El sol entraba por la ventana iluminando mi habitación de una manera cálida, pero extrañamente fría al mismo tiempo. La luz se posaba sobre el suelo, casi en mis pies, pero yo no podía ver nada más que el test de embarazo en mis manos, ese pequeño objeto blanco que a partir de ese día definía mi futuro.
Sentía que el aire me faltaba, me era difícil respirar, como si el aire a mi alrededor fuera denso. El tiempo se había detenido para mí por unos instantes, instantes en los que mi cerebro y mi corazón luchaban entre sí para que tomara una decisión, o más bien, esperando que la realidad me abriera los ojos. Todo parecía tan irreal.
Estaba sentada en el borde de mi cama, con las manos sudorosas y la mente en blanco. A mi alrededor, las paredes de mi pequeño apartamento parecían cerrarse a mi alrededor. El recuerdo de lo sucedido la noche en que me dejé llevar por la pasión y la desesperación, seguía dándome vueltas en la cabeza. Jack… ¿Qué hice?
Tomé una respiración profunda y miré el test nuevamente. Lo había comprado esa mañana, con la intención de ignorarlo, de dejarlo en un rincón de mi mente y seguir con mi vida como si nada hubiera pasado. Pero el miedo me había hecho ir directamente al baño, y en ese momento, me encontraba con el resultado del test en mis manos.
Cuando vi las dos líneas rosadas, sentí que el mundo se me venía abajo. No podía ser. No podía ser cierto. Solo había sido una noche, solo una. Pensé que la píldora del día siguiente había sido suficiente, pero ahí estaban las líneas, claras como el agua.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no dejé que cayeran. No podía permitírmelo. ¿Cómo iba a decirle a Jack? ¿Cómo iba a enfrentarme a lo que un hijo significaba?
tape mi rostro con ambas manos, hiperventilando mientras sopesaba la decisión que tenía que tomar. Ya no había vuelta atrás. En ese momento, todo lo que había planeado para mi futuro se había desmoronado. Una noche, solo una, y mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Me pasé una mano por la frente, tratando de despejarme un poco, pero todo seguía ahí, la sensación de miedo, de culpa, de incertidumbre.
El teléfono sonó de repente, sacándome de mis pensamientos, lo miré durante unos segundos, indecisa, hasta que la llamada finalizó. ¿Debía llamarlo? ¿Decírselo de inmediato? No tenía ni idea de cómo reaccionaría. Ya lo conocía. Sabía que no sería fácil, pero también sabía que no podía ocultarlo. Tenía que decirle la verdad, aunque eso me aterraba.
Finalmente, sin poder evitarlo, decidí marcar su número. El tono del teléfono me pareció eterno, como si el destino estuviera jugando conmigo, haciéndome esperar, torturándome con el silencio. El miedo me apretaba el estómago, y me sentía débil, insegura. Pero Jack tenía que saberlo. No podía hacerle esto a él ni a mí misma.
—Sam, —saludó al otro lado de la línea, como siempre. Pero no era lo mismo. Yo no era la misma.
—Jack… Necesito verte, —dije, tratando de mantenerme lo más tranquila posible, pero mi voz temblaba a pesar de mis esfuerzos.
Hubo una pausa al otro lado, y pude escuchar cómo su respiración cambiaba. Lo conocía demasiado bien, sabía que algo estaba ocurriendo, que no era solo una llamada casual.
—¿Qué pasa?— preguntó, un poco más serio, lo suficiente para que notara la preocupación en su voz.
—Es… importante. No puedo explicarlo por teléfono, pero necesito verte, —respondí, con un nudo en la garganta, casi sin poder respirar.
—Está bien, Sam. ¿Dónde te veo?— respondió después de un momento de silencio. Algo en su tono de voz me hizo pensar que él también había comenzado a sospechar que algo no iba bien, que no sería una conversación comun y corriente.
—En mi departamento. En media hora, —contesté, colgando rápidamente antes de que pudiera decir algo más.
Lance el celular contra la cama con el corazón latiendo tan fuerte en mi pecho que casi podía escucharlo. Me quede mirando fijamente el test nuevamente. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué podía hacer? No tenía respuestas, solo el miedo que me paralizaba. Una parte de mí quería decir que todo esto no era real, que estaba soñando, que en algún momento despertaría y nada de esto habría pasado. Pero la verdad estaba frente a mí, irrefutable.
Cuando Jack llegó, lo primero que noté fue la calma en su rostro. Esa calma que me hacía pensar que él no tenía idea de lo que le iba a decir. No había nada que me preparara para lo que estaba por suceder. Me levanté de la cama, tratando de mantener la compostura, de no quebrarme, pero mi cuerpo no respondía.
—¿Qué pasa, Sam?— preguntó, al ver el estado en que yo estaba. Algo en su mirada me hizo pensar que ya sabía que las cosas no iban bien.
—Jack...— lo miré a los ojos, todo mi cuerpo temblaba como gelatina, mi garganta estaba tan cerrada que mis palabras eran apenas susurros, y el miedo apoderándose de mí. —Estoy embarazada.—Me sorprendió lo rápido que el color desapareció de su rostro.
El Jack despreocupado y seguro de sí mismo, el que siempre sabía qué hacer, se encontraba parado frente a mí, como si el suelo se hubiera abierto bajo sus pies. Sus ojos se abrieron como platos, y aunque no dijo nada, pude ver cómo su mente procesaba lo que acababa de decirle. Por fin, después de unos segundos que se sintieron como horas, habló.
—¿Estás segura?— Su voz sonaba vacía, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Como si esperaba que dijera que todo había sido una broma. Lo miré fijamente, asintiendo con la cabeza.