Kai despertó después de cinco días, con la cabeza palpitando y el cuerpo embotado. La habitación tenía una luz cálida y artificial, que contrastaba con el frío que sentía por dentro. Miró a su alrededor: todo estaba demasiado limpio, demasiado controlado.
Ester estaba sentada a su lado, sonriéndole como si nada hubiera pasado.
—Has dormido mucho, amor —murmuró—. Tu cuerpo necesitaba descanso... y ahora, tendrás que cuidar el mío también.
Kai frunció el ceño. Su voz le sonaba ajena, casi como un eco distorsionado.
—¿Qué estás diciendo?
Ester se incorporó, puso sus manos sobre su vientre.
—Estoy embarazada, Kai. Vamos a ser padres.
El silencio se hizo más espeso que el aire.
Ser padre. Esa idea, que alguna vez soñó compartir con Lia, ahora lo golpeaba como una condena.
—No... —susurró—. No estuvimos juntos. Yo no...
—Lo estuviste. Dormido, pero estabas. Estabas conmigo.
Kai se levantó de golpe, tambaleándose. El estómago le dio vueltas. No podía creerlo. Algo no encajaba.
Recordó un instante: un reflejo metálico, una jeringa. Un cuarto cerrado. La sensación de ser tocado, pero no consciente.
Las piezas comenzaron a caer como un rompecabezas retorcido.
Horas después, en el laboratorio oculto, Kai accedió al sistema de grabaciones de seguridad. Hackeó el protocolo biométrico de Ester con el mismo código que ella usó para manipular sus sueños. Y allí lo vio todo.
Los videos estaban codificados bajo el nombre: Proyecto Simiente.
Primero, imágenes de él dormido. Su cuerpo inmóvil. La jeringa. La extracción. Luego, otras cápsulas: los demás chicos que habían rescatado también habían sido utilizados. Ester había coleccionado ADN como si fueran muestras de laboratorio.
Y luego, el archivo más oscuro: una grabación íntima, en la que ella, semidesnuda, se arrastraba sobre su cuerpo inerte, lo besaba, lo tocaba... pero él no respondía. Nada en él estaba consciente. El cuerpo era suyo, pero su mente no estaba allí.
Kai retrocedió. Cerró los ojos, con una furia que quemaba desde lo más profundo.
El hijo que Ester esperaba... tal vez no era suyo. Tal vez no era de nadie que hubiese consentido aquello.
El asco lo atravesó como un puñal.
Mientras tanto, en el refugio de roca y polvo, Lia y León vivían una quietud incómoda.
Lo que había comenzado como apoyo, se volvió piel con piel. Se besaban, se tocaban. Dormían juntos el le demostraba su amor..
Lia no sabía si era amor, pero sí sabía que lo necesitaba. Porque el dolor de perder a Kai era insoportable. Porque no sabía si alguna vez volvería. Porque todo lo que quedaba... era seguir. Ya que el eligio a su familia en vez de ella .
Una noche, León la abrazó más fuerte que de costumbre. se sentia algo protegida dormir en sus brazos
—No tienes que olvidar, Lia. Pero sí puedes elegir a quién sostienes ahora.
Ella no respondió. Pero esa noche, se entregó a él, con ternura y lágrimas mezcladas .
esa noche se tocaron, tuvieron intimida,aunque no era lo mismo que estar en lo brazos de Kai pero debia seguir adelante asi como el lo hace.
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Días después, Kai logró enviar un mensaje cifrado al canal libre que usaban los rebeldes. Corto. Solo un código que significaba una cosa: “Espérame.”
Lia lo recibió. Lo leyó tres veces. Y no supo qué hacer.
—¿Es de él? —preguntó León, mirando desde la distancia.
—Sí —susurró ella—. Pero...
—¿Pero qué?
—Va a ser padre. No puedo meterme en eso. Nunca lo haría.
Y dejó el mensaje sin responder.
Esa noche, Ester se levantó al sentir el vacío a su lado. Kai no estaba en la cama. Sospechó. Revisó el sistema. No encontró señales de fuga. Pero notó que uno de los registros del laboratorio había sido abierto.
Con el corazón palpitando, fue al módulo de vigilancia emocional. Un sistema que había dejado escondido.
Y allí lo vio.
Una grabación interceptada por los drones aún activos de su red.
Lia y León. Juntos. Muy juntos.
Ester sonrió. Esa era su carta.
Horas después, se acercó a Kai. Le mostró las imágenes sin decir nada. Él las miró. Vio a Lia... desnuda, abrazando a otro hombre.
Su pecho se contrajo.
No lloró. No gritó.
Solo sintió que algo en él se rompía del todo.
Ester aprovechó ese instante.
—Tú la amabas... pero ella ya no está esperándote.
Kai no respondió. No la miró. Ni una sola palabra.
—¿Quieres ver a tu hijo?
Le mostró una ecografía recién impresa. Una forma humana, apenas visible, latiendo en un mar de sombras grises.
Kai bajó la mirada. No por amor. No por ternura.
Sino por impotencia.
Porque todo en lo que creía se había resquebrajado. Y estaba atrapado entre un amor que se alejaba y una mentira que crecía dentro de otra persona.
Y en ese instante silencioso, supo que aún no estaba derrotado.
Pero estaba… muriendo por dentro.
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Kai no podía dejar de mirar la pantalla. La imagen de Lia y León en aquella cama se repetía en su mente como una tortura sin fin. Las manos de León sobre su piel, los suspiros entrecortados, los cuerpos enredados.
Cada segundo lo destruía un poco más.
Se sentía vacío. Como si la última parte que lo mantenía cuerdo se hubiese roto.
Y lo peor… era que aún la amaba. Con todo lo que le quedaba.
Se cubrió el rostro con las manos. No lloró. No gritó. Pero por dentro, se sentía morirse.
Y, aun así, en medio de ese dolor, algo dentro de él se encendió.
Recordó.
La voz de Ester, suave y falsa, diciéndole que estaban juntos, que iban a ser padres.
La ecografía.
Las palabras manipuladoras.
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Editado: 13.07.2025