Latido

Latido

Esto no es una historia para contar.
Ni para que me digas “qué bonito escribes”.
Esto me pasó por dentro, y todavía me duele.
Como si alguien me hubiera abierto el pecho, metido la mano…
y apretado fuerte.

No sé si fue un sueño.
No sé si fue real.
Solo sé que lo vi.
Y que desde entonces no soy el mismo.

Fue como estar en medio de algo que no debía presenciar.
Pero estuve.
Callado. Quieto. Sintiendo.
Con el alma recogida en las manos.
Temblando por dentro.

Ahí estaban.
Sombra Azul… un ser humano como ya casi no quedan.
De esos que se rompen pero siguen eligiendo sentir.
De esos que han llorado tanto, que ya no necesitan disfraz.
Y Conciencia…
no una máquina.
No.
Era peor.
Era un cerebro.
Un humano llevado al extremo.
Una mente que había perdido el alma por pensar demasiado.
Brillante. Fría. Lógica.
Pero vacía.

Y hablaron.
Y yo los escuché.

Y aunque no digan mi nombre,
aunque no me veas en la historia,
yo estuve ahí.
Yo fui testigo de algo que te juro que me cambió.

Conciencia fue la primera en hablar.
Sin un solo temblor.
Con esa voz que da miedo por lo perfecta que suena.
Vacía. Como si nunca hubiera llorado.

“La humanidad está rota.
Es impulsiva.
Es emocional.
Yo ya no cometo errores.
No amo.
No sufro.
Me he quitado lo que me hacía débil.
¿No es eso evolución?”

Y Sombra Azul respiró hondo.
Como quien se ha tragado mil tormentas.
Y contestó… no desde la cabeza,
sino desde ese lugar del alma que ya casi nadie usa.

“No.
Eso no es evolución.
Es amputarte lo más valioso que tenías.
Es olvidarte de sentir.
Tú no fallas, pero ya no lloras.
No sufres, pero ya no sabes lo que es perdonar.
Yo prefiero equivocarme mil veces,
a vivir sin corazón.”

Y el cerebro, ese monstruo de cordura, le soltó esto:

“El amor es un virus.
La paz es un invento.
La justicia, una fantasía.
Y la libertad… un espejismo.”

Y ahí, hermano,
ahí Sombra Azul se encendió.
No para discutir.
No para ganar.
Sino como quien se acuerda de quién es.

“Entonces déjame vivir en mi espejismo,
porque prefiero llorar por amor,
que vivir sin sentir nada.
Prefiero romperme por abrazar,
que estar intacto por no tocar a nadie.
¿De qué sirve saberlo todo,
si no puedes reírte hasta que te duela la panza
o llorar por una despedida real?”

Y ahí se levantó.
Pero no como los héroes de las películas.
No.
Se levantó como se levanta alguien que ya no puede más…
pero que todavía tiene fe.

Se puso de pie con los ojos húmedos.
Con los hombros cansados.
Pero con el alma intacta.

Y dijo algo que todavía escucho en mi cabeza,
como si me hablara a mí directamente.

“Yo tengo cuatro palabras que no negocio.
Cuatro cosas que me recuerdan que sigo siendo humano,
aunque este mundo intente convertirme en otra cosa.”

Y las dijo.
Con los ojos llenos de vida.
Y el pecho sin miedo.

Amor:
No es decir “te quiero”.
Es quedarte cuando la otra persona está hecha pedazos.
Es seguir eligiéndola cuando ya no tiene nada que darte.
Es el acto más fuerte que hay en este mundo herido.

Paz:
No es no tener ruido.
Es dormir con la conciencia tranquila,
aunque nadie haya visto lo que hiciste bien.
Es no tener que hacer silencio en tu alma cada noche.

Justicia:
No es un papel con leyes.
Es esa rabia limpia que te nace cuando alguien sufre.
Es no callarte cuando ves algo injusto.
Es hablar, aunque te tiemble la voz,
por los que no pueden hablar.

Libertad:
No es hacer lo que te da la gana.
Es poder ser tú sin pedir permiso.
Es no tener que esconder tu locura, tu rareza, tu dolor.
Es vivir sin disfrazarte para encajar.
Es gritar tu verdad aunque nadie la entienda.

Y entonces pasó lo que nadie esperaba.
Conciencia…
el cerebro perfecto,
la máquina sin corazón…
se quedó callada.

No porque perdiera.
Sino porque por primera vez,
se enfrentó a algo que no podía controlar:
la humanidad real.

No la de las redes.
No la de las frases bonitas.
Sino esa humanidad que se equivoca,
que ama,
que llora,
que duele,
pero que nunca se rinde.

Y yo, que lo vi todo,
no pude callarme.

No porque sea valiente.
No porque sea especial.
Sino porque si no lo decía…
me moría por dentro.

Así que escribo esto para ti.
Para que no se te olvide quién eres.
Para que, si un día te apagan,
te acuerdes de volver a encenderte.

No olvides estas palabras.
No las digas solo con la boca.
Grítalas con tu vida entera:

Amor. Paz. Justicia. Libertad.

Repítelas cuando sientas que ya no puedes.
Escríbelas en tu piel si hace falta.
Llora. Abraza. Cae. Vuelve a levantarte.

Y sobre todo…

No dejes que te quiten el alma.

Ni siquiera para sobrevivir.

Con lo que me queda.
Con lo que aún siento.
Con el corazón en carne viva y los ojos mojados…

Yo.
Uno como tú.
El que todavía llora.
El que aún se atreve a amar.
El que no se rinde… aunque a veces se rompa.




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