Las paredes de la Zona Muerta crujían como si recordaran cada secreto guardado, cada grito silenciado. Lia caminaba detrás de Kai, con los sentidos despiertos y el corazón desbocado. A cada paso, los ecos de sus pensamientos eran solo suyos. Por primera vez en su vida, sentía el peso —y la libertad— del silencio real.
—¿Adónde vamos? —preguntó, con la voz baja, pero firme.
—A donde comenzó todo —respondió Kai, sin voltear—. El núcleo.
Lia no necesitó preguntar más. Había oído leyendas sobre un centro subterráneo abandonado, una instalación previa a NeoNet que había sido sellada tras los primeros fallos de la red. Según los registros oficiales, no quedaba nada. Pero Kai caminaba como si conociera cada grieta del lugar.
—¿Por qué me trajiste aquí? —insistió Lia, deteniéndose de golpe.
Kai se volvió. La penumbra suavizaba sus facciones, pero sus ojos brillaban con una intensidad incandescente.
—Porque tú eres la última llave. La única capaz de despertar lo que queda dormido. Lo que NeoNet enterró.
Lia dio un paso atrás, sintiendo que el suelo vibraba bajo sus pies, como si el pasado estuviera llamándola. Las palabras de Kai no eran solo un rompecabezas... eran una amenaza velada, un destino que no pidió.
—¿Y si no quiero? —murmuró.
—Ya empezaste, Lia. El susurro… los recuerdos. No hay marcha atrás. —Se acercó—. Pero no estás sola. Yo estaré contigo.
El tono de Kai era más suave esta vez, y por primera vez, Lia notó algo quebrado en su mirada. No era solo un guía o un rebelde. También estaba roto. También estaba huyendo.
—¿Qué más me ocultas? —preguntó, con los ojos clavados en él.
Kai dudó. Bajó la mirada. Luego, sacó de su chaqueta una cápsula de datos. Era vieja, desgastada, y marcada con el mismo símbolo que ella había visto en sus visiones: una espiral en llamas.
—Esto es parte de tu memoria original —dijo—. Fragmentos no implantados. Lo guardaron aquí, esperando que algún día tú... despertaras.
Lia tomó la cápsula con manos temblorosas. Cuando la conectó a su tableta, una ráfaga de imágenes la golpeó: su madre real, llorando. Una explosión. Gente corriendo. Y una frase, clara, nítida, dicha por una voz que reconoció como la suya, pero de niña:
“Si recuerdas, vencerás.”
Lia cayó de rodillas. El aire se hizo espeso, y su mente, un mar revuelto. Sintió a Kai a su lado, sosteniéndola, sus manos firmes, su voz lejana.
—Respira. Ya casi llegamos.
—¿Qué soy, Kai? —susurró.
Él no respondió de inmediato.
—Eres la memoria que no pudieron borrar. El latido que sobrevivió al silencio.
Lia lo miró. No con miedo, sino con furia. Con claridad.
—Entonces terminemos esto.
Kai asintió. La llevó hasta una compuerta sellada con un código que sólo Lia pudo descifrar al tocarlo. Sus dedos activaron un mecanismo oculto y misterioso. La puerta se abrió con un sonido de metal viejo.
Dentro, máquinas apagadas, luces intermitentes, y en el centro... una cápsula criogénica vacía.
—Aquí empezó todo —dijo Kai—. Aquí naciste.
Lia se acercó al núcleo. Y mientras las luces de emergencia cobraban vida una por una, supo que no era sólo una niña huyendo de un sistema. Era una llama antigua, lista para arder.
Y NeoNet... estaba a punto de arder con ella.
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Editado: 14.06.2025