El sonido estridente del teléfono interrumpió el silencio de mi oficina, y sin mirar la pantalla, supe exactamente quién era, mi madre. A veces me parecía que las llamadas de ella nunca llegaban en el momento adecuado, como si tuviera un radar que detectaba mi estado de ánimo y decidiera llamar justo cuando no quería hablar. Pero, por supuesto, atendí.
—Oliver, hijo, tenemos que hablar, —hablo al otro lado de la línea ni bien descolgé el teléfono, tan directa e impulsiva como siempre.
—Hola, mamá, buenos días, como amaneces. —respondí, sin muchas ganas de entrar en una conversación profunda. Estaba próximo a entrar a una reunión con un cliente importante, y la última cosa de la que quería hablar era de mis problemas familiares.
—No me ignores, —continuó, sin perder la compostura. —Tu padre y yo hemos estado hablando. Ya es hora de que te pongas serio, de que tomes responsabilidad por tu futuro. Y ese futuro involucra matrimonio y un hijo. Ya sabes lo que eso significa. Te hemos hablado de lo mismo por mucho tiempo y tu simplemente nos ignoras, es hora que seas responsable, ya tienes más de treinta, llegarás a cuarentón sin estabilidad sentimental y para la sociedad no es… —Baje el teléfono y decidí ignorar un momento sus palabras.
La tensión en mi cuello se intensificó al escuchar sus palabras. Sabía perfectamente de qué estaba hablando, y no me gustaba nada. Mi madre siempre había tenido una idea muy clara de lo que se esperaba de mí, y aunque durante muchos años había intentado cumplir con sus expectativas, algo dentro de mí se revelaba cada vez que sacaba el tema del matrimonio y la familia.
—Mamá, ya hemos hablado de esto, —respondí, controlándome para no sonar demasiado arrogante o grosero con ella. —Mi vida está enfocada en mi carrera, en la empresa. No tengo tiempo para esas cosas ahora.
—¿Y por qué no? Tu padre y yo hemos trabajado toda la vida para que tú tengas lo que tienes. Y ahora que la empresa está en su mejor momento, lo mínimo que esperamos es que establezcas una familia. ¿Es que no quieres continuar con el legado de la familia? —me regañó, casi como si ya estuviera molesta.
El legado familiar, esa maldita palabra. Cada vez que la oía, sentía que el peso de todo lo que mis padres habían hecho por mí caía sobre mis hombros como una losa. Ellos querían que yo viviera su vida, que siguiera sus pasos, que no me apartara del camino que ellos ya habían trazado para mí. Pero eso no era lo que yo quería. No estaba listo para ceder a esa presión, para ese gran cambio.
—Mamá, lo que quiero es asegurarme de que la empresa siga creciendo, de que todo marche bien. No puedo pensar en casarme ni en tener hijos cuando mi prioridad es hacer esto funcionar, —le dije manteniéndome firme en posición, aunque por dentro me sentía como si fuera una batalla perdida. La conversación nunca era fácil, y no iba a ser diferente esa vez.
—Oliver, escúchame, —murmuró, casi susurrando, como si fuera una confesión. —Tu padre está presionando mucho. Dice que si no te decides pronto, las cosas van a cambiar. Ya no somos tan jóvenes, Oliver. El tiempo se está agotando para ti y para nosotros, y no te conviene seguir ignorando lo que necesitamos de ti. —Mi respiración se aceleró por un momento.
La presión que sentía de mi familia era abrumadora, pero lo que realmente me molestaba era la forma en que ellos pensaban que todo debía estar dispuesto para su comodidad. Mi vida no era una extensión de los sacrificios que hicieron para darme lo que tengo. No iba a ceder tan fácilmente, no sin luchar.
—Lo siento, mamá. Pero no voy a casarme solo porque lo digas tú o papá. Necesito tomar mis propias decisiones, —respondí, intentando sonar lo más calmado posible, aunque sentía que el enojo me estaba invadiendo. —Y en cuanto a los hijos, no es el momento.—Hubo una pausa al otro lado de la línea. Durante unos segundos, ni ella ni yo dijimos nada. Sabía lo que iba a decir, pero no estaba preparado para escucharla.
—Está bien, Oliver. Pero no digas que no te lo advertí. El tiempo va a pasar, y cuando quieras darte cuenta, ya será demasiado tarde. No quiero que, cuando llegues a viejo, te arrepientas de no haber tenido lo que nosotros teníamos a tu edad, —comentó con una voz suave pero llena de reproche.
—Intentaré no arrepentirme —colgué sin decir nada más.
No tenía ganas de seguir discutiendo. Cada vez que hablaba con ellos sobre el tema de mi vida personal, sentía que era un ciclo que nunca terminaba. Ellos querían que yo cumpliera sus expectativas, y yo no podía y no quería. Mi vida no era un plan preestablecido, y mucho menos iba a ceder a la presión de tener que seguir un guión que no era el mío.
Me quedé sentado en mi oficina por un largo rato, mirando el reloj mientras la conversación seguía repiqueteando en mi cabeza. No era la primera vez que me sentía atrapado entre lo que ellos querían para mí y lo que yo necesitaba. Pero no estaba dispuesto a cambiar mi vida solo para cumplir con sus deseos.
Mi carrera era lo único que me importaba en ese momento. La empresa era todo lo que tenía, y estaba decidido a mantenerla a flote y hacerla crecer. Ya había sacrificado tanto para llegar hasta donde estaba, y no iba a dejar que nada ni nadie, ni siquiera mi familia, interfiriera con lo que había construido.
Mi vida profesional era lo único que podía controlar. En el fondo, sabía que ese era mi mayor miedo: perder el control, perder todo lo que había logrado. Y en ese instante, sentí que el único lugar en el que realmente podía ser yo mismo era mi trabajo, mi negocio. Lo demás... lo demás podía esperar.