Mi día a día comenzó a ser mucho más pesado a medida que avanzaba el embarazo. Había momentos en los que, a pesar de no el ajetreo constante de la oficina y las demandas que tenía de todos lados, me sentía agotada. Y no era solo el trabajo, sino el hecho de que mis pensamientos no dejaban de dar vueltas. Mi vida estaba cambiando de maneras que no había previsto. El embarazo, que al principio me había parecido solo algo que tendría que enfrentar sola, pero en ese momento era una realidad que me estaba envolviendo. Había días en los que ni siquiera podía concentrarme en lo que hacía, y me sentía culpable por ello, como si estuviera fallando.
Por suerte, Oliver comenzó a estar más presente, aunque de una manera que no había esperado. Durante esas semanas, algo comenzó a cambiar entre nosotros. No era sólo que él estuviera allí, en la oficina, en las reuniones. Era que comenzaba a hacer pequeños gestos que, aunque no eran enormes, sí marcaban una diferencia. Como si de repente se hubiera dado cuenta de que las cosas para mí no eran tan fáciles como antes pensaba. O tal vez, solo tal vez, estaba comenzando a mostrarme un lado suyo que hasta ahora había mantenido oculto.
La primera vez que me ofreció ayuda fuera del contexto de trabajo, fue una mañana en la que me sentí más cansada de lo habitual. Había pasado la noche entera sin dormir bien, y al llegar a la oficina, todo me parecía más difícil de lo normal. Me dolía la espalda, sentía náuseas y el simple hecho de sentarme frente a mi escritorio parecía un desafío.
—¿Estás bien?— me preguntó Oliver, notando que me había quedado quieta por un largo rato. Su voz salió tan preocupada y tan cálida que me quedé mirándolo algo desconcertada —Te ves... cansada.
—No es nada, solo me siento algo agotada, debe ser por el embarazo—, respondí rápidamente, tratando de restarle importancia. No quería parecer que estaba exagerando, especialmente frente a él. Ya tenía suficientes cosas en la cabeza como para también preocuparme por convertirme en una carga.
Pero para Oliver aquella respuesta pareció no convencerlo del todo, en lugar de seguir con lo que estaba haciendo, se acercó más a mi, observándome con una expresión que no pude identificar.
—Si necesitas descansar, deberías hacerlo. No tienes que quedarte aquí si te sientes mal.—Me sorprendió su reacción.
No era solo que me estaba ofreciendo un respiro, era que parecía realmente preocupado. No sabía cómo manejar esa preocupación de parte de él, y, por un momento, me sentí perdida.
¿Cómo debía reaccionar? ¿Qué debía decirle?.
—Está bien, de verdad —le dije, tratando de sonreír. —Solo necesito un poco de tiempo. No quiero que esto interfiera con mi trabajo. —Oliver me miró durante un segundo más, antes de decir algo que me sorprendió aún más.
—Vi que pediste permiso hoy para un control, voy a acompañarte a tu cita esta tarde —Lo miré, confundida.
—No tienes que hacerlo, Oliver. Es solo una cita de rutina.
—Lo sé—, murmuró con una media sonrisa. —Pero, si vas a estar pasando por todo esto, lo menos que puedo hacer es acompañarte. Además, vamos a estar juntos mas tiempo, tambien tengo que saber cosas del embarazo y no quiero que vayas sola.—Su respuesta me dejó sin palabras.
Era algo tan simple, pero en ese momento, algo dentro de mí se deshizo. No esperaba que se ofreciera de esa manera. No esperaba nada de él, pero ese pequeño gesto, ese apoyo inesperado, me hizo ver a Oliver de otra manera. Sabía que nuestra relación seguía siendo parte de un acuerdo, pero en ese instante, me hizo sentir como si hubiera algo más detrás de sus acciones. Algo más genuino.
Esa tarde, después de la cita, me di cuenta de lo mucho que necesitaba ese tipo de apoyo. La visita al médico había sido rutinaria, y aunque al principio me encontraba demasiado ansiosa, la presencia calmada de Oliver me tranquilizó, a pesar de su habitual seriedad y la suavidad en su mirada. No fue necesario que hablara; su sola presencia en la sala de espera me reconfortó.
Después de la cita, cuando caminábamos hacia el coche, él se detuvo por un momento, mirándome con una ligera sonrisa.
—Te veo más relajada —habló, como si aquello fuera un pequeño logro. —No es tan malo ir a estas cosas, ¿verdad?
—Tal vez no—, respondí, sonriendo levemente, agradecida por su presencia. —Gracias por acompañarme, Oliver. De verdad.
—No es nada—, se encogió de hombros restando importancia, pero su voz me decía que ese pequeño acto había sido sincero. —Es lo mínimo que puedo hacer por ti después de todo lo que estás haciendo por mi, ya estás pasando por bastante.
El tiempo siguió pasando, y, aunque todo seguía siendo parte del mismo acuerdo, las pequeñas muestras de apoyo de Oliver comenzaron a marcar una diferencia. No solo en las citas médicas, sino en el día a día.
Me llevaba a casa si me sentía demasiado cansada, me preguntaba si necesitaba algo de comer, si quería salir a caminar. Cosas simples, pero que no podía ignorar. Poco a poco, Oliver comenzó a formar parte de mi vida de una manera que no había anticipado. Aunque mi mente insistía en mantenerme alejada de él, en recordar que todo eso no era real, algo dentro de mí comenzaba a responder a esos gestos, a valorar ese apoyo.
Un día, después de una reunión en la oficina, él se acercó a mí y, como si nada, me ofreció su ayuda para llevar unos documentos que debía entregar en otro lugar. Me pregunté nuevamente ¿Solo lo hacía porque sí, sin esperar nada a cambio? Y aunque intentaba mantener la distancia emocional, empecé a darme cuenta de que no podía ignorar lo que estaba sucediendo.