Las voces en el vacío

Segunda Parte: El contacto y la invasión (Capítulo II)

Me siento como si estuviera en un sueño, pero sé que esto es realidad. Hace cuatro días en el Centro de Comunicación Hermes, mientras tratábamos de enviar un mensaje a quienes habían enviado esa señal misteriosa, recibimos varios mensajes desesperados de las colonias, que decían que seres desconocidos los estaban atacando sin piedad.

Para nuestra sorpresa y horror, esos seres desconocidos enviaron un mensaje a la Tierra, diciendo que nos atacarían sin dejar sobrevivientes. Ahora, luego de que el Gobierno Mundial Unificado diera la noticia del ataque a las colonias y la amenaza de invasión a la Tierra, el miedo se ha propagado como un incendio forestal incontrolable.

En Berlín, La Habana y Ámsterdam, por ejemplo, según las noticias, hay pequeños disturbios y protestas que las fuerzas del orden ya lograron apaciguar, pero en otras ciudades, como Quito, Caracas y Seúl, el caos se apoderó de todo y todos.

Aquí en Nueva Edén, las cosas tampoco marchan tan bien que digamos; supongo que recuerdas en la parte anterior, había dicho como nuestra civilización al alcanzar la perfección se volvió fría, monótona y vacía como si no tuvieran un propósito en la vida, sin emociones, sin pasión... pues ahora con todo lo que está sucediendo, las cosas cambiaron. La perfección y la monotonía que una vez caracterizaron nuestra sociedad han dado paso al caos y la incertidumbre. La gente que antes caminaba por las calles con una sonrisa vacía y una mirada sin vida, ahora corre con una mezcla de miedo y desesperación en sus ojos. Los edificios que antes brillaban con una luz fría y calculada, ahora parecen opacos y grises, como si la propia luz se hubiera apagado.

Tal vez creas o piensas que soy una enferma o una psicópata por querer ver como las personas sufren, como todo es caos... pero no es así, es solo que luego de tanta perfección, tanta paz, tanta "alegría", parece nos convertimos en seres sin emociones, sin sentimientos y, sin embargo, la perfección que una vez odié, que me parecía hueca y sin sentido, ahora la estoy extrañando. La monotonía que una vez me aburrió, ahora me parece un refugio seguro y lamentablemente ya no existe.

La gente habla en susurros, compartiendo rumores y teorías sobre el ataque. Algunos dicen que es el fin del mundo, que la humanidad está condenada. Otros dicen que es una oportunidad, que podemos reconstruir y hacer las cosas de manera diferente. Yo no sé qué creer. La pregunta es, ¿qué viene ahora? ¿qué nos depara el futuro?

Salgo de casa directo a la calle y me sumerjo en la multitud. La gente me empuja, me golpea al caminar con rapidez, pero no me importa. Pues ya siento que me resignada, me dirijo a la misma tienda a comprar el que es mi último helado e ir después al mismo parque de siempre, a sentarme en silencio, a ver el panorama, a ver a las personas ir y venir, solo que esta vez... no lo hacen por rutina sino más bien, por instinto.

De repente, escucho un ruido, un ruido que me hace detenerme en seco. Es un ruido de motores, de máquinas, de algo que se acerca. Me vuelvo hacia el cielo, y lo que veo me hace contener la respiración. Una flota de naves parecidas a cazas de combate se acerca a la ciudad, sus luces dicen que no vienen a darnos besos o abrazos. Casi al segundo de que el primer grupo de naves aparece en el cielo empieza el ataque.

Aquellas naves comienzan a disparar, sus armas de plasma y misiles se parecen mucho a las humanas, pero más avanzadas, uno a uno, las naves van destruyendo todo a su paso. Los edificios importantes, los símbolos de nuestra civilización, comienzan a caer. El Ayuntamiento, el Centro de Convenciones, la Biblioteca... todo se derrumba en llamas. La gente corre despavorida, tratando de escapar del caos. Los gritos y los llantos llenan el aire, mezclados con el sonido de las explosiones y el estruendo de las naves.

Durante el ataque, el Gobierno Mundial Unificado, despliega a las Fuerzas de Defensa e intentan repeler el ataque, pero es inútil, a pesar de que los tanques, cazas de combate y el armamento antiaéreo derriba algunas de las naves invasoras, nuestras armas son destruidas en segundos, como si fueran juguetes.

Mi mente está en shock, mi cuerpo está paralizado. Solo puedo mirar, solo puedo presenciar la destrucción de mi ciudad. Las naves alienígenas siguen disparando, siguen destruyendo. Las calles están llenas de escombros, las casas están en ruinas. La gente está herida, está muriendo, niños, ancianos... todos son víctimas colaterales del ataque.

Sin dudar un segundo huyo de la destrucción, corro a toda prisa, sin mirar atrás, ignorando los gritos de las personas, ignorando su sufrimiento, su dolor... que hipócrita soy... Mientras sigo avanzando me topo con uno de mis compañeros de clases, William, me detengo a verlo y en sus ojos noto el miedo y el horror.

—Lisbeth, debemos irnos —me grita—. Debemos encontrar un lugar seguro.

Pero no puedo moverme. Estoy parada en la calle, William me tira del brazo, me obliga a correr. Corremos por las calles, tratando de escapar del caos. Pero no hay escape. La ciudad está siendo destruida, está siendo arrasada.

—Vamos a mi casa —le digo a William sin mirarlo.

El costado me duele de tanto correr, incluso mis piernas ya no dan más. Estoy exhausta, física y emocionalmente. La destrucción de la ciudad, la muerte de tantas personas, es demasiado para procesar. William no dice nada, solo me sigue. A nuestro alrededor, las naves continúan atacando, a lo lejos puedo ver como destruyen un hospital y un asilo de ancianos; esta vez ya no es miedo lo que siento, si no ira.




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