Las voces en el vacío

Cuarta Parte: El cese al fuego (Capítulo V)

En silencio nos preparamos todos, cada uno con sus trajes de combate, listos para el ataque decisivo. A pesar de algunas derrotas en planetas como Heyama, Aphus II y Anzorth, la moral de las Fuerzas de Defensa no ha disminuido. Las fragatas y corbetas ya están alineadas, esperando la orden de partir. Las unidades preparadas en los hangares, cada soldado revisando su equipo por última vez y las naves de bajada en revisión de rutina, cambiando sus núcleos de poder y reabasteciendo munición de las armas.

Mis tropas y yo pintamos nuestros trajes de combate con la pintura de guerra de los nativos del planeta Crorth X, recordando que esta lucha al menos para mi unidad, no es solo por la humanidad sino también por aquellos que cayeron bajo un yugo cruel y despiadado, un yugo que está a punto de acabar.

El general Pérez se acerca a cada equipo a revisar y a despedirse de cada uno de los soldados. Sinceramente, le falta tiempo para estrechar la mano de todos los presentes y con un contundente «adelante», todos abordamos las naves de bajada, listos para morir. El sargento Gómez, nuestro diestro piloto y el único loco capaz de bajarnos a un planeta en medio de una lluvia de energía, enciende los motores de la nave, el sonido extrañamente es más ensordecedor que las otras veces, como si hasta la misma máquina estuviera emocionada por participar en este asalto. Antes de partir, una voz conocida me llama desde el hangar y al voltear veo a Helena con su armadura de combate.

—No se supone que te dieron de baja —le digo al ver su pierna mutilada reemplazada con una prótesis cyborg.

—El general me autorizó participar —me responde Helena con una sonrisa, las heridas de su rostro habían sanado parcialmente—. ¿No me dejarás quedarme con las ganas de matar a unas cuantas ratas verdad?

Al escucharla, no puedo evitar reírme por un momento.

—Conviértelos en mierda —le digo y la dejo abordar la nave.

Cuando ya estamos todos dentro, suspiro y con una voz firme y determinada, les digo por última vez a mis tropas:

—¡Es ahora o nunca! —levanto mi Thunderfire—. ¡Victoria aut mortem!

Supongo que recuerdan el grito de guerra de los soldados de la milenaria cultura espartana, pues mis hombres hicieron el mismo grito mientras golpeaban su pecho. A medida que nos elevamos, la nave se une a una formación de escolta con las fragatas y corbetas que lideran el camino. Las luces estroboscópicas de las naves más grandes iluminan la superficie metálica de nuestro transporte, creando un espectáculo visual mientras navegamos por el espacio.

Los motores rugen con intensidad, y el zumbido constante de la maquinaria se siente como una vibración en nuestros cuerpos. La flotilla avanza con decisión, abriéndose camino a través del vacío, cerrando filas y formando una barrera protectora alrededor de nuestras naves de bajada. La coordinación y precisión de cada maniobra es un testamento a la preparación meticulosa que había precedido esta misión decisiva.

Miro alrededor de la nave, observando a mis muchachos, mientras nos dirigimos al destino final. Helena se encuentra cerca de Zerid, y veo un momento de introspección reflejado en sus caras. Mientras la nave avanza sigilosamente, Helena se gira, su tono suave pero serio.

—Lamento mucho el cómo me comporte contigo —comienza, mordiéndose ligeramente el labio inferior—. Gracias por salvarme la vida.

—Está vien, entiendo tu pozición... conpartir filas kon un enemigo ez impocible de aceptar —Zerid asiente, y noto que sus ojos se suavizan.

—Eres una rata apestosa Zulú... pero tienes honor —escucho a Helena mientras ambos se estrechan la mano. Hay una verdadera sinceridad en el gesto, un reconocimiento del valor y la lealtad de cada uno.

—Zupongo ke este es el tipo de kozas ke la guerra noz enseña —dice Zerid soltando la mano de Helena y acomodarse en su puesto.

—Sí, nos enseña a respetar incluso a aquellos a quienes antes habríamos despreciado —responde Helena.

Ambos se quedan en un silencio cómodo, habiendo dejado atrás sus diferencias y encontrando un nuevo entendimiento mutuo. El viaje transcurre con una intensidad creciente, mientras las naves más grandes mantienen su formación y vigilamos el espacio en busca de alguna emboscada enemiga. La radio emite una serie de informes tranquilizadores, hasta que las pantallas holográficas muestran como la flota Zulú persigue a los señuelos hasta entrar en el Sistema Solar, donde da inicio la batalla. Las defensas coloniales y lunares se activan al unísono, desplegando un enjambre de cazas pilotados por IA y cazas pilotados por humanos que se lanzan hacia la flota enemiga. Las corbetas y fragatas de las Fuerzas de Defensa abren fuego, sus cañones de plasma y misiles de alta precisión iluminando el vacío del espacio. Cada disparo busca debilitar la formación enemiga, destruyendo cazas y naves menores mientras las naves capitales avanzan, ansiosas por el combate tan descomunal.

Las pantallas holográficas muestran cada maniobra con precisión. Las palabras se vuelven innecesarias a medida que observamos con asombro y tensión la danza mortal del combate. Un enjambre de cazas humanos se lanza en un ataque coordinado, sus cañones disparando con precisión letal mientras las naves enemigas repelen los ataques con igual tenacidad.

—¡Vamos, hijos de puta! —exclaman Paul y el soldado Nguyen al ver las naves enemigas siendo derribadas.




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