darse la vuelta y, tras volver a insistir en que no buscara a Greyson ya que no se le permitiría la entrada a la habitación, salió de esa casa para volver a la propia.

Al entrar por la puerta, encontró a Nigel dormido sobre el sillón con una expresión de sufrimiento. Ni en sus sueños estaba tranquilo, y era probable que se hubiese quedado dormido contra su voluntad; había padecido insomnio desde que todo comenzó, ahora el agotamiento le pasaba la factura.

—¿Y tú qué haces?  —le preguntó Castiel a Hans, que estaba un poco más adelante tomando fotografías con su celular de las marcas que Ana había dejado al secuestrar a Nigel.

—Trato de reunir evidencia. Mientras más pruebas tengamos para demostrar que esto es una posesión demoníaca, más posibilidades tenemos para que  el Vaticano autorice la realización de un exorcismo en Greyson.

—Susy dijo que teníamos setenta y dos horas antes de…

El muchacho guardó silencio, incapaz de terminar la oración. Bufó desviando la mirada hacia el durmiente Nigel para luego cruzarse de brazos. Hans lo miró con gesto serio y guardó su celular, sintiéndose algo impotente.

—Ya hemos gastado diecisiete horas —continuó Castiel—, incluyendo cuando lo sacamos del bosque, la cirugía, el tiempo que tardó en despertar y el desmayo de Susy. ¿En serio crees que hay tiempo de reunir evidencia, enviarla al Vaticano, esperar que acepten el exorcismo y luego encontrar a un sacerdote certificado para que lo haga? Llámame pesimista, pero dudo que todo eso se haga en cincuenta y cuatro horas.

Hans bajó la mirada. Castiel tenía razón, era poco tiempo pero ¿qué más podían hacer? No tenían pistas, ideas ni alguien que los orientara hacia una solución. Se frotó el cabello despacio y se sentó en el comedor.

—Por ahora, solo nos queda esperar a que Stephen nos de los resultados de ese extraño blog —comentó de pronto Nathan, llamando la atención de los otros dos hombres—. Vamos a mantener la calma.

El muchacho acaba de salir de la habitación que compartía con Greyson, y se había recargado sobre el marco de la puerta, solo mirando hacia Hans. Cargaba al conejo de peluche blanco en los brazos.

—¿Y mientras tanto qué? —habló alterado Hans, apretando los puños—. ¿Sugieres que no hagamos nada? 

—No hacer nada y mantener la calma son cosas muy diferentes. En este tipo de circunstancias debemos evitar nuestros dos peores enemigos: la  desesperación y la  estupidez.

—Nathan —susurró Castiel viendo a los ojos de su hermano.

—No cometamos errores que aumenten la desventaja que nos lleva. —Estuviesen de acuerdo o no con sus palabras, debían aceptar que Nathan tenía razón.

Tras relajarse un poco, Hans subió a su auto y regresó a casa. Stephen tendría las respuestas sobre Dany Zarahi y su macabro blog en una hora y media, aproximadamente; cuando las tuvieran en sus manos, actuarían. Mientras tanto, hablaría con Susy.




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