Latidos entre sombras

La sombra en la puerta

El golpe de la puerta retumba como un trueno dentro de la bodega. El eco se mezcla con mi respiración agitada.
Yako me mira, con los ojos bien abiertos, como si acabara de ver un fantasma.

—¿Quién anda ahí? —grita, pero su voz se quiebra en el silencio.

Un paso.
Otro paso.
Lentos, pesados, acercándose desde la oscuridad.

Entre las sombras, una figura emerge. Es alta, cubierta con una capucha empapada por la lluvia. No se ve su rostro, solo el brillo metálico que cuelga de su mano: unas baquetas de acero, hechas para golpear… y para herir.

—Áxel… —la voz suena grave, distorsionada—. El ritmo de esta ciudad está podrido. Y voy a limpiarlo.

—¿Quién eres? —pregunto, avanzando un paso.

El desconocido deja que un rayo de luz cruce su cara… y no es un desconocido.
Es Lince. El exbaterista de Los Cuervos. El que desapareció hace un año después de una pelea con nosotros.

—Creímos que estabas muerto —dice Yako, incrédulo.

—Para ustedes, lo estoy —responde, y su mirada se clava en mí—. Pero antes de desaparecer por completo… necesito silenciar el tuyo.

En ese momento, desde afuera, el rugido de varias motos rompe el silencio.
El suelo vibra. No son nuestros.

Yako me susurra:
—Áxel… son las Serpientes. Y vienen por nosotros.




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