Los primeros días en la oficina fueron una mezcla de caos y pequeños momentos de calma. Aunque las tareas eran muchas y había cosas que aún no comprendía por completo, algo en mi interior me decía que estaba haciendo lo correcto. Era un nuevo comienzo, un respiro de todo lo que había dejado atrás, y aunque mis pensamientos seguían siendo un torbellino, el simple hecho de estar ocupada me ayudaba a no pensar demasiado.
Lisa seguía siendo un gran apoyo. Siempre estaba ahí para resolver mis dudas, para mostrarme cómo hacer mejor las cosas, y poco a poco empecé a sentirme más segura. Ya no me sentía como la extraña que acababa de llegar. Mis compañeros de trabajo también comenzaron a ser más cercanos. No eran muchos, pero entre ellos había uno que siempre me hacía sonreír, un chico joven llamado Tom, que parecía tener siempre una broma a mano para aligerar el ambiente. Aunque a veces me sentía como un pez fuera del agua, sus bromas me ayudaban a relajarme.
Por las tardes, después de un día largo de trabajo, caminaba por las calles de la ciudad, disfrutando del aire fresco y del silencio. Era un placer poder estar sola, sin que nadie me interrumpiera ni me hiciera sentir incómoda. El peso de la culpa, la tristeza, todo lo que había dejado atrás, parecía desvanecerse un poco con cada paso que daba. Todavía no estaba completamente en paz conmigo misma, pero estaba empezando a aprender a estar sola, a tomar mis propias decisiones.
Pero entonces, en medio de la calma que estaba empezando a encontrar, los recuerdos de Jack regresaron. Las llamadas, las malditas llamadas. Al principio, trataba de ignorarlas, de hacer como si no pasara nada, pero cada vez que sonaba mi teléfono y veía su nombre en la pantalla, mi corazón se aceleraba. Sabía lo que me iba a decir, sabía lo que quería.
“Sam, tienes que abortar. No puedo hacerlo, no puedo ser padre. No es el momento, no quiero arruinar mi vida”, decía cada vez que desidia contestar sus llamadas.
Las palabras eran siempre las mismas, llenas de desesperación y de egoísmo. La primera vez que escuché esa petición, me quedé paralizada. No podía creer que estuviera pidiéndome algo así. Después de todo lo que había sucedido, de todo lo que habíamos compartido, ¿así me iba a tratar? ¿Como si yo fuera la responsable de algo que ni siquiera había planeado?
Al principio, me sentía culpable por no querer hacer lo que él me pedía. Pensaba en mi futuro, en mi bebé, en lo que me costaría criar a un niño sola, pero lo cierto es que no estaba dispuesta a tomar esa decisión por él, ni por nadie más. Yo no iba a hacer algo que me hiciera sentir que estaba fallando a mis propios principios solo para complacerlo a él. Había sido una decisión mía, y no importaba lo difícil que fuera, no podía permitir que Jack tuviera poder sobre algo tan importante.
Las llamadas se fueron haciendo más insistentes. Cada vez que las contestaba, su voz sonaba más cansada, más desesperada. "Sam, por favor. Estás arruinando mi vida. ¿No ves lo que haces? Esto no va a funcionar. Te lo estoy pidiendo por nuestro bien."
Lo peor de todo fue que, en algún momento, me hizo dudar. Me hizo pensar si de verdad estaba tomando la decisión correcta. Pero luego recordaba que no era él quien tenía que vivir con las consecuencias, ni él quien iba a criar al bebé. Era yo. Y tenía que hacer lo que sentía que era lo mejor para mí.
Finalmente, después de una semana de llamadas constantes, decidí cortar todo contacto con él. Estaba agotada, emocionalmente drenada por cada conversación, por cada palabra que me decía. Ya no podía más. No podía seguir sintiéndome tan perdida y vulnerable, esperando algo que nunca llegaría. Tomé una decisión firme: si Jack no podía respetar mi elección, entonces debía dejarlo ir. No podía seguir permitiendo que su voz interfiriera en mi vida.
Una tarde, cuando sonó su llamada de nuevo, lo dejé sonar sin contestar. Sentí cómo mi corazón latía con fuerza, pero esta vez no temí. No podía seguir arrastrando esa relación tóxica. Tenía que ser fuerte, tenía que alejarme de todo lo que me hacía daño.
Al día siguiente, decidí bloquear su número. No podía seguir recibiendo esas llamadas, esas palabras que solo me hundían más. Sabía que lo que estaba haciendo no sería fácil, pero era lo mejor para mí, para mi paz. Y aunque me costara, sabía que lo que estaba haciendo era por mi propio bienestar.
Después de bloquearlo, me sentí extraña, como si hubiera tomado una decisión irreversible. Pero al mismo tiempo, algo dentro de mí me decía que estaba haciendo lo correcto. Ya no tenía que escuchar más sus reproches, más sus miedos. Ya no estaba dispuesta a que sus inseguridades me afectaran.
El día siguiente en la oficina fue diferente. A pesar de que mis pensamientos seguían revoloteando en mi cabeza, algo dentro de mí se sentía más ligero. No me di cuenta de lo mucho que me estaba afectando hasta que ya no tuve que pensar en eso. Ya no tenía que dar explicaciones, ni a él ni a nadie más. Estaba sola, pero era una soledad que elegía, que decidía tomar por mí misma, sin sentir que debía complacer a los demás. Lisa notó el cambio.
—Parece que estás más tranquila,— me dijo mientras me mostraba cómo organizar mejor los documentos. —¿Todo va bien? —Le sonreí, con una sonrisa que, aunque no era perfecta, era genuina.
—Sí. Todo va bien,— respondí. Y en ese momento, supe que por fin estaba comenzando a sentirme en paz conmigo misma. Aunque el futuro fuera incierto, al menos ahora estaba tomando mis propias decisiones, y eso, por fin, me hacía sentir que tenía el control de mi vida.