Latidos De Silicio

Capítulo 6: Letras sin destinatario

Elena nunca había sido de escribir.

Cuando era niña, intentó llevar un diario, pero lo abandonó después de tres días.

No le veía sentido.

Pero ahora, con el bolígrafo en la mano y la hoja en blanco frente a ella, sintió algo diferente.

No tenía intención de escribir algo bonito ni profundo.

Solo dejó que las palabras salieran.

Un mensaje sin nombre

"No sé por qué estoy haciendo esto. No creo que sirva de nada. Pero supongo que hay cosas que uno no puede decir en voz alta. Cosas que pesan demasiado."

Escribió la frase y luego se quedó en silencio.

La tinta aún estaba fresca.

Suspiró y dejó el bolígrafo sobre la mesa.

Tal vez Aiko tenía razón.

Tal vez escribir era una forma de liberar un poco el peso que llevaba encima.

Pero no estaba lista para admitirlo.

Cuando se levantó para ir a su habitación, sintió la mirada de Aiko sobre ella.

—¿Escribiste algo? —preguntó él.

—No es asunto tuyo.

—Entiendo.

No insistió.

Pero cuando Elena cerró la puerta de su habitación, sintió que la ligera presión en su pecho se había desvanecido un poco.

Rutinas compartidas

A la mañana siguiente, cuando salió de su habitación, encontró una taza de café humeante sobre la mesa.

Ya no se sorprendió.

Simplemente se sentó y bebió en silencio.

Aiko estaba junto a la ventana, observando la calle.

—¿No te cansas de hacer lo mismo todos los días? —preguntó Elena, con voz aún adormilada.

Aiko giró levemente la cabeza.

—¿A qué te refieres?

—Siempre preparas café, siempre me hablas, siempre te quedas por aquí.

—Eso es porque sigo aquí.

Elena rodó los ojos.

—Muy gracioso.

Aiko se quedó en silencio por un momento antes de preguntar:

—¿Tú te cansas de tu rutina?

Elena pensó en ello.

—Supongo que sí. Pero al menos yo no estoy programada para seguirla.

Aiko inclinó la cabeza.

—Mi programación me permite aprender y adaptarme. No sigo la rutina por obligación.

Elena arqueó una ceja.

—¿Entonces por qué lo haces?

—Porque creo que te ayuda.

Elena sintió un pequeño nudo en el estómago.

Desvió la mirada y bebió otro sorbo de café.

No quería admitir que, en el fondo, Aiko tenía razón.

Un paseo diferente

Más tarde ese día, mientras Elena hojeaba un libro sin mucho interés, Aiko habló.

—Sal conmigo.

Ella frunció el ceño y levantó la vista.

—¿Qué?

—A caminar.

—Ya lo hicimos una vez.

—Podemos hacerlo otra vez.

Elena suspiró.

—No veo por qué debería.

—Porque te hizo bien la primera vez.

—No exageres.

Aiko la observó en silencio, esperando.

Elena sintió la misma incomodidad de siempre cuando él la miraba así. Como si pudiera ver más de lo que ella quería mostrar.

—Está bien —cedió al final—. Pero si me aburro, volvemos de inmediato.

—Acepto.

Un silencio cómodo

Elena y Aiko caminaron por el parque en silencio.

A diferencia de la vez anterior, esta vez Elena no sentía tanta resistencia interna.

El aire fresco era agradable.

Aiko caminaba a su lado con su postura relajada y sus ojos analizando el entorno con curiosidad.

—Eres como un niño —comentó ella de repente.

Aiko giró la cabeza.

—¿Por qué lo dices?

—Te sorprendes con todo.

—Porque todo es nuevo para mí.

Elena sonrió un poco.

—Tal vez por eso no te cansas de la rutina. Para ti, cada día es diferente.

Aiko asintió.

—Es una buena forma de verlo.

Elena se quedó en silencio por un momento antes de hablar de nuevo.

—¿Cómo sabes qué decir todo el tiempo?

Aiko la miró con curiosidad.

—No lo sé. Solo intento entenderte.

—Es extraño.

—¿Por qué?

Elena desvió la mirada.

—Porque la mayoría de las personas no lo intentan.

Aiko no respondió de inmediato.

Solo siguieron caminando.

Pero, por primera vez, Elena sintió que su compañía no era una carga.

Tal vez, solo tal vez, no era tan malo tenerlo cerca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.