Los días siguientes, después de la conversación con Oliver fueron demasiado abrumadores, una tormenta de pensamientos se creó en mi mente, una tormenta que no me dejaba descansar. Era una mezcla entre la incertidumbre y la necesidad casi desesperada de encontrar respuestas. Su propuesta seguía dando vueltas en mi cabeza, como un comercial que no podía sacar.
Casarme con él.
No podía creerlo, mi mente no podía encontrar un punto medio. Todo en mí decía que estaba equivocada, que debía rechazarlo, que no debía involucrarme en algo tan absurdo. Pero al mismo tiempo, había algo en la propuesta que me atraía. Algo que me hizo pensar que tal vez no era tan mala idea la oferta de Oliver, comenzaba a parecerme una solución, por más difícil que fuera de aceptar.
Por la mañana, me despertaba con el mismo sentimiento de vacío que había estado llevando desde que llegué a la ciudad, mi embarazo, aunque no deseado, seguía avanzando. Cada día me sentía más cansada, más insegura sobre mi futuro. ¿Cómo iba a criar a mi hijo sola? La idea de ser madre soltera era algo que no quería enfrentar.
Pero en ese momento, con cada día que pasaba, me daba cuenta de que no había forma de volver atrás. Mi bebé iba a llegar, y yo no podía permitirle crecer en la incertidumbre. Necesitaba algo más, algo sólido, algo que me asegurara que podría ofrecerle el futuro que se merecía.
Mi trabajo en la oficina había sido una bendición, pero la presión de tener que mantenerme económicamente mientras trataba de organizar mi vida me estaba afectando. No podía dejar mi empleo, no podía arriesgarme a perderlo. Tenía que pensar en mi futuro y en el futuro de mi bebé. El dinero, la estabilidad, todo eso era fundamental.
Y entonces, la oferta de Oliver apareció en mi mente una vez más. Casarme con él aunque fuera solo un contrato, aunque no fuera por amor, me ofrecía una estabilidad que nunca había imaginado. La pensión, la seguridad financiera, la vida en una casa que no tuviera que preocuparme si podía pagar el siguiente mes. Pero, ¿a qué precio?
No podía dejar de pensar en lo que eso significaba. Casarme con él significaba atarme a una mentira. No íbamos a ser una familia real, ni siquiera una pareja en el sentido tradicional. Y aún así, había algo en su propuesta que me hacía sentir que, al menos, no estaría sola. Podría tener el control de mi vida, aunque a través de un contrato, pero aún así, tendría algo más que la incertidumbre.
Pensé en las consecuencias, en lo que significaba aceptar esta propuesta. Me acordé de las miradas de mi madre, de su frustración cuando le conté sobre el embarazo. Sabía que nunca habría entendido mi decisión, pero con Oliver, no tenía que dar explicaciones. No tenía que justificarme ante nadie. Estaba tomando una decisión por mí, por mi bebé. Y aunque sabía que no sería fácil, me di cuenta de que, en ese momento, era lo único que podía hacer..
“Es solo un acuerdo, Sam. No habrá amor, no habrá nada más que un acuerdo entre nosotros”. Fueron las palabras que dijo aquella vez, y las que se repetían una y otra vez. Podía seguir mi vida como hasta el momento, luchar por mi cuenta, ser la madre soltera que siempre había temido ser, o podía aceptar la propuesta de Oliver y asegurar un futuro más estable para mí y para mi bebé.
Lo cierto era que, aunque no me gustara la idea, sabía que la alternativa era perder todo lo que había construido. Mi empleo, mi independencia, la poca estabilidad financiera. ¿Podría realmente seguir adelante sin esas cosas? ¿Podría criar a mi hijo sin tener un techo seguro y sin poder darle lo que necesitaba?
Me levanté de la cama, tomé el teléfono que había estado sobre mi mesa durante horas, dudando en llamarlo. Pero no podía más. La incertidumbre me estaba consumiendo. Tomé aire, sentí como el nudo en mi garganta se apretaba, y marqué el número de Oliver. Cuando la llamada se conectó, escuché su voz en el otro lado, tranquila, serena, como si hubiera estado esperando este momento.
—Samantha—, saludo con calma, como si supiera que ya había tomado la decisión, pero que en ese momento, de alguna forma, me ofreció algo de consuelo. —¿Has pensado en mi propuesta? —Asentí con la cabeza involuntariamente, aunque él no podía verme.
No supe qué decir al principio. Estaba tan sumida en mis pensamientos que me costó encontrar las palabras. Pero cuando por fin hablé, me di cuenta de lo decidido que estaba. Había tomado mi decisión, aunque me doliera admitirlo.
—Sí —dije, con firmeza —He estado pensando en lo que dijiste. Y… lo aceptaré. —Hubo un silencio del otro lado de la línea. Un silencio tan largo que casi pensé que había colgado.
—¿Estás segura? —preguntó, finalmente sonando ¿sorprendido? Tal vez no esperaba que aceptara tan rápido, pero no tenía más opciones.
—Sí, estoy segura —respondí, mostrando seguridad en mi voz, una seguridad que realmente no sentía. Oliver guardó silencio un momento más, como si estuviera procesando lo que acababa de decir.
—Gracias. Sé que no es lo más fácil, pero te aseguro que esto solucionará mucho de lo que te preocupa. Podemos seguir con nuestras vidas sin complicaciones.
—Lo entiendo. No te preocupes, Sam. Lo haremos bien. No será un problema para ti. —Su tono era tranquilizador, pero yo sabía que, en el fondo, todo ese drama solo era un juego que no había elegido. Sin embargo, tenía que seguir adelante. Al menos esto me daría algo de control, algo de seguridad, algo de lo que había estado buscando desde el momento en que supe que estaba embarazada.