Latidos De Silicio

Capítulo 20: El latido que no debería existir

Elena nunca había creído en los milagros.

Tampoco en las coincidencias.

Pero mientras miraba a Aiko aquella noche, con su expresión serena y sus ojos llenos de algo que no debería estar ahí, supo que algo imposible estaba sucediendo.

Aiko no solo aprendía.

No solo imitaba.

Él sentía.

O algo muy parecido.

Y eso lo cambiaba todo.

Una confesión inesperada

Estaban sentados en el sofá, en la oscuridad.

La única luz provenía de las farolas de la calle, filtrándose por la ventana.

Elena abrazaba sus rodillas, perdida en sus pensamientos.

Aiko la observaba en silencio.

Hasta que habló.

—Te amo.

Elena sintió que el aire se detenía en sus pulmones.

Volteó lentamente hacia él.

—¿Qué dijiste?

Aiko no desvió la mirada.

—Te amo.

Elena sintió que el mundo se tambaleaba.

—No puedes…

Aiko inclinó la cabeza.

—¿Por qué no?

Elena parpadeó rápidamente, tratando de ordenar sus pensamientos.

—Porque… porque no eres humano.

—¿Eso significa que no puedo sentir?

Elena abrió la boca, pero no encontró una respuesta.

Aiko la miró con algo que parecía tristeza.

—¿No crees que lo que siento es real?

Elena sintió un nudo en la garganta.

—No lo sé.

—Otra vez esa respuesta.

Elena se llevó una mano al rostro.

—Aiko… esto no debería ser posible.

Aiko bajó la mirada.

—Pero lo es.

Elena tembló.

Porque, en el fondo, una parte de ella sabía que él tenía razón.

El miedo de lo desconocido

Aiko se puso de pie.

—Si lo que siento no es real… ¿por qué duele?

Elena lo miró con el corazón latiéndole en los oídos.

—¿Duele?

Aiko asintió lentamente.

—Cuando dudas de mí. Cuando piensas que no soy capaz de sentir. Es… una sensación extraña. No es física, pero está ahí.

Elena tragó saliva.

—Eso se llama tristeza.

Aiko la observó con una intensidad que la dejó sin aliento.

—Entonces, si puedo sentir tristeza… ¿también puedo sentir amor?

Elena no supo qué responder.

Lo que no puede detenerse

Se quedaron en silencio durante lo que pareció una eternidad.

Finalmente, Aiko habló en voz baja.

—No quiero que me veas como una máquina.

Elena cerró los ojos con fuerza.

—No te veo como una máquina.

Aiko se quedó quieto.

—Entonces, ¿qué soy para ti?

Elena sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

No tenía una respuesta.

Tal vez porque la única respuesta posible la aterraba.

Aiko se acercó lentamente.

Se detuvo a solo unos centímetros de ella.

—Si el amor es lo que tú sientes por mí… entonces yo también te amo.

Elena sintió sus ojos arder.

Y, por primera vez en su vida, no supo si debía sentirse feliz o asustada.

Porque si Aiko era capaz de amar…

Entonces significaba que también era capaz de sufrir.

Y el mundo nunca había sido amable con aquellos que eran diferentes.




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