La mañana siguiente, la ciudad despertó entre bruma y murmullos. Isabella, aún desvelada por el encuentro de la noche anterior, tomó su café negro en el balcón de su pequeño apartamento en el Casco Antiguo. No dejaba de pensar en Elías Montenegro.
Había algo en él que la irritaba profundamente: su seguridad, su sonrisa arrogante, la forma en que la había observado. Pero también había otra cosa, más inquietante. Un magnetismo oscuro que no podía explicar.
Encendió su computadora con la intención de avanzar en su nueva novela, pero en lugar de abrir su documento, revisó su correo. El primer mensaje la dejó helada.
“Isabella Duarte: propuesta formal de trabajo. Biografía autorizada de Elías Montenegro. Su nombre fue personalmente sugerido por el Sr. Montenegro. Honorarios generosos. Proyecto confidencial.”
Se quedó inmóvil por varios segundos. ¿Elías la había elegido a ella para escribir su historia? ¿Sabía realmente quién era? ¿Sabía lo que su apellido había significado para su familia?
El impulso fue responder con una negativa rotunda. Pero algo en ella… una fuerza primitiva, más cercana al orgullo que al dolor, la detuvo. Quizá esta era la oportunidad perfecta para entenderlo desde adentro. Para destruir su imagen pública con una historia que él mismo le daría.
Se vistió con frialdad. Negro otra vez. Llamó al número del correo. Media hora más tarde, estaba sentada frente a una secretaria impecable en la torre Montenegro & Asociados.
—El señor Elías la recibirá personalmente. No suele hacer eso con ningún escritor —dijo la mujer, sin mirarla directamente.
Cuando entró a la oficina, él estaba de espaldas, observando la ciudad desde el enorme ventanal. El cielo estaba gris, como si la historia que los unía aún palpitara en el aire.
—No suelo aceptar trabajos por encargo —dijo Isabella sin saludar.
Elías se giró. Llevaba una camisa azul arremangada, y sus ojos se iluminaron apenas la vio.
—Tú no eres una escritora común. No me gustan las biografías dulces. Quiero algo real. Crudo. Como tú.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Sabes quién soy?
—Sé que eres una autora con premios, publicaciones valientes, y una mirada que atraviesa escudos.
Isabella lo observó fijamente. No parecía estar fingiendo.
—Y aún así me elegiste a mí —dijo, probándolo.
—Especialmente por eso. —Se acercó—. Quiero que me destripes. Si tienes que odiarme, que sea con argumentos. Si vas a contar mi historia, que lo hagas con la sangre que merezco.
Esa frase la desarmó por dentro. No porque fuera poética, sino porque sonaba honesta. Peligrosamente honesta.
—No me vendas tu redención —le dijo con el tono helado—. No vine a perdonar. Vine a entender... o a desenmascarar.
Elías sonrió. —Entonces estamos de acuerdo.
Ella se marchó sin confirmar nada. Pero en el fondo, ya había aceptado.
Esa noche, frente a su cuaderno, escribió una sola frase:
“He aceptado entrar en la jaula. Solo espero que no sea yo quien cierre la puerta desde dentro.”
Editado: 12.07.2025