Me duele el cuerpo entero. Llevo ya cuatro meses en el ejército y aún no me acostumbro a la rutina diaria. Levantarme a las 5 am, correr o trotar varios kilómetros, entrenar con armas y tácticas... es agotador. Algunos de mis compañeros se retiraron voluntariamente luego de unos dos meses. Debido a la declaración de guerra, el adiestramiento es mucho más severo de lo que era, según palabras de los oficiales. El ambiente es tenso y la presión constante, empujándonos a todos al límite de nuestras capacidades físicas y mentales.
El día que me tocó ir al fuerte, me despedí de mis padres. Sin embargo, solo mi papá se despidió de mí; eso sí, a regañadientes. Mi madre estuvo desde el día que me aceptaron hasta ahora tratando de convencerme de que renuncie y que piense en los demás. Yo pienso en los demás, pero a mi manera, si se puede decir así. William no me dirigió la palabra, solo me mandó un mensaje simple con una palabra: "suerte". Ese día sentí una mezcla de tristeza y determinación, sabiendo que estaba dejando atrás a mi familia, pero también sabiendo que estaba tomando una decisión importante para mí.
La rutina en el fuerte es implacable. Cada día comienza antes del amanecer, con entrenamientos físicos y tácticos que ponen a prueba nuestra resistencia. A menudo me encuentro recordando los días en los que podía dormir hasta tarde y disfrutar de momentos de ocio. Ahora, esos días parecen un lujo lejano.
El recuerdo de mi partida aún pesa en mi corazón. La frialdad de mi madre, la indiferencia de William, y la resignación de mi padre son imágenes que me acompañan constantemente. Me pregunto si ellos han encontrado la manera de aceptar mi decisión o si siguen enojados conmigo. Cada mensaje que recibo de casa es un recordatorio de lo que dejé atrás, y aunque a veces me siento abrumada por la nostalgia, también encuentro en esos mensajes la fuerza para seguir adelante. Sé que debo mantenerme firme en mi propósito, no solo por mí, sino por todos aquellos a quienes quiero proteger.
El día de hoy, vamos a empezar a entrenar en simulaciones de combate. Me siento nerviosa, pero también emocionada. Quiero demostrar que puedo hacer esto. Mis compañeros también están nerviosos, pero al mismo tiempo ansiosos. A veces pienso en mis padres y en Will; es complicado no sentir culpa luego de haberlos abandonado.
Mi instructor, el sargento Thompson, nos da la orden de empezar. Es un hombre imponente, con una presencia que inspira respeto y miedo a partes iguales. Tiene aproximadamente unos 43 años, con una cara cuadrada y una mandíbula fuerte. Sus ojos son de un azul intenso, con una mirada penetrante que parece ver a través de ti. Su cabello es corto y oscuro, con algunas canas que le dan un aire de autoridad.
Su cuerpo es atlético y musculoso, producto de años de entrenamiento y tal vez combate. Lleva una cicatriz sobre su ceja izquierda, que le da un aire de experiencia y dureza. Su voz es profunda y autoritaria, con un tono que no admite discusiones. Cuando habla, todos escuchan. Tiene una presencia que es difícil de ignorar, y su liderazgo es indiscutible. Pero, a pesar de su dureza, hay algo en sus ojos que sugiere una profunda comprensión y empatía. No sé decir por qué, solo lo siento.
Sentada, espero mi turno, ya que esta simulación es individual. Según el sargento, es para ver cómo nos desenvolvemos en combate y así corregir los errores para, al final, empezar los entrenamientos por escuadrones. Uno a uno, mis compañeros van al simulador. Miro hacia el campo de simulación; hay un silencio muy profundo.
Me coloco el casco y el traje de entrenamiento, el cual se conecta con la realidad aumentada para las simulaciones de combate. El equipo es pesado, pero sé que es necesario para hacer la simulación lo más realista posible.
—¡Magallanes, adelante! —grita el sargento afuera de la sala de espera.
Respiro hondo y me dirijo al campo de simulación. Es una instalación avanzada de realidad aumentada, diseñada para recrear entornos de combate realistas y desafiantes. Cubre un área de varios kilómetros cuadrados, con terrenos variados que incluyen bosques, montañas, desiertos y ciudades en ruinas.
La simulación es generada por una red de satélites y torres de emisión, que crean un entorno inmersivo y dinámico. Los soldados pueden interactuar con el entorno de manera realista, utilizando armas y equipo que se comportan como en la vida real. El campo de simulación también cuenta con drones y robots que por medio de proyecciones que simulan enemigos, aliados y civiles, lo que permite a los soldados entrenar en escenarios complejos y realistas. La simulación se puede pausar, rebobinar y analizar en tiempo real, permitiendo a los instructores evaluar el desempeño de los soldados de forma minuciosa y brindar retroalimentación detallada.
—¡Escucha bien, Magallanes! Tu objetivo es tomar la bandera que está al otro extremo. El escenario de batalla es pequeño; usa el terreno a tu favor —el sargento Thompson se aclara la garganta y prosigue—. ¡Tienes treinta minutos, empieza!
La simulación comienza y me encuentro en medio de una calle desierta, con edificios en ruinas a mi alrededor. El sol virtual brilla en el cielo, proyectando sombras realistas en el suelo. Miro a mi alrededor, evaluando la situación. En silencio, avanzo a una velocidad prudente, observando el mapa en el visor. Unos puntos rojos se acercan a mí, por lo que me escondo detrás del pilar de uno de los edificios y espero unos segundos antes de disparar con el fusil de asalto. A quienes disparé eran unas sombras negras que simulaban ser el enemigo. Tras ver caer al último, continúo mi camino hacia el edificio donde me indica el visor que está la bandera.
Editado: 12.12.2024