Lisbeth
No olvido cuando llegamos a la Tierra; mis muchachos y yo estábamos tan impacientes que los nervios nos mataban. De entre todos los viajes que se han realizado, este sin duda es el más largo de todos; la misma nave que nos envió al infierno, era la misma que nos llevaba de regreso. Abandonamos la base Churchill dos días después de los acuerdos de paz y puedo decir que dentro de la nave era una fiesta total. Pasamos la mayor parte del tiempo en la cafetería de la Aurora, algunos ahogándose en cerveza, conversaciones, juegos, bromas.
Solo Helena permanecía en silencio, un silencio triste y unas solitarias lágrimas recorrían sus mejillas. La tripulación, aunque consciente de su dolor, respetaba su espacio, permitiéndole procesar sus emociones a su manera. Todos sabíamos que ella había perdido mucho durante el conflicto, y este viaje de regreso significaba enfrentar esas pérdidas de frente. Otros decidieron organizar pequeñas competencias para pasar el rato: torneos de ajedrez improvisados, desafíos de destreza con cubiertos y hasta carreras en los pasillos de la nave. Las risas llenaban el aire, y por momentos, logramos olvidar el peso de lo que habíamos dejado atrás.
Finalmente, luego de un largo viaje, la Aurora entró en la Vía Láctea, para luego acelerar hacia el Sistema Solar. Las estrellas brillaban como un mar de diamantes en el vasto universo, creando un escenario impresionante mientras nos acercábamos a nuestro destino final. El Sistema Solar se desplegó ante nuestros ojos, y la emoción en la nave creció a medida que pasábamos junto a los planetas. Júpiter con sus franjas imponentes, Saturno y sus anillos resplandecientes, y finalmente, la Tierra, nuestro hogar. La nave comenzó su aproximación final, y la silueta azul y verde del planeta se hacía cada vez más grande a medida que observábamos por las pantallas holográficas.
La Aurora tocó el suelo terrestre horas después de verificar identidad y códigos en el puesto de seguridad en la órbita de la Tierra, donde nos asignaron la plataforma cuatro. Cuando salimos, el recibimiento fue bastante acalorado. El público en general estaba presente, con aplausos, vítores y banderas ondeando en el aire. Sentía la calidez y el apoyo de la gente, un recordatorio de por qué habíamos luchado. El presidente brindó unas palabras y un minuto de silencio tanto por los caídos como por los pocos muertos que regresaron a casa, incluso la capitán Takahashi estuvo presente, mirándonos con su característica dureza, pero con un notable orgullo, pues a pesar de haberse retirado del servicio activo con honores, se mantuvo en las Fuerzas de Defensa como instructora y con el permiso del general Pérez, ella nos colocó nuestras medallas.
Después de la ceremonia, fuimos a una cena pequeña para después ser transportados a nuestras respectivas casas. Helena, con una expresión de profunda reflexión, se separó del grupo y se dirigió sola a su hogar. Respetamos su decisión, comprendiendo que necesitaba ese momento para ella misma. El transporte se vaciaba lentamente a medida que cada uno llegaba a sus respectivos hogares. Al llegar a mi casa, una oleada de emociones me invadió al ver a mis padres esperándome en la entrada. Sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría mientras corrían hacia mí, abrazándome con fuerza. Las lágrimas de felicidad se mezclaban con palabras de bienvenida y alivio.
William me abrazó con una fuerza que parecía sobrehumana, mientras se disculpaba por no apoyarme cuando me aliste en las Fuerzas de Defensa. De manera inesperada, Melissa estaba presente, tomando de la mano de Aki. El pequeño Zor-Veen se acercó a mí agradeciéndome por haberlo ayudado. Rodeada de las personas que amaba y había protegido, sentí una profunda sensación de paz y gratitud. Obviamente no olvidé de enterrar las cenizas del mentor de Zerid, pues, aunque fue el enemigo e hizo cosas horribles, se merece un poco de respeto.
Ahora, han pasado seis años desde la llegada y me tomo un momento para reflexionar sobre cuánto he cambiado durante todo este tiempo. Atrás quedó la jovencita que solía ser, la pequeña adolescente que vivía en un mundo tan avanzado, tan perfecto y tan pacífico que, aunque intrigante, siempre me parecía superficial y vacío, quien solía pensar que un poco de caos y sufrimiento podría devolverle a la humanidad su autenticidad, su vitalidad.
La guerra, con toda su brutalidad y caos, me mostró una realidad completamente diferente. Al mirar el resultado de este conflicto comprendí que lo que deseaba no era más que un espejismo vacío. Ver a mis compañeros caer abatidos, terminar heridos, ser dados de baja de las Fuerzas de Defensa, y presenciar tanta destrucción no solo en nuestro bando sino también entre los inocentes que se convirtieron en víctimas colaterales me hizo entender a las malas que la verdadera autenticidad humana no radica en la capacidad de mantener siempre un equilibrio entre la luz y la oscuridad, sino en la capacidad de encontrar y proteger la paz por la que muchos nos hemos sacrificado.
Aunque sea una paz que nos haga superficiales, monótonos. Es la meta por la que nuestros antecesores lucharon siglos atrás y por la que ahora nosotros, estamos obligados a preservar para que no se repita lo que vivimos.
Dejé mis estudios por enrolarme en las Fuerzas de Defensa, dejando atrás un futuro que parecía prometedor por uno que, en lo personal, era mucho más significativo. Finalicé la preparatoria con 21 años, un logro que no solo representaba una meta académica, sino también mi resiliencia y determinación.
Enfrenté desafíos que jamás imaginé, pero también descubrí una fuerza interior y un sentido de propósito que redefinieron mi vida. Las Fuerzas de Defensa me enseñaron más de lo que cualquier libro de texto podría haberme ofrecido: lecciones de vida, valentía, sacrificio y la importancia de luchar por algo más grande que uno mismo (no quiero decir que ser civil sea un desperdicio, de hecho, muchos soldados volvieron a la vida civil y la disfrutan); ahora, mientras reflexiono sobre el pasado y miro hacia el futuro, siento que fue la mejor decisión que tomé, aunque haya sido apresurada. Me brindó una familia y un propósito, me permitió encontrar mi verdadero yo. Decidí quedarme en las Fuerzas de Defensa, porque aquí encontré mi lugar, mi hogar.
Editado: 13.01.2025