Los días que mi unidad estuvo en Crorth X fueron como una montaña rusa; en serio, cada día era una sorpresa. Desde algunas batallas cortas contra Zulú hasta momentos tranquilos en la base, donde los nativos del planeta nos visitaban. A pesar de que no podíamos entendernos completamente, entablamos relaciones bastante fuertes y aprendimos algunas de sus costumbres y tácticas de guerra. Sus métodos eran más rastreros que los nuestros, pero efectivos en combate. En una escaramuza nocturna, utilizamos una de estas tácticas: consistió en colgar los cadáveres de algunos guerreros Zulú abatidos en batallas anteriores en puntos estratégicos y, sin ser vistos, los quemábamos. Luego, usamos unos extraños objetos que producían sonidos escalofriantes, casi de pesadilla. Esto buscaba acobardar al enemigo. Sin embargo, sabiendo que Zulú era un adversario tenaz, Lyra y yo dirigimos grupos pequeños en puntos clave para sorprender a la patrulla Zulú que se acercaba, observando desconcertados lo que "mágicamente" sucedía a su alrededor.
Al ver los cuerpos consumirse por las llamas y escuchar los sonidos de estos objetos locales, la patrulla Zulú se llenó de confusión y miedo. Aprovechando ese momento, lanzamos una emboscada contra ellos, disparando ráfagas de plasma a media y corta distancia, abatiendo a cuantos guerreros Zulú se cruzaban en nuestro camino. Incluso cubrimos nuestros trajes de combate con la pintura de guerra de los nativos, para provocar más terror, cual demonios nocturnos. No tuvieron oportunidad para contraatacar; la mayoría cayó abatida, y los pocos que quedaron se rindieron, dominados por el miedo.
Durante los días más tranquilos, nos dirigíamos a la ciudad en busca de suministros o simplemente para disfrutar de momentos de paz. Jugábamos con los niños y compartíamos risas y juegos. Algunos soldados incluso les enseñaron a jugar fútbol, y ver cómo los pequeños se divertían era un soplo de aire fresco entre tanta matanza y horror. Con dificultad, aprendieron las reglas básicas del juego, y verlos celebrar los goles era bastante divertido.
También aprendimos de sus festividades y tradiciones. En una de nuestras visitas, los nativos nos invitaron a participar en una ceremonia de agradecimiento a sus ancestros. Encendieron fuegos sagrados y cantaron melodías ancestrales que resonaban en el aire nocturno. Fue una experiencia enriquecedora y espiritual, que nos conectó más profundamente con ellos y nos recordó que la vida, incluso en tiempos de conflicto, tiene momentos de pura belleza y significado.
Cuando llegó el día de dejar el planeta, muchos nativos vinieron a darnos amuletos a cada soldado, incluyéndome a mí. Según entendíamos con señas, estos eran amuletos de protección. Estos amuletos estaban bellamente elaborados a mano, con materiales que reflejaban la rica cultura y tradiciones de los nativos. Cada uno era único y tenía un significado especial. Luego nos dimos mutuamente un abrazo, los abrazos eran cálidos y sinceros, como si nos estuviéramos despidiendo de una familia, una muy extraña y peculiar familia.
Nuestro tiempo en Crorth X terminó dejando una marca imborrable en nuestras almas. Pues no solo la humanidad era una víctima, muchas otras razas compartían el mismo dolor que nosotros, y ese dolor es lo que nos hacía fuertes, era el combustible perfecto para superarse. Con estas experiencias, estábamos más preparados para enfrentar lo que viniera y seguir adelante, siempre recordando el valor de la vida y la importancia de la esperanza.
Volvamos al presente o me pondré sentimental. Estamos en la nueva base espacial Churchill, a millones de años luz de casa. La estadía es como estar nuevamente en el reclutamiento. Los días comienzan temprano, con entrenamientos y ejercicios rutinarios, asegurándonos de mantener nuestra condición física. Las sesiones de entrenamiento se alternan con clases y simulaciones en los campos de realidad aumentada, manteniendo nuestras habilidades afiladas y listas para cualquier eventualidad.
Durante los descansos, todo era relajación. Algunos soldados se reúnen en las áreas comunes para socializar, jugar a las cartas, videojuegos y otros, iban a sus habitaciones a revolcarse cual animales en celo. También hay programas de bienestar y apoyo psicológico disponibles para aquellos que necesitan lidiar con el estrés postraumático de la guerra.
Por otro lado, los informes y noticias de las batallas en otras partes de la galaxia llegan regularmente. Aunque ya no estamos en el frente, seguimos en contacto con la realidad de la guerra. Escuchamos acerca de escaramuzas esporádicas en varios planetas, misiones de rescate, buscar y destruir, victorias motivadoras y amargas derrotas en algunas regiones. Cada informe es una mezcla de esperanza y preocupación, recordándonos que nuestra lucha aún no ha terminado por completo.
Mientras estoy almorzando, Sofía, Paul, Zerid y Lyra se sientan conmigo a comer. El silencio entre cada uno de nosotros es casi incómodo, pero no molesto. El comedor está lleno de murmullos y risas de otros soldados, pero nuestra mesa permanece en un silencio reflexivo. Luego de unos minutos, Paul rompe el silencio.
—Sabes Lisbeth —dice mirando su plato por unos segundos—. Nuestra unidad tiene una regla... no entablar vínculos tan cercanos y aunque se cumple, siento que nos conocemos de hace varios años.
Su tono es pensativo, y miro mi plato, asintiendo con suavidad.
—Se a lo que te refieres —contesto mientras tomo un poco de pollo y como despacio—. Por ejemplo, a ustedes nunca los conocí bien y, aun así, les tengo cariño y confianza, bastardos.
Editado: 13.01.2025