Latidos De Silicio

Capítulo 8: Palabras no dichas

El cuaderno antiguo permaneció en el cajón los siguientes días.

Elena no lo tocó.

Pero tampoco lo olvidó.

Era como una sombra en su mente, un recordatorio de que, por mucho que intentara ignorarlo, su pasado seguía ahí.

Aiko no volvió a mencionarlo.

Y eso la inquietaba más de lo que quería admitir.

La pregunta inesperada

Una tarde, mientras Elena estaba en el sofá leyendo, Aiko se sentó frente a ella y la observó en silencio.

Ella intentó ignorarlo.

Pero después de un minuto entero, suspiró con fastidio y cerró el libro.

—¿Ahora qué?

Aiko ladeó la cabeza.

—¿Cómo te sientes hoy?

Elena arqueó una ceja.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque quiero saberlo.

—No tienes que hacerlo.

—Pero quiero hacerlo.

Elena parpadeó.

Nadie le preguntaba eso.

No de verdad.

—No sé —respondió al final—. Igual que siempre.

—Eso no me dice mucho.

Elena apretó los labios.

—Supongo que no es un mal día.

Aiko asintió.

—Eso es suficiente.

Elena frunció el ceño.

—¿Por qué te importa tanto?

—Porque tú me importas.

Ella sintió un escalofrío.

Desvió la mirada y tomó su libro de nuevo.

—No digas cosas raras.

Aiko no respondió.

Pero por el rabillo del ojo, Elena vio que seguía observándola.

Y por alguna razón, su pecho se sintió un poco más ligero.

Pequeños cambios

Con el paso de los días, Elena comenzó a notar algo extraño.

Sus pensamientos no eran tan oscuros como antes.

Seguían ahí, pero había momentos en los que se sentía… diferente.

No mejor.

Pero tampoco tan perdida.

Y, de alguna manera, Aiko siempre parecía notarlo.

—Has salido más al balcón últimamente —comentó una noche, mientras ella miraba las luces de la ciudad.

Elena se encogió de hombros.

—Me gusta el aire fresco.

—Antes no salías.

Ella suspiró.

—¿Siempre tienes que analizarlo todo?

—Es parte de mi naturaleza.

—Pues es molesto.

—Lo tendré en cuenta.

Elena sonrió un poco.

Aiko la miró fijamente.

—Sonreíste.

Ella puso los ojos en blanco.

—No empieces.

—Solo lo noté.

—Pues no lo notes.

—Es difícil no hacerlo.

Elena negó con la cabeza, pero no discutió más.

Porque, aunque no quería admitirlo, sabía que Aiko tenía razón.

Un recuerdo compartido

Esa misma noche, antes de dormir, Elena tomó el cuaderno de su cajón.

Esta vez, no lo cerró de inmediato.

En lugar de eso, pasó las páginas hasta encontrar una en particular.

Había un párrafo escrito con tinta temblorosa.

"A veces siento que nadie me ve. Que si desapareciera, a nadie le importaría."

Elena tragó saliva.

No sabía por qué lo hacía, pero antes de poder detenerse, salió de su habitación con el cuaderno en las manos.

Aiko estaba en la sala, organizando unos papeles.

Cuando la vio, se detuvo.

—¿Pasa algo?

Elena respiró hondo.

—Quiero mostrarte algo.

Aiko la observó con atención mientras ella se sentaba frente a él y abría el cuaderno.

Le mostró la página sin decir nada.

Aiko leyó en silencio.

Cuando levantó la mirada, su expresión era suave, pero seria.

—¿Sigues sintiéndote así?

Elena apretó los labios.

—A veces.

Aiko asintió.

—Pero ahora no estás sola.

Elena sostuvo su mirada por un momento antes de cerrar el cuaderno.

No dijo nada más.

No era necesario.

Porque, por primera vez, sintió que alguien realmente la entendía.




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