Era una mañana gris cuando tomé la decisión. Ya no podía quedarme más tiempo en ese lugar, no con los recuerdos persiguiéndome a cada paso, no con el peso de las expectativas de los demás sobre mis hombros. Había llegado al punto de no saber qué hacer, de sentir que el aire me faltaba cada vez que pensaba en todo lo que había perdido. Mi familia no me entendía, Jack ya no estaba, y cada rincón de la ciudad parecía gritarme que todo había sido un error, aunque jamás en mi mente se iba a pasar aquella idea, mi hijo no era un error. Así que, sin pensarlo demasiado, busqué la maleta y empecé a empacar.
Dejé atrás la habitación que había compartido con Jack, con nuestros sueños y miedos, con todas nuestras expectativas a futuro, y poco a poco, fui llenando una maleta con lo esencial: algunas ropas, algo de dinero, nada que extrañara lo suficiente para hacerme volver.
El resto ya no importaba. ¿Para qué quedarme aferrada a cosas que solo me ataban a un pasado que no podía cambiar? No importaba lo que dejara atrás. Necesitaba encontrar un lugar donde no me conocieran, donde no me miraran con lástima ni me preguntaran qué había pasado con Jack.
No tenía un plan concreto. La idea de mudarme a otra ciudad había rondado en mi mente durante días, semanas tal vez, pero no de ese modo, mi idea era un nuevo comienzo de la mano de Jack, algo completamente imposible desde la noticia de mi embarazo, pero ese era el momento de hacerlo.
La libertad estaba ahí, esperándome. O eso pensaba, al menos. No necesitaba estar rodeada de caras conocidas, no necesitaba estar a la vista de todos. Lo único que necesitaba era estar tranquila y darle un futuro a mi hijo, y eso era exactamente lo que iba a hacer.
Llamé a un taxi y me subí, sin saber exactamente a dónde iría. Solo sabía que no quería quedarme más tiempo en un lugar que ya no se sentía como mío. "Llévame a la estación de autobuses," le dije al conductor, casi sin mirarlo. Solo necesitaba tomar el primer bus que me sacara de aquí.
El trayecto hasta la estación fue rápido, casi demasiado rápido, como si el mundo se moviera más deprisa de lo que podía asimilar. Cuando llegué, la multitud de gente, el bullicio de los anuncios y las conversaciones, me hicieron sentir más pequeña que nunca. Pero ya no importaba. No había vuelta atrás.
Me acerqué a la taquilla y compré un billete para la primera ciudad que quedaba a horas de distancia. No me molesté en mirar el nombre de la ciudad; no importaba. Solo necesitaba estar lejos, lo suficiente para que el dolor no me alcanzara tan fácilmente. Lo único que sabía era que necesitaba salir, dejar todo atrás, al menos por un tiempo.
Subí al autobús, encontré un asiento en la parte trasera y me hundí en él, mirando por la ventana mientras el paisaje comenzaba a difuminarse en mi mente. A medida que el autobús se alejaba, una pequeña parte de mí sentía alivio. Ya no dependía de nadie más, ni de sus expectativas ni de sus opiniones. Eramos mi pequeño en camino y yo, solos, con el único propósito de encontrar algo.
El viaje fue largo, y la mente no dejaba de darme vueltas. Pensaba en mi familia, en cómo había reaccionado mi madre, en lo que Jack había dicho. Pero al final de cuentas, todo eso no importaba. Necesitaba concentrarme en mí, en lo que venía. Sabía que el camino iba a ser difícil, que tal vez me sentiría sola, que lo pasaría mal en algún momento. Pero, ¿qué otra opción tenía?
Me pasé todo el viaje mirando el paisaje que se veía por las ventanas del autobús. Cada kilómetro que pasaba parecía despojarme de algo, no sé si de miedo, de culpa, o de ambos. Pero lo único claro era que mi vida ya no iba a ser la misma. Y, por primera vez, no me importaba.
Llegué tarde, ya casi no quedaban taxis en la estación. Tomé mis cosas, pagué al conductor y me dirigí al primer hotel que encontré cerca, buscando algo barato, sencillo, que me permitiera descansar. No me preocupaba por lujos, no me importaba nada que no fuera estar en un lugar donde pudiera pensar en lo siguiente, en cómo iba a reconstruir mi vida. En cómo iba a aprender a vivir sola.
El hotel era un lugar modesto, con paredes algo desgastadas cosa que no me molestó. Solo necesitaba una cama, un techo, algo que me diera un poco de paz. Subí a mi habitación, me tiré sobre la cama, miré el techo blanco, vacío, y me quedé allí, mirando al infinito, sin saber qué hacer a continuación.
Al principio no podía dejar de pensar en todo lo que había dejado atrás, pero mientras el tiempo pasaba, sentí que la desesperación se convertía en algo más manejable. En ese momento, estaba sola, sí, pero no en el sentido más negativo de la palabra. Ahora estaba sola, porque era lo que necesitaba, porque, por primera vez en mucho tiempo, la única persona de la que tenía que preocuparme era de mi bebe y yo.
La noche cayó lentamente, y aunque seguía llena de preguntas y dudas, un pequeño suspiro de alivio me recorrió el cuerpo. Ya no estaba ahí, ya no estaba en el lugar que me hacía sentir pequeña y atrapada. Estaba lejos, en otro lugar, a punto de enfrentarme a un nuevo capítulo, uno que, aunque no sabía cómo sería, sí sabía que era mío. Y eso, al menos, me daba algo de esperanza.
Por primera vez en mucho tiempo, la idea de un nuevo comienzo no me asustaba tanto. Tal vez no tenía todas las respuestas, ni sabía qué iba a hacer al día siguiente. Pero al menos, por el momento, había hecho lo que creía que debía hacer. Me había dado la oportunidad de escapar de lo que conocía, de dejar atrás lo que ya no me servía. Y, aunque el futuro fuera incierto, era mi futuro, y nadie más lo decidiría por mí.