Las voces del silencio |sueños oscuros #4|

10° Despertar

Había transcurrido casi una semana desde que el corazón de Greyson se detuvo por varios minutos tras el último enfrentamiento con Vedher.  Desde entonces Greyson había permanecido en coma y el doctor, Erik, se reservaba el diagnóstico.

Por experiencia propia, Susy sabía que algunas personas podían despertar incluso después de una semana —o más— de encontrarse en estado de coma, pero también era consciente de que no todos los casos reaccionaban de la misma forma. A eso, habría que añadirle el daño que el cerebro de Greyson hubiese tenido por la falta de oxígeno e irrigación sanguínea. Las cosas no lucían bien, pero la esperanza se perdía al último ¿no? Pensaba Susy todo el tiempo.

Esa tarde, como ya era costumbre entre ellos, Susy, Stephen y Hans se encontraban en el hospital con Nathan, Castiel, James y Nigel. Solían reunirse en la habitación de Greyson para charlar con él y entre ellos, con la esperanza de así, hacer que despertara.

Erik les había comentado que estimular el cerebro de un paciente en coma con sonidos podía ayudar a que éste despertara, pero claro, dejándoles en claro también que no siempre el efecto resultaba positivo. A veces, simplemente ya no podían despertar. Y aunque no tenía el valor para decirlo, pensaba que Greyson necesitaba un milagro para salir de eso.

Cuando el reloj marcó las dos de la tarde, las horas de visita se dieron por terminadas. Podían volver a visitarlo hasta las cinco —les informó una enfermera pelirroja—, así que no tenía caso quedarse en el hospital tanto tiempo.

En el transcurso de esos siete días Susy había terminado por quedarse en la casa de Hans. Él y Stephen siempre la trataban con amabilidad y cariño. Y todas las tardes, cuando salían del hospital para irse a comer a casa, preparaban juntos la comida. La tranquilidad al fin había decidido regresar a la vida de la chica. O al menos un poco de ella.

Cerca de las cuatro y media de la tarde, Susy, Hans y Stephen subieron al auto para regresar al hospital. Por lo regular cuando ellos llegaban a la habitación de Greyson, los primeros en encontrarse ahí eran Nigel y sus hermanos, pero esa tarde para sorpresa de todos, la primera en estar ahí fue Marlene.

Unos días atrás Nathan le había confesado a Susy el tipo de relación que su hermano mantenía con la chica con quien, si bien no sostenía un noviazgo como tal, el interés del uno por el otro era claro. Incluso, años atrás fue el primer detonante de los motivos varios por los cuales Greyson y James no se toleraban. Susy entendía eso y lo respetaba, así que procuraba tratar a Marlene de forma amable.

Por su parte, Marlene no podía evitar darse cuenta de la manera en que Susy miraba a Greyson y, pese a sentir una aguja clavarse en su corazón cada vez que lo veía, pensaba que no tenía derecho alguno a molestarse con la chica. Después de todo ella misma no era más que una amiga para el muchacho; además Susy era una persona linda, agradable y muy gentil, así que se esforzaba en tratarla tan bien como se merecía.

Marlene saludó con timidez a Susy y a los demás al darse cuenta de que estaban mirándola mientras aseaba la frente de Greyson con un trapo húmedo.

—Lo escuché gemir cuando entré —dijo Marlene regresando la vista hacia Greyson—. Tiene un poco de fiebre y el doctor Erik me dijo que podía reducirla con un trapo y agua fría.

—Gracias —comentó Susy con una sonrisa. Marlene le sonrió de vuelta.

—¿Me dejas el trapo? Yo me haré cargo —habló Nathan esta vez extendiendo la mano en dirección de Marlene quien, tras asentir con la cabeza, le entregó el trapo—. Toma asiento, linda, por favor. Todos siéntense. Nigel trajo su teclado. A Greyson siempre le ha gustado que Nigel le cante, así que pensamos que podría… ya saben. Tal vez funcione.

Tras asentir con la cabeza, todos los presentes utilizaron las sillas que, desde hace una semana, reposaban todo el tiempo en la habitación del muchacho. Nigel se sentó al lado izquierdo de la cama, Nathan del lado derecho y Castiel se sentó sobre la cama a los pies de su hermano. De su único hermano de sangre.

 

 

 

Estaba rodeado por nada más que oscuridad. Pero no una oscuridad normal, sino una profunda y extensa como la de aquellas noches en que la luna decide mantenerse oculta. Era incapaz de ver hasta su propia mano.

Se sentía vacío, triste y solo. Quiso cubrirse la cabeza con las manos, frotarse el cabello con desesperación o abrazarse a sí mismo pero le resultaba imposible. No sentía ninguna parte de su cuerpo. ¿Así era morir? ¿Estaba condenado a la soledad infinita? Quizá al provocar el incendio y terminar por suicidarse, se convirtió en parte del demonio y ahora estaba atrapado en el infierno con él.




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