Latidos del Corazón

2.

El sonido del timbre de la puerta me sacó de mis pensamientos, los cuales seguían atormentándome desde que Jack se fue de mi vida. Lo que me había dicho antes de irse se repetía en mi cabeza de forma dolorosa: —Deshazte de esa cosa—. Sus palabras seguían doliendo como un puñal enterrado directamente en el corazón, pero tenía que seguir adelante, no podía quedarme paralizada por su rechazo.

Con una mano en el estómago, me levanté del sofá. Mi corazón latía a toda velocidad. Lo que estaba por hacer no iba a ser fácil. Darle la noticia a mis padres. Necesitaba contarles lo que sucedía, necesitaba su apoyo, aunque ya sabía, en el fondo, que lo más probable era que no lo obtuviera.

Cuando abrí la puerta, no me sorprendió ver a mi madre frente a mí, con su típica expresión de preocupación. Siempre se adelantaba, se anticipaba a todo lo malo que podía suceder, y ese día no iba a ser diferente. Mi madre, con su vestido de flores y su cara de “algo no va bien", estaba allí, con la esperanza de encontrar respuestas a lo que estaba pasando.

—Sam, ¿qué está pasando? —Su voz temblaba ligeramente, y sus ojos no dejaban de mirarme como si quisiera descifrar el misterio antes de que yo dijera algo. Pero ella ya lo sabía, lo sentía. La conversación que temía desde el momento en que descubrí que estaba embarazada ya no se podía posponer más.

—Necesito hablar con ustedes, —dije, intentando sonar calmada, aunque me traicionaba el miedo que sentía.

Mi madre frunció el ceño y se apartó para entrar, seguida de mi padre, que venía detrás con su expresión seria, siempre imponente y de pocas palabras, me observaba en silencio, como si tratara de adivinar lo que iba a decir antes de que pudiera abrir la boca.

—Sam, ¿qué pasa?—insistió mi madre, sentándose en el sillón, mirándome fijamente. No quería decirlo. No quería romper el silencio incómodo con algo tan pesado. Pero ya no había vuelta atrás.

—¡Estoy embarazada! —exclamé de golpe, sin prepararme para el torrente de reacciones que sabía que iba a generar.

Mis padres se quedaron en silencio, como si el mundo hubiera dejado de girar por un segundo. Lo vi en sus caras: incredulidad, sorpresa, pero sobre todo, desaprobación. Mi madre abrió los ojos de par en par, y mi padre levantó una ceja, como si pensara que estaba bromeando.

—¿Qué? —Mi madre apenas pudo susurrar. —¿Estás segura de eso?—Asentí, y tomé una bocanada de aire, tratando de mantener la calma mientras veía cómo la decepción comenzaba a reflejarse en sus rostros.

Estaba esperando que reaccionara de alguna otra manera, quizás con alegría, o al menos con más compasión, pero no fue así. La ira de mi madre era palpable.

—Sí, mamá, estoy segura, —respondí, tratando de mantenerme firme, aunque mis manos empezaban a sudar. Mi padre se cruzó de brazos y me miró con desaprobación en los ojos.

—¿Y qué piensas hacer, Sam? ¿Qué demonios pensaste, dejando todo al azar como si no tuvieses una cabeza en la que pensar?—Gritó mi padre, con el rostro enrojecido por la ira. Mi madre, por otro lado, me miraba como si estuviera a punto de dictar la mayor sentencia.

—Esto es una locura, Sam. No tienes idea de lo que esto significa. ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? Siempre te lo dijimos, que debías ser más cuidadosa, y ahora…—Su voz se quebró, y por un momento pensé que quizás se estaba conteniendo, pero no. La furia que había en ella no estaba destinada a desaparecer.

—Disculpenme, no quise decepcionarlos, son cosas que suceden,— respondí, con el pecho apretado por la angustia. —No puedo cambiar lo que pasó, pero si lo que pasará, voy a tenerlo, y lo cuidaré, lo criaré. Ahora es cuando más necesito su apoyo, siempre intentaron que tuviera una vida perfecta. A veces la vida no sale como uno la planea, y yo tengo que afrontarlo. —Mi madre se levantó de golpe.

—¡¿Perfecta?! ¡Eso es lo que crees! ¡Perfecta, como si esto fuera una bendición! Mira lo que has hecho. ¡Nos avergüenzas, Sam! ¿Te das cuenta de lo que esto significa? ¡Todo lo que hemos hecho por ti, y ahora esto! ¿Te parece justo? Has arruinado nuestras vidas también —Mi padre no dijo una palabra.

Su mirada seguía fija en mí, pero su silencio era mas valioso que cualquier palabra. Me sentí pequeña, impotente, como si todo lo que había intentado en mi vida se derrumbara ante sus ojos. No les importaba lo que sentía, lo que estaba pasando dentro de mí. Solo veían el error, mi “irresponsabilidad”. El desprecio era palpable en el aire.

—Lo siento, mamá. Lo siento, papá. Pero esto no va a cambiar,— les dije, intentando mantener la voz firme, aunque por dentro sentía que todo me estaba aplastando. —Este es mi hijo, y lo voy a cuidar. No necesito que me juzguen, ya estoy sufriendo suficiente por mi cuenta. —Mi madre se dejó caer nuevamente en el sillón, como si las fuerzas la abandonaran, por un momento pude ver como su rostro se llenó de desesperación.

—¿Y qué quieres que haga yo? ¿Te voy a ayudar a criar a ese niño? ¿Es lo que esperas de mí? Porque no puedo. Yo no te crié para que terminaras así. Si tienes ese niño, estas sola en esto.

—¿Así? ¿Cómo? ¿Cuidando a mi hijo? ¿Afrontando las consecuencias de mis acciones?— El enojo comenzó a quemarme por dentro, y mi voz empezo a elevarse. —Tal vez no esperabas que me pasara esto, pero aquí estoy. Y si no me apoyas, al menos no me hagas sentir peor de lo que ya me siento. —Mi madre cerró los ojos, soltó un pesado suspiro levantando su mano en mi dirección.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.