Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

9° Encender el fuego

—¡No podemos entrar! —gritó Nigel de forma histérica, luego de haberle dado golpes a la puerta principal hasta el cansancio.

—Ana selló la casa —agregó Susy, dando un par de pasos hacia atrás—.  Tenemos que fragmentarla y así Vedher quedará solo.

—Pues hagámoslo de una vez. —El señor cura Benjamín se acercó a Susy y le colocó una mano en el hombro, a lo que la chica se giró para mirarlo con expresión seria—. Jamás he visto algo como esto, pero Nathan dice que tienes conocimientos, así que está en tus manos. Guíanos.

Susy asintió despacio con la cabeza antes de guiar al resto de los presentes hacia la parte trasera de la casa donde, tras sentarse en el piso haciendo un círculo y tomándose de las manos, Susy cerró los ojos.

—Necesito que todos imaginen un halo de luz a su alrededor —comentó Susy con tranquilidad—. Solo Nigel y yo podremos interactuar con Jenny, pero todos ustedes deben imaginar el halo también. Eso los protegerá de las cosas que nos esperan en ese lugar. Usted… —dijo Susy abriendo los ojos para mirar al sacerdote.

—Benjamín, señorita —atinó a decir al padre.

—Benjamín. Necesito que por favor esté preparado. Nigel y yo llegaremos hasta Ana y, cuando le dé la señal, por favor comience con el exorcismo. Ustedes apóyenlo con oraciones, chicos. Esto no va a ser sencillo.

Tras recibir una respuesta afirmativa por parte de todos, Susy volvió a cerrar los ojos, pidiéndole a Nigel que hiciera lo mismo.

—Escucha mi voz con claridad, Nigel —dijo Susy de forma pausada y meciendo la voz—. Pon tu mente en blanco. No hay nada más que tú, y ese halo de luz a tu alrededor. Inhala profundo. Exhala despacio. No hay nada más que tú, y ese halo de luz a tu alrededor.

La voz de Susy comenzó a desvanecerse en la inmensidad. Un silencio absoluto se hizo presente; el viento comenzó a soplar con calma. El ambiente que llenaba aquel momento se tornó pesado y en el aire parecía que el oxígeno se estaba agotando.

Aun manteniendo los ojos cerrados, Nigel fue capaz de contemplar cómo una profunda oscuridad comenzaba a devorarlo, mientras una sensación de asfixia se hacía presente. Tragó saliva. Estaba imaginando con todas sus fuerzas que aquel halo de luz lo rodeaba de pies a cabeza, dándole protección de la criatura que le pasó la respiración a unos escasos centímetros del cuello. ¿Solo él habría sentido eso? Quizá, pero prefería no enfocarse en nada que le hiciera desviar su atención del halo de luz.

De pronto, sintió que no pesaba nada. Su cuerpo se había convertido en una pluma que flotaba a merced del viento. Cuanta pura y maravillosa paz sentía en el alma. Se relajó tanto que, sin oponer resistencia, se dejó guiar por una mano cálida que lo sujetó de repente.

Podía oír voces murmurando a su alrededor, algunas de las cuales se acercaban para decirle cosas al oído antes de marcharse. ¿Así era como se sentía morir? Porque sin duda lo estaba disfrutando. Fue entonces que un escalofrío la recorrió la columna. ¿¡Acaso se estaba muriendo!? ¿Y quién le sujetaba la mano? Se asustó. Trató de oponer resistencia tirando de su mano hacia atrás sin lograr soltarse.

Sintió un frío carcomerle los huesos. La tristeza, la desesperación y el miedo estaban dominando a todos sus sentidos; solo deseaba abrir los ojos y volver a la realidad, despertar de la pesadilla acostado en su cama y correr a la habitación de Greyson en busca de protección.

Solo eso deseaba.

«Nigel».

Solo eso le pedía al cielo.

«Nigel».

Solo quería salir de la pesadilla.

—Nigel, abre los ojos —escuchó a una voz armoniosa susurrarle—. Abre los ojos. Estás a salvo.

Y así lo hizo, aunque despacio y con miedo. Frente a él estaba de pie un muchacho de cabello castaño y rostro amable. La luz que despedía de su cuerpo era intensa pero no lastimaba la vista. Tras analizar unos segundos el rostro moreno de ese chico, Nigel pudo reconocerlo.

—Víctor. —Una extraña sensación de tranquilidad lo invadió—. ¿Qué haces aquí?

—Susy me pidió que interviniera —dijo el muchacho llevándose ambas manos a la nuca y formando una enorme sonrisa—, así que voy ayudarlos a terminar con esa maldita cosa.

—¿Y cómo?

—Por favor, peque, ¡soy Víctor! Alguien tan genial como yo siempre tiene un as bajo la manga —respondió el muchacho guiñándole un ojo.




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