Latidos entre sombras

El regreso del Cuervo

El silencio pesa como un ladrillo.
El Cuervo Mayor avanza, y cada paso suyo suena como un tambor fúnebre que marca nuestro destino.
Su chaqueta, negra como la noche sin luna, lleva parches que cuentan guerras pasadas, batallas que todos creímos enterradas.

—Bajen las armas —ordena con voz grave—. Esto no es una pelea… es un ajuste de cuentas.

Las Serpientes dudan. La chica me mira, pero esta vez no con rabia, sino con algo más… ¿respeto? No, es otra cosa. Es miedo.

—Mayor… —empieza Yako—. Pensé que estabas muerto.
—Lo estuve —responde él, sin mirarlo—. Hasta que alguien tocó mi nombre en un ritmo que no podía ignorar.

Se gira hacia mí.
Sus ojos son cuchillas, pero también hay una chispa que me incomoda. Como si supiera algo de mí que yo mismo desconozco.

—Áxel… tienes mis baquetas. ¿Listo para dirigir la última función? —pregunta.

No alcanzo a contestar.
Del callejón llega un rugido de motores. No son Serpientes. No son Cuervos. Es otro sonido: más grave, más organizado.
Las luces de faros iluminan la bodega y una nueva banda entra. Sus cascos llevan un emblema que nunca había visto: un corazón partido con alas negras.

—Los Latidos —murmura Lince—. Esto se va a poner feo.

El Cuervo Mayor sonríe apenas, como si hubiera estado esperando este momento.
—La guerra no ha empezado todavía. Pero cuando lo haga… más vale que estén en el lado correcto.

Las puertas se cierran. El ruido de los motores se apaga.
Y en ese instante, suena un golpe seco… no de pelea, sino de tambor.
Un ritmo que anuncia que la noche, y todos nosotros, vamos a cambiar para siempre.




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