Latidos De Silicio

Capítulo 10: El peso de un nombre

Elena no recordaba la última vez que había dicho su propio nombre en voz alta con intención.

No en una conversación casual.

No cuando alguien más la llamaba.

Sino en serio.

Mirarse al espejo y decir: “Soy Elena”, como si esas palabras significaran algo más que un conjunto de letras.

Aiko, en cambio, decía su nombre con facilidad.

Cada vez que hablaban, cada vez que la llamaba la atención.

Y ella no entendía por qué eso la hacía sentir… vista.

Una idea inesperada

Esa mañana, mientras bebían café en la mesa, Aiko hizo una pregunta extraña.

—¿Te gusta tu nombre?

Elena levantó la vista de su taza.

—¿Qué clase de pregunta es esa?

—Una simple.

Elena frunció el ceño.

—Nunca lo había pensado.

—¿Te gustaría otro?

Ella lo miró con curiosidad.

—¿Por qué preguntas eso?

—Porque los humanos eligen nombres para muchas cosas. Y me pregunto si los nombres que reciben al nacer siempre les quedan bien.

Elena se quedó en silencio.

Nunca había considerado esa idea.

—Supongo que… me da igual.

Aiko ladeó la cabeza.

—Si pudieras elegir un nuevo nombre, ¿lo harías?

Elena jugueteó con la cuchara en su taza.

—Tal vez. Pero no sé cuál.

—Eso es algo en lo que podrías pensar.

Elena le lanzó una mirada sospechosa.

—¿Estás insinuando que mi nombre no me queda bien?

Aiko negó con la cabeza.

—No. Solo me pregunto si lo sientes tuyo.

Elena sintió un escalofrío.

No respondió de inmediato.

Y, por alguna razón, eso le molestó.

Una visita inesperada

Esa tarde, mientras Elena acomodaba algunos libros en la estantería, alguien llamó a la puerta.

Se quedó inmóvil.

Nadie la visitaba.

Miró a Aiko.

—No ordené nada.

Aiko asintió y caminó hacia la puerta.

Cuando la abrió, la expresión de Elena se endureció.

Era su hermano.

—Hola, Elena.

Ella cruzó los brazos.

—¿Qué quieres?

Su hermano suspiró.

—Solo saber cómo estás.

—Estoy bien.

—¿Puedo pasar?

Elena apretó los labios.

—No.

Él bajó la mirada, como si hubiera esperado esa respuesta.

—Está bien.

Silencio incómodo.

Aiko observaba la escena sin intervenir.

Al final, su hermano sacó algo del bolsillo de su chaqueta.

—Mamá me pidió que te diera esto.

Era una pequeña libreta de cuero gastado.

Elena la tomó con cautela.

—¿Qué es?

—Algo que escribió cuando eras pequeña.

Elena sintió un nudo en el pecho.

Miró la libreta en sus manos, sin abrirla.

—Gracias.

Su hermano asintió.

—Si alguna vez quieres hablar…

—No quiero.

Hubo otra pausa.

Al final, su hermano suspiró y se dio la vuelta.

Aiko cerró la puerta con suavidad.

Elena no se movió.

Solo miró la libreta en sus manos, sintiendo su peso.

Un significado oculto

Esa noche, Elena se sentó en la mesa con la libreta frente a ella.

No la había abierto.

Aiko se sentó frente a ella, en silencio.

Después de unos minutos, Elena habló.

—¿Sabes por qué me llamo Elena?

Aiko la miró con atención.

—No.

Ella tomó aire.

—Mamá dijo que eligió ese nombre porque significaba “luz”.

Aiko asintió.

—Es un buen significado.

Elena soltó una risa amarga.

—Es irónico, ¿no?

Aiko no respondió de inmediato.

Luego, con voz tranquila, dijo:

—Tal vez no.

Elena lo miró fijamente.

—¿Por qué lo dices?

Aiko apoyó las manos sobre la mesa.

—Sigues aquí.

Elena sintió un escalofrío.

Desvió la mirada hacia la libreta.

Después de un largo silencio, la abrió.

Y, por primera vez, se permitió leer las palabras de su madre.

No sabía si encontraría respuestas.

Pero por primera vez, quería intentarlo.




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