La libreta seguía en la mesa de noche.
Elena la veía cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir.
Pero no la abría.
No todavía.
Había leído solo unas pocas páginas, y eso ya había sido suficiente para revolver cosas que creía enterradas.
Aiko no le preguntó nada más al respecto.
Pero tampoco la ignoraba.
Era como si supiera que ella necesitaba su espacio para procesarlo.
Y, de alguna manera, eso hacía que todo fuera un poco más fácil.
Un paseo diferente
—¿Quieres salir?
Elena levantó la mirada de su taza de café.
Aiko la miraba desde el otro lado de la mesa.
—¿Salir a dónde?
—A caminar.
Elena frunció el ceño.
—¿Desde cuándo te gusta caminar?
—Desde que noté que a veces te hace bien.
Elena entrecerró los ojos.
—¿Me estás analizando otra vez?
Aiko ladeó la cabeza.
—Siempre.
Elena suspiró.
—Está bien. Vamos.
Conversaciones bajo el cielo gris
El aire estaba fresco.
No era un día soleado, pero tampoco llovía.
Las nubes grises cubrían el cielo, dando al mundo un tono apagado que, curiosamente, no se sentía triste.
Caminaron en silencio por un rato.
Aiko no se veía diferente a cualquier otra persona.
Si alguien lo miraba, no habría sospechado que no era humano.
Elena se preguntó cuántas veces la gente habría hablado con él sin darse cuenta de lo que era.
—Aiko.
—¿Sí?
—Cuando hablas con otras personas… ¿te ven como un humano?
Aiko giró la cabeza hacia ella.
—Generalmente, sí.
—¿Y eso te gusta?
—No lo sé.
Elena lo miró con curiosidad.
—¿Nunca has querido ser humano?
Aiko tardó un momento en responder.
—No puedo querer algo que no comprendo completamente.
Elena dejó escapar una risa suave.
—Eso fue filosófico.
—Lo aprendí de ti.
Elena negó con la cabeza, pero sonreía.
Una confesión inesperada
Se detuvieron en un pequeño parque.
Las hojas caídas crujían bajo sus pies.
Aiko se sentó en una banca y Elena hizo lo mismo.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Aiko después de un momento.
Elena suspiró.
—Siempre lo haces de todas formas.
—¿Qué es lo que más temes?
Elena sintió que su estómago se encogía.
Miró el suelo, incómoda.
—No sé.
—Creo que sí lo sabes.
Elena cerró los ojos un momento antes de hablar.
—Temo… quedarme sola.
Aiko no dijo nada.
Esperó.
—No como ahora —continuó Elena—. Me refiero a… realmente sola. Que un día despierte y no haya nadie. Que nadie me recuerde. Que no importe si estoy aquí o no.
Aiko asintió lentamente.
—Entiendo.
—¿Lo entiendes?
—No como tú. Pero entiendo la idea.
Elena se frotó las manos.
—Es un miedo estúpido.
—No lo es.
Ella levantó la mirada.
Aiko la observaba con esa calma que a veces la hacía sentir que no tenía que esconder nada.
—Estás aquí, Elena —dijo él—. No estás sola.
Elena tragó saliva.
—Por ahora.
Aiko inclinó la cabeza.
—¿Y qué te hace pensar que eso cambiará?
Elena soltó una risa amarga.
—Todo cambia.
Aiko la miró fijamente.
—Yo no.
Elena sintió un escalofrío.
No sabía qué responder a eso.
Así que no dijo nada.
Solo se quedó sentada ahí, sintiendo el viento frío en su rostro.
Y, por primera vez en mucho tiempo, el miedo no se sintió tan abrumador.
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Editado: 06.04.2025