La libreta de cuero tenía las hojas ligeramente amarillentas y el aroma inconfundible de papel envejecido.
Elena pasó los dedos por la portada con cautela.
Había algo aterrador en abrirla.
Como si al hacerlo, liberara un fantasma que había permanecido dormido durante años.
Aiko estaba sentado frente a ella, observándola en silencio.
No decía nada.
No la apresuraba.
Solo estaba ahí.
Y eso, de alguna manera, le daba valor.
Respiró hondo y abrió la libreta.
Palabras que duelen
Las primeras páginas estaban llenas de notas apresuradas, como si su madre hubiera escrito sus pensamientos sin un orden claro.
"Elena siempre fue una niña callada."
"A veces me pregunto en qué piensa."
"Quiero entenderla, pero no sé cómo."
Elena sintió un nudo en la garganta.
No recordaba a su madre así.
En su mente, ella siempre había sido fuerte, inquebrantable.
Pero estas palabras…
Eran de alguien que había estado igual de perdida.
Siguió leyendo.
"Hoy Elena me dijo que no quiere ir a la escuela. Dijo que nadie la entiende. No supe qué responderle."
"Quiero ser mejor para ella."
"¿Cómo puedo ayudarla si ni siquiera sé cómo ayudarme a mí misma?"
Elena cerró la libreta de golpe.
Su respiración era irregular.
Aiko no dijo nada.
Solo la miró con esa paciencia infinita que tenía.
—¿Quieres detenerte? —preguntó, con voz suave.
Elena negó con la cabeza.
—Solo… dame un momento.
Aiko asintió.
Elena apoyó los codos sobre la mesa y enterró el rostro en sus manos.
No sabía cómo sentirse.
Había pasado tanto tiempo pensando que su madre nunca la había entendido…
Pero tal vez ella tampoco había entendido a su madre.
Una conversación necesaria
Minutos después, Elena suspiró y levantó la vista.
—No sabía que mamá pensaba así.
Aiko entrelazó las manos sobre la mesa.
—Las personas no siempre dicen lo que sienten.
—Lo sé, pero…
Elena apretó los labios.
—Pensé que ella nunca notó lo que me pasaba.
—Tal vez lo notó más de lo que crees.
Elena jugueteó con la esquina de la libreta.
—Aiko… ¿alguna vez te has sentido impotente?
Él parpadeó.
—No de la manera en que lo sientes tú.
—¿Qué quieres decir?
—Sé lo que significa la impotencia. Puedo identificarla en los demás. Pero no la siento de la misma manera.
Elena asintió lentamente.
—Debe ser fácil.
Aiko la miró fijamente.
—No diría que es fácil.
—¿No?
—No sentir no siempre es una ventaja.
Elena lo observó con atención.
—¿Te gustaría sentir?
Aiko no respondió de inmediato.
Después de un momento, dijo:
—No lo sé.
—Bienvenido al club.
Aiko sonrió levemente.
—Gracias por aceptarme.
Elena rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír un poco también.
Una decisión diferente
Esa noche, Elena dejó la libreta sobre su mesa de noche en lugar de esconderla en un cajón.
No la cerró con llave.
No la alejó de su vista.
Simplemente la dejó ahí.
Aiko pasó por la puerta y la vio hacerlo.
—Eso es un cambio.
Elena se encogió de hombros.
—Supongo.
—¿Vas a seguir leyendo?
Ella miró la libreta por un momento antes de asentir.
—Sí.
—Me alegra oír eso.
Elena levantó una ceja.
—¿Por qué?
Aiko la miró con suavidad.
—Porque significa que no tienes miedo de enfrentarla.
Elena tragó saliva.
No respondió.
Solo apagó la luz y se metió en la cama.
Pero esa noche, por primera vez en mucho tiempo, durmió sin pesadillas.
Y eso, de alguna manera, significaba algo.
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Editado: 06.04.2025