El cuaderno dejó de ser un objeto olvidado.
Ahora, cada noche, Elena lo sacaba de su cajón y escribía en él.
No siempre era algo profundo.
A veces solo escribía lo que había hecho ese día o frases sin sentido.
Pero escribir le resultaba… extraño.
Como si estuviera hablando consigo misma por primera vez en años.
Y aunque no lo admitiera, Aiko tenía algo que ver con eso.
Una conversación diferente
Esa mañana, mientras tomaban café en la mesa, Aiko rompió el silencio.
—He estado investigando sobre las emociones humanas.
Elena alzó una ceja.
—¿No lo hacías ya?
—Sí, pero ahora estoy tratando de comprenderlas de una manera más profunda.
—Buena suerte con eso. Ni los humanos nos entendemos a nosotros mismos.
Aiko ladeó la cabeza.
—¿Tú te entiendes?
Elena soltó una risa seca.
—Ni de cerca.
—¿Te gustaría hacerlo?
Elena jugueteó con la taza entre sus manos.
—No lo sé.
Hubo una pausa.
Aiko la observaba con esa calma que a veces la ponía nerviosa.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Depende de la pregunta.
Aiko asintió.
—¿Por qué te cuesta aceptar ayuda?
Elena se tensó.
—Eso fue directo.
—Lo siento.
—No, no lo sientes. Solo lo dices porque crees que es lo correcto.
Aiko la miró sin pestañear.
—Lo digo porque no quiero que te sientas incómoda.
Elena suspiró.
—No sé, Aiko. Es difícil.
—¿El qué?
—Confiar.
Hubo un silencio.
Aiko no dijo nada más.
Y, de alguna manera, eso hizo que Elena se sintiera un poco más ligera.
Un recuerdo doloroso
Esa tarde, mientras ordenaba algunas cosas en su habitación, encontró algo que la hizo detenerse.
Una vieja foto.
En ella, se veía a sí misma junto a su hermano, ambos sonriendo.
Era una foto de hace años. De cuando todavía creía que todo podía estar bien.
Un nudo se formó en su garganta.
Aiko pasó por el pasillo en ese momento y notó su expresión.
—¿Qué encontraste?
Elena bajó la mirada a la foto.
—Un recuerdo.
Aiko se acercó y la miró.
—¿Es un recuerdo bueno o malo?
Elena pensó en ello.
—Ambos.
Aiko asintió.
—A veces los recuerdos son así.
Elena lo miró de reojo.
—¿Cómo puedes decir eso si ni siquiera tienes recuerdos?
Aiko se quedó en silencio por un momento antes de responder:
—Porque he aprendido que los humanos viven entre el pasado y el presente. Y el pasado nunca es solo blanco o negro.
Elena tragó saliva.
—Supongo que tienes razón.
Por primera vez, se permitió sostener la foto un poco más antes de guardarla en el cajón.
No la escondió.
Solo la guardó.
Y, por alguna razón, eso le pareció suficiente por ahora.
Una pregunta sin respuesta
Esa noche, cuando se preparaba para dormir, Aiko habló desde la puerta de su habitación.
—Elena.
Ella se giró.
—¿Qué pasa?
Aiko la observó en silencio por un momento antes de preguntar:
—¿Qué significa para ti estar viva?
Elena frunció el ceño.
—Esa es una pregunta complicada.
—Lo sé.
—No tengo una respuesta.
Aiko asintió.
—Tal vez algún día la tengas.
Elena suspiró y se metió en la cama.
—Tal vez.
Pero mientras apagaba la luz, no pudo evitar pensar en ello.
Y por primera vez en mucho tiempo, no le molestó hacerse preguntas.
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Editado: 06.04.2025