En el laberinto de desencuentros,
nuestros caminos se entrelazaron,
pero en las sendas de sueños rotos,
nuestros corazones naufragaron.
Las miradas que se buscaban,
hoy se esconden tímidas y frías,
y las promesas que pronunciaban,
se convirtieron en tristes utopías.
En el eco de la noche callada,
se escucha el suspiro de un adiós,
mientras el alma, desamparada,
se aferra a recuerdos sin voz.
Rastros de desencuentro quedan,
impregnados en cada rincón,
y las huellas que el amor tejía,
se han desvanecido en la confusión.
En el silencio de las palabras no dichas,
yacen los sueños que compartíamos,
mientras en el corazón se enredan madejas,
de lo que fuimos y ya no seremos jamás.
Entre distancias y días sombríos,
se desvanecen los lazos que unían,
y en las noches de melancolía,
nuestros destinos se alejan en despedida.
Rastros de desencuentro en el viento,
se llevan los suspiros sin destino,
y en cada latido, el sufrimiento,
de un amor que se deshizo en desatino.
Pero en el horizonte, una esperanza,
un nuevo amanecer que se asoma,
donde el corazón encuentre bonanza,
y el desencuentro se torne en aroma.
Así, en el lienzo del tiempo pasado,
dejamos rastros de lo que fue,
y en la travesía del desencuentro,
guardamos la fuerza para renacer.
Que el amor, cual río de eternidad,
encuentre su cauce en otro lugar,
y que el adiós sea solo un sendero,
que nos conduzca hacia un nuevo amar.