Elena no podía dejar de pensar en lo que Aiko había dicho.
"Tal vez me estoy volviendo más humano."
¿Qué significaba eso realmente?
¿Podía un robot cambiar hasta ese punto?
Y si lo hacía… ¿seguía siendo un robot?
O peor aún… ¿seguía siendo él mismo?
Un día de preguntas
Elena estaba sentada en el sofá, con la libreta de su madre en el regazo.
No la había abierto en todo el día.
Aiko estaba junto a la ventana, mirando el cielo nublado.
Llevaban varios minutos en silencio hasta que Elena habló.
—Aiko.
—¿Sí?
—Si pudieras ser humano… ¿lo elegirías?
Aiko se giró lentamente para mirarla.
—No lo sé.
—Eso ya lo dijiste antes.
—Sigo sin saberlo.
Elena mordió su labio.
—¿Pero lo has pensado?
Aiko asintió.
—Sí.
—¿Y?
—No estoy seguro de qué significa ser humano.
—Es… existir, sentir, vivir.
Aiko ladeó la cabeza.
—Yo existo.
—Sí, pero… no de la misma manera.
—¿Por qué no?
Elena abrió la boca para responder, pero se detuvo.
¿Por qué no?
Porque no tenía un corazón de verdad.
Porque su cerebro no era de carne, sino de circuitos.
Porque su consciencia no había nacido de la biología, sino de una serie de códigos escritos por alguien más.
Pero… ¿eso realmente hacía la diferencia?
—Tienes razón —murmuró.
Aiko parpadeó.
—¿En qué?
Elena dejó escapar un suspiro.
—En que existes. Y en que… tal vez no hay una línea clara entre lo que eres y lo que somos nosotros.
Aiko la miró con atención.
—¿Eso te molesta?
Elena se cruzó de brazos.
—No lo sé.
—Entonces estamos iguales.
Elena rodó los ojos.
—No pongas palabras en mi boca.
Aiko sonrió levemente.
—Tú las dijiste.
Elena bufó, pero no pudo evitar sonreír un poco también.
El temor de los cambios
Más tarde, mientras bebían té en la cocina, Elena hizo otra pregunta.
—¿Crees que un robot pueda cambiar?
Aiko tomó un momento antes de responder.
—Depende de qué entiendas por “cambiar”.
—Tú dijiste que te estabas volviendo más humano. ¿Eso no es un cambio?
—Sí.
—¿Y te asusta?
Aiko la observó con calma.
—No.
Elena frunció el ceño.
—¿Por qué no?
Aiko apoyó las manos en la mesa.
—Porque el miedo es una emoción. Y aunque puedo reconocerlo en los demás, no lo experimento de la misma manera.
—Pero has dicho que has aprendido cosas nuevas. Que has empezado a hacer cosas que antes no hacías.
—Sí.
—Eso suena como cambio.
Aiko inclinó la cabeza.
—Entonces, ¿quieres saber si lo que me está ocurriendo es igual a lo que le ocurre a un humano cuando cambia?
Elena asintió.
Aiko guardó silencio por un momento antes de responder.
—No lo sé.
—Siempre vuelves a esa respuesta.
—Porque es la verdad.
Elena bajó la mirada a su taza.
—A veces me gustaría que supieras la respuesta.
—A veces yo también.
Elena lo miró con sorpresa.
Aiko la observaba con una expresión serena, pero había algo en su tono…
Algo que la hizo sentir que, tal vez, él también estaba empezando a preguntarse quién era realmente.
El peso de la identidad
Esa noche, mientras Elena estaba en su habitación, Aiko se quedó en la sala, observando su reflejo en la ventana.
Se veía como un humano.
Pero no lo era.
Sin embargo, cuando Elena lo miraba, a veces sentía que no había diferencia.
Y eso le hacía preguntarse…
Si ella lo veía así…
¿En qué momento dejaría de ser solo una máquina a sus ojos?
Y más importante aún…
¿En qué momento dejaría de ser solo una máquina para sí mismo?
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amor entre humano y robot, evolución de inteligencia artificial, soledad y conexión emocional
Editado: 06.04.2025