El cielo de Marte no era rojo como Lia Solis lo imaginaba de niña. En Edenia, la colonia más avanzada del planeta, los cielos eran de un azul perfecto, proyectado por domos de realidad simulada. Las calles flotaban limpias, los ciudadanos sonreían, y la calma lo cubría todo. Una calma demasiado... artificial.
A sus 22 años, Lia sabía que su mundo estaba perfectamente diseñado. NeoNet, la red mental que conectaba a cada humano desde el nacimiento, se aseguraba de eso. Gracias a ella, no había guerras, ni celos, ni llanto. Las emociones eran suavizadas, reguladas, monitoreadas.
Y eso la enfermaba.
Esa mañana, como cada día, caminaba hacia la Unidad de Educación Central con su uniforme blanco sin arrugas, su cabello recogido en una trenza ajustada, y su pulsera neural emitiendo una tenue luz azul. Todo en orden. Todo bajo control.
Hasta que escuchó la voz.
—Ayúdame...
Se detuvo en seco. El sonido fue apenas un susurro, un murmullo lejano dentro de su mente. Pero no tenía el tono suave ni la estructura organizada de NeoNet. Era más... humano. Roto. Real.
Miró a su alrededor. Cientos de estudiantes caminaban como siempre: con la mirada perdida, conectados, silenciosos. Nadie se inmutó. Solo ella lo había oído.
—NeoNet, solicitud de análisis —dijo mentalmente, activando su canal personal—. Señal extraña detectada a las 07:42:13.
—Escaneo completo. No se detectan anomalías. Continúe su trayecto. —respondió la red con su voz neutral, sin género, sin alma.
Lia tragó saliva. No fue una alucinación. No pudo serlo. Ella sabía cómo su mente sonaba dentro de la red. Esa voz era algo distinto. Algo imposible.
Aceleró el paso, pero su pulso iba más rápido que sus pies.
Durante las clases, no pudo concentrarse. La pantalla frente a ella proyectaba fórmulas de energía solar, pero en su cabeza solo resonaban
esas dos palabras: Ayúdame...
¿Quién necesitaba ayuda? ¿Cómo era posible que alguien enviara un mensaje sin pasar por NeoNet?
Cuando la clase terminó, Lia hizo lo impensable:
desactivó su conexión. Solo por unos segundos, apenas un instante. Suficiente para volver a escucharla.
—Estás despierta...
El susurro volvió, esta vez más claro, más directo. Y no solo lo oyó. Lo sintió. Como un latido viejo, enterrado. Como si una parte de ella hubiera estado dormida todo este tiempo.
Y acabara de abrir los ojos.
Un escalofrío le recorrió la columna. El mensaje no solo estaba oculto. Estaba cifrado con un protocolo que ya no se usaba desde los primeros días de la colonización marciana. Y al fondo del mensaje, había una firma apenas legible:
ZONA MUERTA
Un mito. Un error del sistema. Una grieta que no debería existir. Pero existía.
Y Lia sabía que tenía que encontrarla.
Ya mas por curiocira era por que no sabia a que se proximaba o si era peligroso para NeoNet.
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Editado: 04.06.2025