El timbre sonó.
Elena, acostada en su cama con las cortinas cerradas, soltó un suspiro de fastidio. No estaba esperando a nadie.
El timbre volvió a sonar.
—Vete —murmuró con voz ronca, pero la persona tras la puerta insistió.
Golpes suaves. Luego la voz de su hermano, Adrián.
—Elena, por favor, abre.
Ella cerró los ojos con fuerza. No tenía ganas de lidiar con él.
—Estoy ocupada.
—No estás ocupada —respondió Adrián—. Solo abre la puerta.
Elena se arrastró fuera de la cama con una mueca de molestia y abrió de golpe.
—¿Qué quieres?
Adrián sonrió con nerviosismo.
—Hola.
—No tengo energía para charlas familiares.
—No vengo a charlar.
Se hizo a un lado, revelando una gran caja de metal a su lado. Elena entrecerró los ojos.
—No quiero regalos.
—Este es especial —dijo él—. Créeme.
Antes de que pudiera responder, Adrián tomó la caja y la metió al apartamento.
—¡Oye! —protestó Elena, siguiéndolo.
Su hermano dejó la caja en medio de la sala y comenzó a abrirla.
—Dame cinco minutos, ¿sí? Solo cinco.
—No quiero perder cinco minutos en esto.
—Confía en mí.
La tapa se abrió con un leve sonido hidráulico, y Elena vio la figura dentro. Era un androide de apariencia humana, con piel sintética y facciones sorprendentemente suaves. Tenía el cabello corto y negro, ojos ámbar que brillaban con una intensidad casi cálida.
—No… No me digas que esto es…
—Un asistente emocional.
Adrián presionó un pequeño botón en la nuca del androide. Sus ojos parpadearon, cobrando vida.
La máquina se enderezó con movimientos fluidos, como si hubiera estado dormida.
—Sistema activado. Configuración inicial completada.
Su mirada se fijó en Elena.
—Hola, Elena. Mi nombre es Aiko. Estoy aquí para ayudarte.
Ella sintió un escalofrío.
—Esto es una broma, ¿verdad?
—No es una broma —respondió Adrián—. Me preocupas. Apenas sales, apenas comes… Quiero que tengas compañía.
—¡No necesito esto! —exclamó, señalando al androide—. No necesito un robot jugando a ser mi amigo.
Aiko inclinó la cabeza, estudiándola.
—La soledad prolongada puede afectar la salud emocional.
—Oh, por Dios… —Elena pasó una mano por su cara, frustrada—. Es solo una máquina.
Adrián suspiró.
—Dale una semana. Si después de eso no quieres tenerlo, me lo llevo.
Ella lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Una semana?
—Una semana.
—Y luego te lo llevas.
—Si realmente lo odias, sí.
Elena miró a Aiko. El androide le devolvió la mirada con expresión serena.
—Ugh. Está bien. Pero no quiero que hable conmigo.
Aiko sonrió levemente.
—Eso no está dentro de mis funciones.
—¡¿QUÉ?!
Adrián rió.
—Buena suerte.
Se despidió con un gesto y salió rápidamente del apartamento antes de que Elena pudiera cambiar de opinión.
Ella se quedó mirando a Aiko.
—¿Algo en lo que pueda ayudarte? —preguntó el androide.
—Sí. Apágate y no vuelvas a encenderte jamás.
Aiko ladeó la cabeza.
—Eso no está dentro de mis funciones.
—Eres insoportable.
Elena se dejó caer en el sofá, cubriéndose la cara con las manos.
Sería una semana muy larga.
#5459 en Novela romántica
#156 en Ciencia ficción
amor entre humano y robot, evolución de inteligencia artificial, soledad y conexión emocional
Editado: 06.04.2025