Latidos entre sombras

El solo final

06:10 a. m.
El asfalto cruje bajo mis botas, caliente por el fuego. El humo cubre la avenida, haciendo que las siluetas se distorsionen como en un mal sueño.
Lince marca el compás con sus baquetas; cada golpe retumba en mi pecho más que en el suelo.

Entre el humo, la chica de las Serpientes vuelve a aparecer. Esta vez no camina, corre. Me agarra del cuello de la chaqueta y me arrastra hasta una moto negra con el asiento rasgado.

—Súbete —dice con voz firme.
—¿Por qué?
—Porque si te quedas, no tocas la última nota.

No hay tiempo para preguntar más. Me lanzo sobre la moto y ella acelera. Atravesamos la cortina de humo mientras botellas ardiendo y pedazos de metal caen a nuestro alrededor.

06:12 a. m.
Llegamos a un callejón donde el ruido de la batalla apenas se escucha. El olor a sangre y gasolina sigue en el aire.
Ella se baja, me mira a los ojos y, sin soltar el manubrio, me dice:
—No eres como ellos… pero si vuelves, serás peor.
—¿Quién eres? —pregunto.
—La que mató a tu hermano.

El mundo se me parte en dos. Mis manos tiemblan, pero no por miedo. La moto sigue rugiendo como si supiera que ese momento no puede durar mucho.

06:14 a. m.
Un trueno metálico retumba en la distancia: las baquetas de Lince golpeando el asfalto. Es su señal… y también su despedida.
La chica me lanza una llave inglesa oxidada.
—Decide. Regresa y acaba esto… o vete y olvida mi nombre.

Pero yo no olvido. Nunca.

06:15 a. m.
Vuelvo a la moto, el tubo aún en mi espalda. La avenida arde. Y yo… yo voy a tocar la última nota, aunque sea con sangre.




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