Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

6° Las voces del silencio |primera parte|

El grupo de policías se acercó a la puerta de la casa púrpura. Una vecina los había llamado una hora atrás, ya que un fétido aroma a carne putrefacta emanaba del interior del inmueble. Cuando el grupo de policías que atendió al llamado tocó a la puerta, y nadie respondió, se vieron en la necesidad de derribarla.

El interior de la casa se encontraba en completo silencio, sumido en la penumbra que provocaban las nubes negras del cielo; la luz estaba apagada. Los policías tomaron sus linternas de mano y caminaron con precaución, adentrándose más en la casa para revisar habitación por habitación.

La casa estaba sola, casi abandonada. Uno de los policías, de cabello rubio y ojos azules, que se encontraba revisando el armario ubicado justo bajo las escaleras, detectó que el horrible aroma provenía de una pequeña puerta a su lado derecho. El hombre abrió la puerta despacio, encontrando una escalera que conducía a un oscuro sótano.

El aroma repugnante que de ahí nacía resultaba asqueante, pero la escena que le acompañaba era mucho peor. Tirada en el suelo sobre un charco de sangre que nacía de todos sus orificios naturales, se encontraba una chica de cabello negro y piel un poco morena. En el cuerpo de la chica había áreas con hematomas, no cabía duda que el cabello se le caía a pedazos y, la apariencia general que poseía, era demacrada.

Cuando la policía se acercó a ella para verificar si estaba muerta o aún tenía probabilidades de seguir con vida, notaron que en el suelo justo al lado de su cabeza, lucía la palabra «mentira».

—Pobre chiquilla —le dijo el policía rubio a sus compañeros, al suponer que la occisa no tenía más de quince años.

El cuerpo de la muchacha fue cubierto con una manta blanca, y extraído con cuidado del interior del sótano. Al revisar con mayor detalle los cuadernos y documentos importantes y de identidad hallados en las habitaciones de las personas que, en algún momento habitaron esa casa, descubrieron bastantes estudios médicos intrigantes.

La familia compartía el mismo apellido con una de las fallecidas en el accidente de tránsito, que tuvo lugar en el parque Agua Roja semanas atrás. Y la chica, que parecía ser la última sobreviviente de esa familia, ahora también había partido.

Ante los policías, solo restaba que el forense confirmara la causa de muerte. Sin embargo, más de un policía sospechaba de un deceso por enfermedad, ya que según los expedientes médicos encontrados, la joven estaba desahuciada. Tenía leucemia en fase terminal.

El oficial de cabello rubio negó con la cabeza al salir de aquel horrendo inmueble, lamentándose lo mucho que esa jovencita debió sufrir, al encontrarse tan enferma y sola en una casa tan grande. ¿Cómo era posible que nadie se hubiese hecho cargo de ella? No lo entendía en lo más mínimo, pero ya era demasiado tarde para ayudarla.

—Espero que descanses en paz, Alba —susurró el policía antes de seguir su camino, alejándose de la ahora abandonada casa.

 

 

 

Apenas había entrado la mañana cuando Susy abrió los ojos. Se sentó sobre la cama, se llevó ambas manos al pecho y comenzó a sollozar en silencio. En sus sueños, había contemplado cómo Alba era encontrada por un ángel oscuro y enviada a un sitio lejano. No cabía lugar a dudas: su prima estaba muerta.

Se abrazó a sí misma con fuerza. Dios era bondadoso y comprensivo con sus hijos, pero ella estaba segura de que Alba, debido a las horribles cosas que hizo con premeditación, alevosía y ventaja, no tenía las puertas del cielo abiertas. Quizá el castigo sería por toda la eternidad, quizá por el tiempo que Dios considerara justo; para Susy, eso era algo desconocido. Solo temía que Alba hubiese terminado como esclava de Ana en el infierno, aunque algo muy en el fondo le decía que estaba en lo cierto.

Susy bajó la mirada, pasándose una mano por el rostro para limpiarse las lágrimas. Aún con todo lo que Alba le había dicho e intentado hacer, Susy la amaba; compartía su sangre y para ella, eso era razón suficiente para que tuviera un lugar en su corazón.

El tenue sonido de alguien llamando a la puerta llamó la atención de Susy. Hans estaba de pie en el umbral de la habitación, mirándola con una expresión conflictuada. Susy acostumbraba dormir con la puerta abierta desde que había ingresado al hospital psiquiátrico, pero aun así, notó que Hans se tomó la delicadeza de llamar a la puerta antes de entrar.

—¿Estás bien? —preguntó Hans en un dulce susurro—. Luces afligida.

—Alba murió —contestó Susy sin más. Hans guardó silencio.




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