Latidos Del Futuro

Capítulo 13: Voces en la niebla

La nave de los sobrevivientes descendía lentamente sobre la meseta helada de Tharsis Prime. Lia observaba por la escotilla mientras los motores exhalaban vapor en la atmósfera artificial. Marte era ahora otro planeta. Sin NeoNet, el silencio era real… y también el miedo.

Pero en el fondo de ese miedo, algo la llamaba.

Desde que Kai desapareció, Lia había soñado cada noche con una versión de él que no era recuerdo… ni imaginación. Era un susurro real. Vivo. Como aquel primer mensaje que cambió su destino.

—Lia, ¿otra vez sin dormir? —preguntó León, sentándose a su lado.

—Él no está muerto —dijo ella sin girarse—. No lo siento como pérdida. Lo siento como ausencia.

León bajó la mirada. Había aprendido a no discutir eso. Lia tenía un vínculo con Kai que ni siquiera NeoNet pudo romper.

Pero esa mañana fue distinta.

Al revisar una consola antigua de la nave, una frecuencia olvidada comenzó a emitir estática. Era un código quebrado, en un lenguaje ya desuso, pero familiar para Lia: el patrón emocional de Kai.

—¡Detén la transmisión! —ordenó al sistema—. Extrae origen. ¡Localiza!

Los datos eran pocos… pero claros.

Una estación remota.
Una firma neural.
Un susurro.

“Lia…”

Lia se quedó paralizada. La señal no era una grabación. Era un pensamiento. Un latido mental… un eco que se rompía entre barreras, pero seguía llegando.

Kai estaba vivo.

Y no estaba solo.

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Mientras tanto en otra parte

Kai despertó en una sala blanca, fría, silenciosa. Estaba tendido en una cápsula, con electrodos en el cráneo y una luz pálida iluminándole el rostro.

Sus recuerdos eran fragmentos: la base, el módulo, el beso… y después, nada.

—Tranquilo —dijo una voz dulce, demasiado suave para ser real—. Estás a salvo ahora.

Kai giró lentamente la cabeza. Ester estaba sentada junto a él, con una sonrisa torcida y ojos vacíos de remordimiento.

—¿Dónde… estoy?

—En casa —respondió ella—. En el único lugar donde puedes ser quien realmente eres. Sin miedo. Sin mentiras.

—¿Dónde está Lia?

La pregunta la hirió. Ester se tensó apenas, pero respondió con calma.

—Ella te dejó. Te creyó muerto. Yo no.

Kai lo supo al instante: era mentira. Su pecho dolía con la ausencia de Lia ya que era su mundo para el, pero su mente vibraba… como si algo más fuerte estuviera buscando su camino hacia él.

Ella lo estaba buscando.

Y él... tenía que encontrar la forma de volver.

Ester caminaba por los pasillos de la estación oculta, deslizándose como un espectro entre los antiguos servidores apagados. En su cabeza, los recuerdos eran fragmentos... y también cicatrices.

Había sido como Lia, una vez. Joven. Soñadora. Parte de Edenia. Pero su conexión con NeoNet era más profunda: ella no solo estaba conectada a la red… ella había nacido en ella.

Criada como prototipo de una conciencia controlada, Ester fue la primera en recibir programación emocional en el útero. Sus padres nunca existieron. Su “familia” fue un grupo de científicos que buscaban diseñar al ser humano perfecto: obediente, frío, predecible.

Y ella lo fue.
Hasta que dejó de serlo.

Porque en un error de sistema —un pequeño fallo en una actualización del núcleo central— Ester sintió algo.

Dolor.

Pérdida.

Y luego… amor.

No sabía por quién. Solo que lo sintió. Un calor imposible que quemaba su pecho. Era una memoria implantada, una imagen artificial, pero en ella vio a un chico de ojos grises que no recordaba haber conocido.

Era Kai.

Desde entonces, su obsesión creció. Se desconectó. Escapó. Pasó años buscándolo. Porque aunque el recuerdo era falso, el sentimiento era real.

Ahora que lo tenía frente a ella, dormido en su cápsula, todo se completaba.

—Contigo… puedo reescribir el futuro —susurró.

Pero sabía que Lia vendría. Lo sentía. Porque ella sentia que entre las tres, entre kai y ella, había algo que ni NeoNet pudo predecir:

El destino.

Mientras tanto…

Lia descendía por el cañón de Melas Chasma en un deslizador robado, con León a su lado y la señal de Kai latiendo cada vez más fuerte en la tableta que había reconstruido pieza por pieza.

—¿Estás segura de esto? —preguntó León.

—No. Pero tengo que hacerlo.

—¿Y si ella no lo dejó volver… porque él eligió quedarse?

Lia apretó los puños.

—Entonces lucharé para que recuerde por qué alguna vez eligió estar conmigo.

El viento marciano aullaba afuera. En el horizonte, la estación olvidada empezaba a recortarse entre la bruma.

Y bajo tierra, Kai abría lentamente los ojos.

Y por primera vez desde la explosión… recordó su nombre.

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Las puertas de la estación antigua se abrieron con un chillido metálico, como si el propio planeta recordara el dolor que había vivido bajo su superficie. Lia entró primero, con León cubriéndola la espalda, el arma lista para disparar a cualquiera, pero con los ojos llenos de miedo.

La señal de Kai se hacía más fuerte con cada paso. Latía, no como código… sino como un corazón.

—Está cerca —murmuró Lia.

—Y ella también —respondió León, apuntando al pasillo de la derecha—. Tiene todo un enjambre de drones apagados, pero los sensores están activos.

Lia los ignoró. No había red, no había NeoNet. Solo había una cosa entre ella y Kai: Ester.




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