Aquella mañana parecía como todas las demás, teléfonos sonando, correos electrónicos que no dejaban de llegar, un sin fin de documentos y papeles que seguían acumulándose en mi escritorio. Todo estaba en su lugar, todo seguía su curso normal, hasta que la puerta de mi oficina se abrió de golpe. No era Lisa ni uno de los empleados. Era la persona que menos quería ver en ese instante, mi padre.
Solte un pesado suspiro al verlo, como siempre que lo veía aparecer de esa manera, con su caminar firme y su porte autoritario. Estaba acostumbrado a su presencia, pero aún así, su mirada imponente siempre me ponía los nervios a flor de piel. Mi padre no necesitaba decir mucho para que su presencia se sintiera en todo el lugar. Siempre esperaba que las cosas sucedieran a su manera, y si no lo hacían, era como si el mundo estuviera fuera de su control.
—Oliver, —saludo, mientras cerraba la puerta tras él, como si quisiera asegurarse de que nadie más pudiera oír la conversación que vendría después, esa que prácticamente me sabía de memoria. —Tenemos que hablar.—Me levanté lentamente de mi silla, ya sabiendo de qué se trataba. No necesitaba que me lo dijera. Sabía lo que venía.
—¿Sobre qué? Si no tiene nada que ver con la empresa o algún negocio no me parece relevante, tengo demasiado que hacer, padre —le pregunté, intentando controlar mi voz, aunque por dentro sentía que la irritación comenzaba a burbujear. No era la primera vez que hablábamos de eso, y sinceramente, no me importaba seguir escuchando lo que mi padre tenía que decir. Sabía que siempre venía con el mismo ultimátum, con las mismas palabras, con las mismas expectativas, cosa que si no era en ámbito profesional no pensaba cumplir.
—Ya basta, Oliver, —respondió, enojado. —Es hora de que tomes una decisión. Yo no voy a seguir esperando a que cambies de opinión. Sabes bien que la familia necesita de ti, que la empresa necesita un heredero, y tú necesitas casarte y formar una familia. No me hagas esperar más. El tiempo se acaba. —Me quedé en silencio, observándolo.
Su mirada era feroz, como siempre, llena de reproche. Yo había escuchado esas palabras demasiadas veces, y cada vez que las escuchaba, sentía que mi cuerpo se tensaba, como si mi vida fuera un juego, donde había decisiones que no podía tomar por mí mismo.
—Papá, ya te dije que no es el momento. Mi trabajo, la empresa... son mi prioridad ahora. No necesito seguir discutiendo sobre esto, —le respondí, forzando una calma que no sentía. —Mi padre frunció el ceño, notablemente molesto. Caminó hacia mi escritorio y se apoyó sobre él, mirándome de cerca, como si quisiera que viera la seriedad de sus palabras.
—No estoy dispuesto a seguir esperando, Oliver. Tu madre y yo hemos hecho todo por ti, hemos trabajado toda nuestra vida para que tú estés en el lugar en el que estás. Y tú, ¿qué haces? Te sigues escondiendo detrás de tus malditos proyectos. Si no te decides ahora, las consecuencias serán serias. ¿Lo entiendes? —Esas palabras fueron la gota que rebasó el vaso.
La furia comenzó a burbujear en mi interior, pero no quería que se notara. No podía permitir que mi padre viera cuánto me afectaba su jodido capricho. Pero no pude evitar sentir que me estaba estrangulando con sus mierdas. ¿Por qué no podía dejarme vivir mi vida? ¿Por qué no podía simplemente ser dueño de mis decisiones sin que alguien me presionara a cada paso?
—Está bien, — dije finalmente, con voz fría. —Lo tomaré en cuenta, como siempre.—Mi padre me miró con desdén, como si no creyera ni una palabra que acababa de decir.
Sabía que no lo había convencido en lo mas mini. —Espero que lo hagas, hijo. Porque si no, las cosas van a cambiar. Piensa bien lo que haces. Y no digas que no te lo advertí.—Salió de la oficina sin más, y me quedé allí, solo.
La puerta se cerró detrás de él, y por un momento, no supe si estaba aliviado o furioso. Todo lo que quería era alejarme de esa presión que me perseguía desde que tenía memoria. Pero no podía. No podía dejar que se salieran con la suya. Había tomado mis decisiones, y seguiría haciéndolo.
Respiré hondo, intentando calmar la tormenta en mi pecho. Necesitaba despejarme. Así que me levanté y caminé hasta la ventana, mirando las calles de la ciudad que se extendían frente a mí. El vaivén de la vida cotidiana me resultaba extraño, como si todo el mundo tuviera claro lo que quería, mientras yo seguía atrapado en un mundo de expectativas que no sabía cómo controlar.
Fue entonces cuando la vi.
Samantha estaba parada en la sala de espera, hablando con una de las secretarías. Me la habían mencionado en varias ocasiones, pero nunca le había prestado mucha atención. Ella era nueva en la oficina, y aunque no la conocía bien, sabía que trabajaba como asistente administrativa. Sin embargo, en ese momento, algo en ell me llamó la atención. Estaba de pie con una taza en la mano, y aunque su rostro mostraba una hermosa sonrisa, podía ver en sus ojos que algo le inquietaba. Me resultaba difícil saber qué era exactamente, pero eso en su mirada me hizo querer saber más.
No sabía qué me pasaba, pero sentí una extraña curiosidad. A pesar de la tensión que llevaba encima, algo en ella me parecía... intrigante. Tal vez era la forma en que parecía estar lidiando con todo sin quejarse, como si tuviera una fortaleza oculta, una calma que desmentía cualquier duda que pudieran tener sobre su capacidad. Y eso, de alguna forma, me hizo pensar que tal vez no era tan débil como los demás. Había algo diferente en ella. Algo que no encajaba con lo que había visto hasta el momento en la oficina.