El sol marciano ascendía con lentitud sobre el horizonte rojizo, derramando luz cálida sobre la superficie antes estéril de lo que alguna vez fue una colonia de control. Ahora, era una ciudad en construcción. Un hogar en reconstrucción.
Lia se despertó con el rostro bañado por esa luz nueva. No era una simulación. No una proyección del sistema. Era real.
Kai dormía a su lado, con una paz que rara vez había visto en su rostro. Acarició suavemente su mejilla. Por un momento, no había guerra, ni códigos, ni traiciones. Solo el sonido del viento marciano silbando entre los nuevos paneles solares instalados por los sobrevivientes.
—Buenos días —susurró él, abriendo los ojos lentamente.
—Buenos días —respondió ella, sonriendo.
Ambos sabían que ese día no traía descanso. La rebelión podía haber ganado la guerra, pero mantener la libertad era otra historia. Aún había fragmentos del sistema escondidos bajo tierra. Aún había centinelas perdidos, aún había miedo entre los más jóvenes, y confusión en quienes solo habían conocido NeoNet.
Pero por ahora, tenían un momento. Solo uno. Y eso bastaba.
En la sala central de la base, León organizaba los registros con otros líderes de célula. Su rostro estaba más serio que de costumbre.
—Han desaparecido tres cápsulas de transporte en las últimas veinticuatro horas —informó uno de los técnicos—. Creemos que no fueron fallas técnicas. Fueron desviadas.
—¿Hacia dónde? —preguntó León, frunciendo el ceño.
—Hacia el norte. La región helada. Donde las coordenadas de Ester indicaban su segundo laboratorio.
León cerró el archivo. No dijo nada durante un largo segundo. Luego, con voz firme, respondió:
—Prepárense. Vamos a salir al amanecer. Pero esta vez… no iremos solos.
Lia sostenía el pequeño comunicador que Kai le había modificado. Emitía una señal de baja frecuencia, algo que solo los antiguos disidentes sabían interpretar. Lo encendió. Una sola palabra brilló en la pantalla:
“Escucha.”
La red ya no estaba activa como antes, pero los ecos quedaban. Fragmentos de conciencia, pensamientos atrapados en antiguos canales. Y entre ellos… alguien susurraba. No era Ester. No era un enemigo.
Era otro despertar.
—Kai —dijo Lia, mostrando el mensaje—. No hemos terminado. Hay más como nosotros… allá afuera.
Kai asintió, poniéndose de pie, su mirada ardiendo con fuego renovado.
—Entonces vamos a encontrarlos.
Y al salir juntos por la compuerta de la base, el sol los envolvió.
Era un nuevo día.
Era su primer amanecer libre.
Y apenas comenzaba la historia que ellos decidirían escribir.
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Ester observaba las imágenes proyectadas en la cápsula de vigilancia. La figura de Kai avanzaba entre dunas marcianas, su silueta recortada por la luz tenue del amanecer. A su lado, Lia. Siempre ella.
—No es justo… —susurró, apretando los dedos sobre el vidrio templado del panel.
A su alrededor, el nuevo laboratorio era más pequeño, más oculto, pero igual de letal. Allí, entre luces azules y paredes de acero, Ester había comenzado un nuevo experimento: capturar a los despiertos, aquellos que, como Kai y Lia, se habían liberado de NeoNet… y entender qué los hacía diferentes. Por qué él no la eligió. Por qué ella nunca fue suficiente.
—Inicien la secuencia de identificación —ordenó a sus técnicos—. Quiero saber cuántos más tienen su patrón neural. Especialmente los que están en pareja.
Uno de los científicos titubeó.
—¿Qué planea hacer, doctora?
Ester se giró lentamente hacia él, su mirada vacía como un abismo sin fondo, no queria que kai y lia este juntos lo odiaba ella queria que el la escogiera.
—Quiero ver qué pasa si los separas desde la raíz. No solo físicamente… sino emocionalmente. Quiero saber si el amor puede borrarse como una línea de código.
En la base rebelde, Kai y Lia repasaban mapas topográficos junto a León. Sus dedos rozaban las coordenadas donde, según una antigua transmisión, podrían haber más “despiertos”.
—Tenemos que llegar antes que ellos —dijo Kai—. Si Ester los encuentra primero, los usará como conejillos de indias.
—¿Y si ya lo está haciendo? —preguntó Lia, con el ceño fruncido—. Sabemos que capturó al menos a dos. Uno de ellos podría estar conectado ahora mismo, transmitiéndonos información sin saberlo.
León permanecía en silencio. Miraba a Lia con una mezcla de admiración… y resignación. Cuando ella y Kai se entendían con una sola mirada, a él le dolía más de lo que quería admitir.
—Tengo un plan —dijo finalmente—. Pero necesito que ustedes dos trabajen juntos… aunque eso implique verlos así.
Kai levantó una ceja, sorprendido.
—¿Así cómo?
León no respondió. Solo desvió la mirada.
Lia entendió.
—León… —comenzó, pero él levantó una mano para detenerla.
—No. No me expliques. No me debes nada. Solo prométeme que no dejarás que Ester vuelva a controlar tu mente. Ni la de nadie más.
Kai asintió con solemnidad.
—No dejaremos que lo haga. Pero si intenta tocar a Lia otra vez…
—No lo logrará —interrumpió ella—. Porque esta vez no estamos solos.
Mientras tanto, en el interior del laboratorio helado, Ester analizaba las ondas cerebrales de una joven pareja conectada a la máquina central. Ambos gritaban en sueños. Se revolvían entre recuerdos ajenos, imágenes implantadas y emociones que no les pertenecían.
Y sin embargo… se seguían buscando.
Ester frunció el ceño.
—Ni el sistema pudo separarlos… pero yo sí lo haré.
Activó un nuevo protocolo experimental. En la pantalla apareció un nombre en rojo:
“Operación Desvinculación.”
Porque si no podía tener a Kai… al menos se aseguraría de destruir lo que lo hacía humano.
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Editado: 13.07.2025