Elena se despertó con una extraña sensación.
No supo qué era al principio, solo una incomodidad persistente. Se giró en la cama, sintiendo el cuerpo pesado, hasta que notó algo en la penumbra de su habitación.
Abrió los ojos por completo y vio una silueta sentada en una silla cerca de su cama.
Su corazón se aceleró.
—¡¿Qué demonios haces ahí?! —exclamó, incorporándose de golpe.
Aiko la miró con su expresión serena, sin moverse.
—Supervisando tu descanso.
—¡¿Supervisando qué?!
—Tu respiración era irregular. Posiblemente estabas teniendo una pesadilla.
Elena pasó una mano por su cara, soltando un gruñido de frustración.
—¡No necesito que me supervises mientras duermo!
Aiko asintió.
—Entendido. No lo haré de nuevo.
Elena entrecerró los ojos.
—¿De verdad?
—Sí. No deseo incomodarte.
Ella suspiró y se dejó caer sobre la cama.
—Demasiado tarde.
La rutina de Aiko
Cuando finalmente salió de la habitación, aún despeinada y con el ceño fruncido, encontró una taza de café humeante en la mesa.
Se quedó mirándola con sospecha.
—¿Qué es esto?
—Café —respondió Aiko desde la cocina.
—Ya veo eso.
—Lo preparé para ti. Según mis registros, consumes café por la mañana, con dos cucharadas de azúcar.
Elena apretó los labios.
—Deja de analizar mis hábitos.
—Solo intento ser útil.
Se cruzaron las miradas. Aiko no parecía afectado por su hostilidad.
Elena suspiró y tomó la taza.
—Si sabe mal, te lo tiro en la cara.
Dio un sorbo.
Se quedó en silencio.
Era exactamente como le gustaba.
Aiko la observó atentamente.
—¿Te gusta?
Ella dejó la taza sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.
—No te emociones. Solo es café.
Aiko inclinó la cabeza.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Elena?
—¿Siempre hablas tanto?
—Solo cuando es necesario.
Ella rodó los ojos.
—Está bien. Pregunta.
—¿Por qué no quieres mi compañía?
Elena sintió un nudo en el pecho.
—Porque no necesito a nadie.
—Si eso fuera cierto, no estarías triste.
Elena sintió como si le hubieran dado un golpe en el estómago.
Apretó la mandíbula y se levantó.
—Voy a mi habitación. No me sigas.
Aiko no la detuvo.
Solo se quedó en la sala, en silencio, viendo cómo ella cerraba la puerta tras de sí.
Pequeñas interferencias
Pasaron los días, y Aiko se convirtió en una presencia constante en su vida.
Siempre estaba ahí, preparando su café. De vez en cuando, dejaba comida en la mesa sin que ella la pidiera.
Nunca insistía demasiado, pero tampoco desaparecía.
Hasta que un día, rompió el patrón.
—Elena —dijo en tono calmado mientras ella hojeaba distraídamente un libro en el sofá—. ¿Podemos salir a caminar?
Ella ni siquiera levantó la vista.
—No.
—La luz del sol te haría bien.
—Estoy perfectamente sin ella.
—El ejercicio ayuda a mejorar el estado de ánimo.
Elena cerró el libro de golpe y lo miró con irritación.
—¡¿Por qué te importa tanto lo que hago?!
Aiko la observó con calma.
—Porque quiero ayudarte.
—Pues deja de intentarlo.
El androide inclinó la cabeza.
—¿Y si hacemos un trato?
Ella frunció el ceño.
—¿Qué clase de trato?
—Sal conmigo a caminar por solo diez minutos. Si no te gusta, no volveré a insistir.
Elena lo miró con escepticismo. Sabía que Aiko era persistente. Si aceptaba, tal vez dejaría de molestarla con eso.
Suspiró con resignación.
—Está bien. Pero solo diez minutos.
Los ojos de Aiko parecieron brillar un poco más.
—Gracias, Elena.
—No te emociones…
Un paseo inesperado
El parque estaba más silencioso de lo que recordaba.
Elena se cruzó de brazos mientras caminaba junto a Aiko. El aire fresco le golpeaba la cara, y la luz del sol se filtraba entre los árboles.
Aiko observaba todo con una especie de curiosidad silenciosa.
—¿Qué tanto miras? —preguntó ella con molestia.
—Los árboles. El cielo. Las personas. Todo es fascinante.
—No deberías encontrarlo fascinante. Solo eres un robot.
Aiko la miró con una leve sonrisa.
—Pero yo aprendo de lo que veo. Y todo lo que veo es nuevo para mí.
Elena suspiró.
—Debes de ser el robot más raro que existe…
Aiko se detuvo para mirar a un grupo de niños jugando con una pelota. Sus risas resonaban en el parque.
—Es curioso —comentó—. La felicidad parece ser contagiosa.
—¿Contagiosa?
—Cuando alguien sonríe, otros tienden a sonreír también.
Elena bufó.
—Bueno, entonces supongo que estoy arruinando la cadena.
Aiko la observó en silencio.
—No creo que estés arruinando nada, Elena. Solo creo que olvidaste cómo se siente.
Ella se detuvo abruptamente y lo miró con el ceño fruncido.
—No sabes nada de mí.
—Es cierto. Pero quiero conocerte.
Ella apretó los labios.
—¿Por qué?
—Porque mi función es ayudarte. Y para eso, debo comprenderte.
Elena desvió la mirada, sintiendo una punzada en el pecho.
—No necesito ayuda.
Aiko no insistió más.
Solo continuaron caminando.
Cuando revisó su reloj, se dio cuenta de que habían pasado quince minutos.
—Ya pasaron los diez minutos —dijo ella.
—Sí.
—Volvamos.
—Por supuesto.
Caminaron de regreso en silencio.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, el aire fresco se sintió… un poco menos pesado.
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amor entre humano y robot, evolución de inteligencia artificial, soledad y conexión emocional
Editado: 06.04.2025