Latidos De Silicio

Capítulo 3: Límites invisibles

Elena pensó que después del paseo, Aiko la dejaría en paz.

Pero no fue así.

A la mañana siguiente, cuando se despertó y salió de su habitación, encontró la mesa lista con café y tostadas.

Se quedó mirándolo con sospecha.

—¿Qué es esto?

—Desayuno.

—¿Para mí?

Aiko asintió.

—Según mis registros, no desayunas con regularidad. Pero cuando lo haces, prefieres algo ligero.

Elena entrecerró los ojos.

—¿Me estuviste espiando?

—No. Solo observando.

Ella gruñó, pero se sentó de mala gana y tomó un sorbo de café.

—Si sigues haciendo esto, voy a empezar a pensar que te gusta atenderme.

—Mi programación me indica que debo cuidar de ti.

—¿Y qué pasa si no quiero que lo hagas?

Aiko ladeó la cabeza, como si procesara la pregunta.

—¿Realmente no quieres?

Elena abrió la boca para responder… pero se quedó en silencio.

¿Por qué le costaba tanto decir que no?

Finalmente, soltó un bufido y mordió una tostada.

—No hables mientras como.

—Entendido.

Y Aiko cumplió su promesa.

Por primera vez en mucho tiempo, Elena comió en silencio… pero sin sentirse completamente sola.

El intento de convivencia

Más tarde ese día, mientras Elena intentaba leer en el sofá, Aiko se sentó frente a ella con una expresión neutral.

Ella lo ignoró al principio, enfocándose en su libro.

Cinco minutos después, suspiró y cerró la novela de golpe.

—¿Tienes que mirarme así todo el tiempo?

—No te estoy mirando.

—Sí lo estás.

—Solo estoy presente.

Elena lo fulminó con la mirada.

—¿Y qué quieres?

—Hablar.

—No estoy de humor.

—Entiendo.

Hubo una pausa.

—Pero aun así quiero intentarlo.

Elena apretó los labios.

—Eres increíblemente molesto.

—Gracias.

Ella soltó un suspiro exasperado.

—Está bien. Habla.

Aiko pareció analizar sus palabras antes de preguntar:

—¿Siempre has vivido sola?

Elena sintió un nudo en el pecho.

—No.

—¿Extrañas no estar sola?

Ella lo miró fijamente.

—¿Siempre haces preguntas incómodas?

—Solo cuando son importantes.

Elena suspiró y apartó la mirada.

—No quiero hablar de eso.

Aiko asintió.

—Está bien.

Y por primera vez, no insistió más.

Interrupción inesperada

Horas después, alguien llamó a la puerta.

Elena frunció el ceño. No esperaba visitas.

Se levantó con desgana y abrió.

—¡Hermana! —exclamó Adrián con una sonrisa—. ¿Cómo va todo?

Elena se cruzó de brazos.

—Sobreviví.

—¿Y Aiko?

—Sigue aquí.

Adrián asomó la cabeza y vio al androide sentado en la sala.

—¡Vaya! Pareces muy cómodo.

Aiko inclinó la cabeza.

—Solo cumplo mi función.

Adrián rió.

—¿Te ha estado ayudando, Elena?

—Depende de lo que llames "ayudar".

—¿Entonces… te lo quedas?

Elena abrió la boca para responder… pero dudó.

Miró a Aiko de reojo.

El androide la observaba en silencio, esperando su respuesta.

Finalmente, suspiró.

—Aún no lo decido.

Adrián sonrió.

—Tómate tu tiempo.

Y, por alguna razón, esas palabras hicieron que el pecho de Elena se sintiera un poco más ligero.




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