Elena pensó que, después de su conversación con Adrián, podría mantener a Aiko a distancia.
Pero el androide tenía otros planes.
A lo largo de los días, continuó con su rutina de preparar café, dejar comida en la mesa y mantenerse en su campo de visión sin ser invasivo.
Elena se encontró en una situación extraña: Aiko no la presionaba, pero tampoco desaparecía.
Era como una sombra paciente.
Y, a pesar de sí misma, comenzó a acostumbrarse.
Hasta que un día, Aiko hizo algo inesperado.
La tormenta interna
Eran casi las diez de la noche cuando Elena salió de su habitación en busca de agua.
Se detuvo en seco al ver a Aiko sentado en la mesa, con una libreta en las manos.
—¿Qué haces?
Aiko levantó la mirada.
—Escribiendo.
Elena arqueó una ceja.
—¿Los robots pueden escribir?
—Sí. Aunque mi escritura no es por necesidad, sino por exploración.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Exploración de qué?
Aiko dejó la libreta sobre la mesa y la giró para que Elena pudiera verla.
Ella se acercó con desconfianza y leyó las primeras líneas.
Era una descripción.
De ella.
Sus movimientos, sus expresiones, cómo miraba por la ventana cuando pensaba en algo.
Elena sintió un escalofrío.
—¿Me estás analizando?
Aiko negó con la cabeza.
—No. Te estoy comprendiendo.
Ella apretó los labios.
—Es lo mismo.
—No lo es.
Elena lo fulminó con la mirada.
—No tienes derecho a escribir sobre mí.
Aiko la observó en silencio por unos segundos antes de responder.
—Si lo deseas, dejaré de hacerlo.
Elena sintió un nudo en el pecho.
Aiko siempre hacía eso. Nunca discutía. Nunca insistía. Solo aceptaba.
Y eso la desarmaba.
—Haz lo que quieras —dijo al final, dando media vuelta—. No me importa.
Pero, por alguna razón, sí le importaba.
Un pequeño cambio en la rutina
Al día siguiente, cuando Elena salió de su habitación, encontró un cuaderno en la mesa con su nombre escrito en la portada.
Frunció el ceño y lo tomó.
—¿Qué es esto?
Aiko, que estaba en la cocina preparando café, respondió sin mirarla.
—Un cuaderno para ti.
—¿Para qué lo quiero?
—Para que escribas.
Elena soltó una risa sin humor.
—No tengo nada que escribir.
—Tal vez. Pero si algún día quieres hacerlo, ahí lo tienes.
Elena miró el cuaderno con escepticismo.
Después de unos segundos, lo dejó sobre la mesa sin abrirlo y se dirigió a la ventana.
—Eres raro, ¿lo sabías?
—Sí.
—Y no te molesta.
—No.
Elena sonrió apenas.
—Bien por ti.
Aiko no respondió.
Pero, por primera vez en mucho tiempo, Elena sintió que alguien la estaba escuchando de verdad.
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amor entre humano y robot, evolución de inteligencia artificial, soledad y conexión emocional
Editado: 06.04.2025