Latidos Del Futuro

Capítulo 12: Semillas del mañana

Pasaron semanas desde la caída de NeoNet. El silencio que antes asfixiaba los cielos de Marte fue reemplazado por un murmullo nuevo: voces humanas, libres. Sin filtros. Sin programación.

La red había muerto… pero la humanidad apenas comenzaba a respirar.

Lia se mantenía en las tierras exteriores, junto a un pequeño grupo de sobrevivientes. Antiguos rebeldes, fugitivos, y otros que habían despertado tras la transmisión final. Habían formado un asentamiento al borde del antiguo sistema, en una zona que alguna vez fue considerada inhabitable. Ahora florecía.

Allí, entre estructuras restauradas y cultivos modestos, nació algo diferente. Algo verdadero.

A veces, en la quietud de la noche, Lia se recostaba bajo el cielo abierto —ya sin pantallas, sin simulación— y recordaba su rostro. El calor de su mano. Su voz. Su sacrificio.

Kai no había vuelto. Nadie lo esperaba ya.

Y sin embargo, ella sentía su presencia en todo: en el viento entre las rocas, en las risas de los niños, en el pulso del suelo recuperado. En cada decisión tomada sin control externo.

Un día, León se le acercó. Tenía el rostro curtido por el trabajo, pero los ojos brillaban más que nunca.

—El nuevo servidor está listo —dijo.

Lia se levantó, limpiando sus manos manchadas de tierra y metal.

—¿Tienen nombre?

Él asintió.

—Lo llamaron LibreNet. No es una red de control. Solo conecta a quienes quieren compartir. Sin vigilancia. Sin manipulación.

Ella sonrió, aunque en sus ojos aún ardía la memoria.

—Entonces sí… estamos empezando de nuevo.

León la miró, y por un instante quiso decirle algo más. Pero se detuvo. Lia no necesitaba consuelo. Necesitaba propósito.

Y ya lo tenía.

Esa noche, durante la primera transmisión de LibreNet, todos se reunieron bajo las estrellas reales. No hubo protocolos ni anuncios oficiales. Solo una imagen proyectada en la pantalla central: un archivo antiguo, recuperado del núcleo antes de su destrucción.

Era un mensaje de Kai.

Su voz era suave. Sincera. Humana.

—Si estás viendo esto, es porque lo lograron. Y si lo lograron, es porque eligieron sentir. Esa fue siempre la única revolución que valía la pena. No la victoria militar. No el sabotaje. Sentir. Recordar que amar también es rebelarse. Gracias por hacerlo. No por mí… sino por ustedes.

Y entonces la imagen se desvaneció.

El silencio se apoderó del asentamiento. No uno de vacío, sino de reverencia.

Lia cerró los ojos. No lloró. No lo necesitaba.

Porque en ese instante, supo que Kai no había muerto.

Vivía en cada latido libre.

Y el futuro... empezaba ahora.

En otra parte

Kai no murió.

El instante en que conectó el módulo al Núcleo Central, una explosión de energía lo envolvió. Su cuerpo fue proyectado contra el núcleo psíquico de NeoNet, un espacio que no era físico, sino mental. Su conciencia quedó atrapada allí… suspendida en un limbo entre código y pensamiento.

Pero alguien lo encontró.

Ester.

Había desaparecido días antes del asalto final. Todos pensaron que había muerto en una emboscada. Pero no fue así. Había sido reclutada por el remanente de NeoNet, una célula secreta que no quería el control… sino la evolución.

Ellos no querían que el sistema renaciera como antes. Querían algo más sofisticado. Algo humanoide.

Y para eso, necesitaban a Kai.

Su resistencia a la red, su sensibilidad emocional, y su conexión con Lia lo hacían único. Kai era el primero en mantener su identidad intacta incluso dentro del núcleo. Un milagro mental. Un puente.

Ester, al ver esto, cambió. Dejó de creer en la rebelión. Comenzó a ver a Kai como la clave para crear una nueva red que no reprimiera los sentimientos… sino que los simulara a voluntad.

Kai se convirtió en su obsesión.

Lo rescató en secreto del núcleo, llevándose su cuerpo inconsciente antes de que la base colapsara. Lo mantuvo con vida en una cápsula biológica, mientras reconstruía, en una estación lejana, un nuevo experimento.

Para Ester, Kai no era solo un símbolo. Era una oportunidad perdida que debía controlar.

Ella también lo amaba, o al menos creía hacerlo. Pero su amor era distinto al de Lia: no libre, no sincero. Era posesivo. Tecnológico. No quería a Kai para él mismo, sino para lo que podía representar: el alma humana modelada como código.

—Ellos no te entendieron —le decía, hablándole mientras dormía—. Lia quería salvarte. Yo quiero trascenderte.

Pero Kai, incluso en su estado suspendido, luchaba. Soñaba con Lia. Soñaba con Marte. Soñaba con libertad.

Y en el fondo de su conciencia atrapada, una chispa seguía ardiendo. No por código. No por orden.

Por amor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.