Las voces en el vacío

Cuarta parte: El cese al fuego (Capítulo II)

Al abrir mis ojos, diviso la habitación en la que me encuentro. A mi izquierda, tengo una pinta de sangre conectada a mi brazo. El zumbido constante de las máquinas y el olor a desinfectante me indican que estoy en una enfermería. Intento moverme, pero un dolor agudo en mi costado me recuerda las heridas de la batalla.

Miro alrededor y veo a otros soldados en camas cercanas, algunos con vendajes y otros conectados a diversos equipos médicos. La luz tenue y el ambiente tranquilo contrastan con el caos que recuerdo de la batalla. Respiro hondo, tratando de calmar mi mente y procesar lo que ha sucedido. Lo que recuerdo de aquella batalla fue caer cerca del cuerpo de la capitán Takahashi después del bombardeo de los cazas y luego me quedé en blanco.

Un murmullo de voces llega desde el pasillo, interrumpiendo el silencio de la habitación. Reconozco una de las voces, es el doctor Fahim, una de los médicos de mayor confianza de la base Stalin. La puerta se abre y entra con una expresión de preocupación, pero también de alivio al verme despierta.

—¡Qué bueno que despertó sargento! —dice con una sonrisa cálida.

Aún desorientada trato de sentarme en la camilla, sin embargo, el doctor me lo impide debido a la gravedad de las lesiones que había sufrido en el combate. Intento sonreír, pero el dolor me detiene.

—¿Qué pasó después de que caí? —pregunto con voz débil, ansiosa por saber el desenlace de la batalla.

El doctor me mira en silencio por unos segundos, toma el expediente médico en sus manos antes de responder.

—Es mejor que sus hombres se lo digan.

Acto seguido el doctor deja pasar a Sofía, Paul, Helena y dos soldados cuyas identidades desconozco, todos se quedan quietos alrededor de la camilla y por sus miradas; noto que son noticias no tan buenas, cosa que me niego a creer. ¿No podemos tener una buena noticia de vez en cuando?; me pregunto, deseando que, por una vez, el destino nos brinde un respiro. El silencio en la habitación se siente ensordecedor mientras espero, el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.

Sofía avanza un paso, sus hombros cargados con el peso de la responsabilidad. La expresión en su rostro es una mezcla de tristeza y determinación. Paul se mantiene cerca, su mirada reflejando el dolor por las pérdidas sufridas. Helena, siempre fuerte y estoica, observa en silencio, como un pilar inquebrantable en medio del caos. Los dos soldados desconocidos permanecen detrás, mostrando su apoyo silencioso.

Mis pensamientos se arremolinan mientras trato de procesar la situación. Finalmente, Sofía toma aire y comienza a hablar, su voz apenas un susurro en el ambiente cargado de tensión.

—Fue una batalla jodida, sargento —Sofía toma un banquito que hay cerca y continua—. Luego del bombardeo y la llegada de los refuerzos, el combate escalo a niveles casi apocalípticos, si es una forma de llamarlo así.

—Perdimos aquella batalla —uno de los soldados desconocidos me mira directamente con un semblante que de una extraña forma transmite calma—. Pero logramos tomar el planeta en su totalidad.

Extrañada me siento en la camilla, esperando a que continúen hablando.

—Estuvo ingresada casi dos meses sargento —añade el otro soldado desconocido—. La capitán Takahashi fue dada de baja debido a su pierna mutilada y se retiró con honores, Pedro murió en el planeta durante los bombardeos y John... bueno, el agonizó durante dos días antes de fallecer aquí en la base.

Al escuchar como ese par de bastardos murieron en combate, el corazón me da un vuelco, no voy a mentir, les agarre cariño a esos dos y saber que terminaron en una funda para cadáveres es una noticia que me es difícil de digerir.

Miro a mis compañeros, los ojos de Sofía llenos de lágrimas no derramadas, Paul apretando los puños con frustración y más que todo Helena, siempre la roca, que en su silencio parece a punto de quebrarse, si ya perder a sus padres durante los ataques a la Tierra fue un duro golpe, ahora perder a la única familia que le quedaba... bueno, por dentro debe estar hecha pedazos y ni el más sincero y dulce consuelo serviría.

Me tomo un momento para respirar profundamente, sintiendo el dolor físico de mis heridas mezclarse con el dolor emocional de la pérdida de esos dos desgraciados. Levanto la cabeza, tratando de encontrar la fuerza para seguir adelante.

—Ellos abrazaron a la muerte y la recibieron con honor —miro a los muchachos durante unos segundos—. Es nuestro lema...

—Lo sabemos, sargento —responde Helena con un tono de voz muy suave—. La capitán Takahashi pidió que usted sea la oficial al mando desde ahora.

Miro a Helena, asimilando lo que acaba de decir. La capitán Takahashi me ha nombrado como la oficial al mando. La responsabilidad pesa sobre mis hombros, pero también siento un gran honor. Mis compañeros me miran con esperanza y determinación, sabiendo que debemos seguir adelante a pesar de las pérdidas.

—Una última cosa sargento —Paul saca de su bolsillo un pequeño proyector—. La capitán dejo un mensaje para usted.

Asiento lentamente y mientras mis compañeros se retiran para darme un momento de descanso, me recuesto en la camilla, permitiendo que el agotamiento me alcance. La mezcla de dolor físico y emocional es abrumadora, cierro los ojos por un momento antes de tomar el proyector y activar la grabación holográfica, ignorando el sonido de las máquinas y el murmullo lejano de la enfermería, escucho con atención el mensaje de la capitán Takahashi.

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